Asunción Herrera Guevara es Doctora en Filosofía y Profesora Titular de Filosofía Moral en la Universidad de Oviedo. Investiga en temas relacionados con la igualdad, la razón, el sujeto desgarrado, la globalización, la hermenéutica y el constructivismo en la filosofía contemporánea. Últimamente ha ampliado su campo de investigación hacia la Bioética; esencialmente sobre una temática de la llamada macrobioética: la concepción filosófica de los animales. Entre su actividad investigadora caben destacar, además de sus diferentes publicaciones “La ética en la espiral de la modernidad (2000)”, “La historia perdida de Kierkegaard y Adorno (2005)”, “Ilustrados o bárbaros (2014)”, su estancia en Universidades extranjeras (Universidad de Turín, Universidad de Frankfurt, Universidad de Northwestern y Universidad Libre de Berlín) y sus contribuciones a Congresos Nacionales e Internacionales. Hablamos con ella sobre temas tales como el papel de la filosofía en tiempos de pandemia, la perspectiva antiespecista y éticas del cuidado ante la misma, o el estado de la educación.
Durante las primeras semanas del confinamiento por la crisis sanitaria del COVID-19, los filósofos y las filósofas mainstream tardaron poco en dar su opinión al respecto de la misma. Sin embargo, prácticamente no ha habido nadie que no haya repetido el esquema de aplicar su sistema filosófico a la realidad. ¿Es fructífera la aplicación sistemática de lo que ya se pensaba, de modo que la realidad tenga que amoldarse a su pensamiento? ¿Hay espacio para la creatividad?
Lo que comentas es algo que normalmente ha ocurrido y ocurre en el mundo de la Filosofía y del pensamiento en general. Me explico. Desde Hegel en adelante la mayor parte de los considerados grandes pensadores han querido tener “una algoritmia conceptual” que explicase el Mundo. Hegel llamaba a esa algoritmia Sistema. Hoy en día, gran parte de los filósofos y pensadores no construyen un Sistema “a lo Hegel”, pero eso no quiere decir que no tengan “micro-relatos” de legitimación que intenten explicar lo que ocurre en nuestro mundo y en nuestra sociedad. Me parece una opción válida y honesta intelectualmente; otra cosa diferente es determinar si la aplicación de una algoritmia conceptual para explicar lo que está ocurriendo funcionará en un doble sentido, por un lado, si es veraz y, por otro, si es correcta. El sentido que quiero dar a veraz es el de creíble. Hay explicaciones tan artificiales que no nos resultan veraces, ni creíbles. En cuanto a si una teoría filosófica puede ser correcta para explicar lo que está ocurriendo en un momento determinado, eso tan solo lo podremos saber con el paso del tiempo. Hegel parece ser que se equivocó si pensó que la Filosofía acababa con él, lo hemos aprendido con el tiempo, pero esa “equivocación” no le quita valor a su Sistema, sobremanera desde el punto de vista de Historia de las Ideas. Creo que apliques o no un esquema filosófico a la realidad, lo que sí es cierto es que la Filosofía, como dijo Hegel, es “tiempo captado por el pensamiento”. Los pensadores actuales tienen que captar su tiempo y en ese intento de captación la creatividad siempre está presente, sobre todo si eres un buen pensador. ¿Hay algo más creativo que un Espíritu, que como Fausto, viajará por el Mundo para llegar a lo Absoluto? Hoy tal vez la Filosofía ni pueda ni quiera ser tan creativa, ni evidentemente tan metafísica, como el pensamiento de Hegel, pero aun así hay espacio para captar creativamente nuestro tiempo.

Al hilo de esta pregunta anterior, es sabido que las diversas medidas que ha tomado el Gobierno han ido siempre de la mano de un discurso de “los expertos”. Sin menoscabo de la importancia fundamental de estos, ¿corre el riesgo la política de convertirse en tecnocracia, en consecuencia de esta crisis sanitaria?
Las democracias actuales siempre corren el riesgo de un exceso de tecnocracia y expertocracia pero es un tema difícil de resolver. Por un lado, queremos democracias donde los ciudadanos puedan deliberar y decidir sobre los asuntos que les afectan; pero, por otro, queremos que esos ciudadanos estén bien informados. La decisión sin deliberación y sin conocimiento no tiene valor epistémico, es decir, sin esos ingredientes no tenemos ninguna garantía de que la deliberación de los ciudadanos sea buena o sea la más correcta posible. En nuestras democracias representativas, la deliberación ciudadana escasea, son los políticos los que deben deliberar y tomar las decisiones más correctas tras una “buena” deliberación. Ahora bien, ocurre igual que con los ciudadanos, los políticos han de tener suficiente información y conocimiento sobre lo que están deliberando; de ahí, que la figura del técnico o el experto que asesora e informa al político sea fundamental. Para no caer en una tecnocracia, lo importante es percatarnos de que una vez que los políticos han escuchado a los expertos o a los técnicos, la decisión que se va a tomar no es una mera decisión técnica, sino una decisión política. Con un mismo informe técnico, se pueden adoptar diferentes decisiones políticas y eso no depende del técnico sino de los valores políticos del que toma la decisión. Te pondré un ejemplo. Imaginemos que llega hasta al político un informe técnico sobre el gran número de personas ancianas que se van a ver afectadas por una peligrosa enfermedad (puede ser el COVID-19 u otro virus); enfermos que van a colapsar el sistema sanitario y que supondrán un gran gasto público. ¿Cómo afrontar esta situación? El político decidirá unas medidas u otras en función de su idea de justicia. Por ejemplo, si el político en cuestión defiende una idea de justicia utilitarista (dominante en el neoliberalismo) sopesará si el coste del tratamiento de esa población envejecida compensa a la totalidad de la ciudadanía. Aplicará el criterio de los años de vida ajustados por calidad (AVAC) y puede llegar a pensar que lo más justo para la sociedad en su conjunto es utilizar esos recursos en una campaña, por ejemplo, antitabaco que pueda beneficiar a un gran número de personas, en detrimento de una población envejecida que tiene pocas probabilidades de sobrevivir con “calidad de vida” los suficientes años como para justificar invertir en ellos. Por el contrario, si la idea de justicia que tiene procede de Kant –el gran enemigo del utilitarismo- aplicará la regla de oro de la moral y decidirá en función de ella; es decir, decidirá que se debe invertir en esa población envejecida porque “ningún ser humano puede ser tratado como mero medio sino como un fin en sí mismo”, o lo que es lo mismo, no podemos instrumentalizar a un ser humano. Como vemos de un mismo informe, las decisiones políticas son bien diferentes.
Manuel Castells, ministro del recién estrenado Ministerio de Universidades, ha declarado que “hay que estar listos para establecer la enseñanza y evaluaciones online por completo”, en una entrevista hace pocos días. Además, el ministro advierte que “deberíamos iniciar la evolución hacia un sistema híbrido de presencial y virtual, no solo por razones sanitarias, también por razones pedagógicas”. Además, el propio Castells también ha afirmado que “la brecha digital es un mito”, puesto que “el 91’4% de los hogares españoles tiene ordenador”. ¿Cabría considerar cierto exceso de tecnooptimismo, e incluso ciberfetichismo, en la ideología oficial del sector educativo? ¿Se está aceptando acríticamente el modelo, por ahora más impuesto que elegido, de teledocencia, y por extensión, de teletrabajo?
Desde luego creo que hay cierto optimismo. No solo porque la brecha digital entre el alumnado existe, sino porque las propias instituciones educativas no están preparadas para una educación online fuerte. No podemos pasar de la “casi nada” al todo sin cambios en las infraestructuras y sin formación del profesorado. Es necesario que ese paso o esa educación mixta sea gradual y, por supuesto, se necesita una inversión económica potente. No hay que ser ni tecnocatastrofista ni tecnooptimista, es preciso sacar provecho de las nuevas tecnologías que nos pueden ayudar en la impartición de la educación, no rechazar lo novedoso por desconocido. Pero, repito, es preciso hacerlo bien y eso supone un coste que no sé si es factible en la actual situación económica y social. En los momentos álgidos de una crisis no se deben precipitar los cambios, los cambios, las importantes transformaciones hay que realizarlas en periodos de tranquilidad y prosperidad económica.

Hace ya varias semanas, se publicaba un artículo de Jared Diamond y Nathan Wolfe en el que problematizaban las condiciones que han posibilitado la pandemia que actualmente vivimos. Estos autores consideran que hay una más que probable relación directa entre el comercio de animales salvajes en lugares como China y el riesgo de pandemia. ¿Podemos (y debemos) darle una perspectiva animalista y antiespecista a esta crisis sanitaria, para contar con una visión más amplia de la misma?
Desde mi punto de vista Jared Diamond siempre ha sido un pensador polémico. Yo lo catalogo dentro de los pensadores llamados “psicólogos evolucionarios”, es decir, estamos hablando de los sociobiológos. Su obra Colapso es un intento de mostrar cómo las grandes civilizaciones se colapsan por sí mismas, tienen dentro de sí gérmenes autodestructivos. Me voy a quedar con esta afirmación, porque algunas otras de sus premisas y conclusiones son problemáticas. Todos podemos aceptar que nuestra civilización se está colapsando, entre otras razones, porque nuestra forma de vida lleva dentro de sí “gérmenes destructivos”. Y es bien cierto que uno de nuestros mayores patógenos es la manera que tenemos de relacionarnos con la Naturaleza y con los animales no humanos. La Naturaleza y los animales no humanos siempre han sido vistos como una fuente de recursos; podemos explotarlos y beneficiarnos de su uso. Esta concepción no es una mera creencia responde a una necesidad de nuestro sistema productivo. Nuestra civilización ha forjado riqueza y calidad de vida a expensas del sufrimiento de miles de millones de seres vivos. Esta perversa relación con “lo otro” nos conduce a nuestra propia aniquilación, no es una visión catastrofista sino realista. Paso a paso nos vemos abocados al fracaso como sociedad, somos una sociedad que no ha sido capaz de respetar el equilibrio con lo natural. Una de las consecuencias entre otras muchas, como el calentamiento global, la deforestación del Amazonas, etc., es la pérdida de la biodiversidad. Esta sí que puede ser la clave para entender la nueva pandemia. Si realmente nos lo tomáramos en serio, deberíamos nada más y nada menos que hacer una durísima crítica a nuestra razón productivista. No veo esa crítica en las grandes estructuras de poder. Necesitamos conciencia antiespecista, debilitar nuestro antropocentrismo y una gran dosis de ética animalista para poder dar un cambio y evitar la caída.
No han sido pocas las veces que hemos podido ver cómo las poblaciones residentes en áreas periféricas o rurales reivindicaban una mayor proporcionalidad en las restricciones de los tiempos y espacios durante el confinamiento. Esto es así ya que las diferencias entre las densidades de población de las áreas rurales y las zonas urbanas pueden llegar a ser muy dispares. Viéndolo en retrospectiva, ¿las decisiones del Gobierno han podido tener cierto sesgo urbanocéntrico? ¿Cabe una mirada diferente hacia las periferias?
Sí, por supuesto, cabe una mirada diferente porque lo urbano y lo rural, el centro y la periferia obedecen a lógicas dispares; aun así, no estoy muy segura de que se hubiera podido hacer de otra manera. Para que el Gobierno hubiese actuado de manera distinta eran necesarios dos requisitos fundamentales; primero, que todas las administraciones locales (incluidos los ayuntamientos) tuviesen los medios necesarios a su disposición para interactuar con la ciudadanía, en este caso, ciudadanía rural; otro segundo, que los habitantes de las zonas rurales no vieran este trato diferente como si las zonas no urbanas estuviesen totalmente fuera de peligro. Creo que ninguno de los requisitos se cumplía, o se cumple, con total garantía. Los ayuntamientos que controlan zonas rurales no tienen mucho margen económico ni todo el personal que necesitarían, si cayese sobre ellos una mayor responsabilidad a la hora de controlar la pandemia. E insistiendo en el segundo punto, los habitantes de las zonas rurales podrían no haber estado muy concienciados de la gravedad de la situación.

Se viene reflexionando desde hace mucho tiempo acerca de las contradicciones insalvables entre la lógica mercantil capitalista y los lazos comunitarios que vertebran las tradiciones de muchas culturas. Un ejemplo clarividente de esto son las conocidas políticas de urbanismo neoliberales de las últimas décadas, que han primado sistemáticamente las conexiones entre lugar de residencia y lugar de consumo. ¿De qué manera podría condicionar esta crisis sanitaria a las relaciones entre el capitalismo y el mundo de la vida? ¿Cómo podría afectar a las relaciones entre la lógica mercantil y los cuidados?
Es una pregunta muy importante para nuestra futura forma de vida. Te contestaré en dos planos discursivos. Desde un plano realista y pragmático creo que, a corto y medio plazo, no va a cambiar nada. La mayor parte de la población quiere que todo vuelva a ser como antes. No esperan una “nueva normalidad”, esperan poder seguir viviendo sus vidas como si nada hubiera pasado. En todo caso, a lo más que están dispuestos, la mayor parte de la población, es a seguir ciertas medidas higiénico-sanitarias. Mantener su forma de vida pero acatando ciertos usos, tales como el uso de mascarillas. Esto en el mejor de los casos. Ya que siempre nos encontramos con el discurso “libertario” (neoliberal extremo) de quien se niega a aceptar esos usos higiénico-sanitarios porque considera que él en su vida puede hacer “lo que quiera” y entiende la libertad como mera no interferencia. La libertad, evidentemente, debería entenderse como “no interferencia arbitraria”, es decir, somos libres cuando aceptamos ciertas interferencias, que no son arbitrarias, por parte del Estado, que en lugar de hacernos menos libres nos dan más libertad. Con este panorama, veo difícil que haya un verdadero cambio en nuestro modelo de vida buena. De todos modos, desde un plano no pragmático, estamos ante una gran oportunidad de cambiar nuestra forma de vida. Es el momento de debilitar el capitalismo salvaje en el que estamos imbuidos. Este tipo de capitalismo no es ni ética ni políticamente defendible. Una forma de debilitar la lógica mercantil tiene que ver con introducir otros valores en nuestra esfera pública. Valores que tengan relación con una ética del cuidado: el cuidado de los seres más vulnerables, el cuidado de la naturaleza y los animales no humanos, etc. No sé si este giro hacia una ética del cuidado lo veremos, lo que sí sé es que una de las soluciones para evitar el colapso de nuestra sociedad y de nuestra civilización