Las verdaderas milicianas asturianas

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En las imágenes y carteles del comienzo de la Guerra Civil española vemos a menudo la figura de la miliciana vestida con mono y fusil al hombro, pero a pesar de que la movilización femenina en las esferas públicas y políticas era cada vez más presente desde la II República, la representación de la mujer como heroína del pueblo distaba mucho de la realidad social de la época. Servían como instrumentos propagandísticos del gobierno republicano para el reclutamiento masculino porque el mensaje era claro: “hasta las mujeres se están uniendo, tú, hombre, no puedes ser menos”.

Militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas. Xixón, marzo de 1937. Foto: Constantino Suárez/Museo del Pueblo de Asturies.

Hoy en día estas imágenes son icónicas, algo así como las hermanas pequeñas de la del Che, convertidas por la sociedad de consumo en objetos de marketing y símbolos feministas muy alejados de la experiencia real de las mujeres en el frente. Porque aunque hubo algunas excepciones, en la mayor parte de los casos las mujeres fueron relegadas al trabajo en la retaguardia: cocina, enfermería, confección, limpieza, cuidados, propaganda. Ellas solían hacer el trabajo invisible y, en realidad, si los compañeros les permitían coger el fusil, era únicamente para reemplazarlos mientras ellos comían o descansaban.

“Las milicias os necesitan”. Cartel antifascista catalán de 1936.

Ángeles Flórez Peón fue una de esas milicianas, probablemente la última miliciana que, con 101 años, sigue con vida. Se alistó el 19 de julio de 1936 en la Casa del Pueblo de Carbayín, un pueblo de la Cuenca Minera Asturiana donde vivía. Criada en una familia obrera, su compromiso político comenzó cuando todavía era una niña. Su hermano Antonio había participado en la Revolución del 34 y fue una de las víctimas torturadas y ejecutadas durante la represión posterior, en la llamada “masacre de Carbayín”: Antonio fue asesinado junto a otros veintitrés hombres a golpe de machete y enterrado en una fosa común.

Ángeles Flórez “Maricuela” en una foto de los años 30.

Poco después de esta tragedia, Ángeles se adhirió a las Juventudes Socialistas Unificadas y participó de la vida política local que vivía años de ebullición. Entre otras actividades, formó parte de un grupo de teatro obrero que representaba obras propagandísticas por los pueblos. Interpretaba a un personaje llamado Maricuela y ese nombre se convertiría en su apodo hasta el día de hoy.

Al día siguiente del golpe de estado, con solo 17 años, Maricuela ya era una miliciana. Ella y su hermana Argentina se inscribieron al ver que otra mujer se atrevía también a apuntarse. Esa misma tarde las trasladaron con sus nuevos compañeros en un furgón. Ángeles fue llevada al frente de Colloto, a las afueras de Oviedo, y su hermana a la zona de Trubia.

Cola de milicianos para recibir el rancho, marzo de 1937. Foto: Constantino Suárez/Museo del Pueblo de Asturies.

En su batallón empezaron a faltar los hombres muy pronto. Ya desde el tercer día en el frente iban cayendo algunos compañeros. Pero ella se ocupaba fundamentalmente de alimentarlos. Recuerda que subía por los caminos para llevarles comida en unas cazuelas tan grandes que tenían que transportar entre dos. Los tiros llegaban de todas partes, y tenían que subir casi arrastrándose por el suelo. Pero a pesar de todo, dice que en aquellos momentos no sentía miedo.

Junto a ella había otras mujeres: Anita “la de Bimenes”, Rosario y otra chica nacida en Valdesoto, de cuyo nombre Ángeles no consigue acordarse a día de hoy. Sí sabe que tenía dieciocho años y que se alistó por seguirla a ella: había visto una de aquellas representaciones de teatro obrero, y al saber que Maricuela se había hecho miliciana, decidió ir ella también a defender la República.

Miliciana en el frente de Luarca. Foto: Museo del Pueblo de Asturies.

La primera vez que conocí a Ángeles hace unos años me contó impasible historias increíbles que ponen la piel de gallina, pero en todas las horas de conversación que tuvimos en aquel primer encuentro, solo sentí que se emocionaba una vez: fue al recordar a aquella chica anónima de Valdesoto. Un día que le habían dado permiso y estaba de vuelta en su casa, ella la sustituyó. Mientras subía por el camino con la olla de comida, una bala le atravesó la columna vertebral. Murió a los pocos días. Sentí al escuchar a Ángeles que existe en ella algo de culpabilidad por aquella muerte, a pesar de que han pasado más de 70 años y de que ella no tuvo nada que ver con el rumbo que tomó aquella bala.

Tras la muerte de su compañera pidió que la trasladaran junto a su hermana. En aquel frente de Trubia había otras dos mujeres, Maruja y Agapita. Pero a los pocos días las mandaron a todas para casa. Siempre se ha dicho que el gobierno de Largo Caballero sacó un decreto para retirar a las mujeres del frente. Este es sin embargo un dato polémico, ya que no consta la existencia de dichos documentos o boletines oficiales. Lo que si está claro es que tanto los discursos políticos como la opinión popular, así como la cartelería propagandística, empezaron a mostrarse en aquel otoño de 1936 en contra de la presencia de mujeres en los combates. Las heroínas del pueblo pasaron a convertirse en mujeres inexpertas, promiscuas y propagadoras de enfermedades venéreas: los carteles son muy explícitos y no dejan lugar a la duda.

Como otras muchas milicianas, Ángeles y Argentina recibieron a los pocos días una convocatoria para presentarse como enfermeras en Gijón, a pesar de que no tenían ninguna experiencia en ese campo. Estuvieron haciendo ese duro trabajo hasta la caída del frente del Norte, el 21 de octubre de 1937. Cuando las tropas fascistas tomaron Gijón, regresaron a su casa y lograron esconderse gracias a la ayuda de su madre, sus vecinas y amigas., pero al cabo de un mes las encontraron, fueron detenidas y enviadas presas a la Cárcel Modelo de Oviedo.

A pesar de todo, Ángeles se siente una privilegiada del destino. Muchas compañeras fueron asesinadas al caer el frente; una gran cantidad de presas habían sufrido violaciones, humillaciones públicas y hasta torturas. En la cárcel, a muchas las “sacaban a pasear”, es decir, las ejecutaban sin juicio, o eran condenadas a pena de muerte y fusiladas un tiempo después.

Cartel de la CNT y las Juventudes Libertarias.

Las dos hermanas fueron trasladadas a la famosa cárcel de mujeres de Saturrarán en el País Vasco en mayo de 1938. Entre muchas penurias, Ángeles pasó más de dos meses castigada en un sótano a pan y agua. Salió en libertad en agosto de 1941, tras cuatro largos años en prisión que han dejado en ella una profunda huella.

Maricuela en la cárcel de Saturrarán (ella es la segunda por la izquierda).

Después de vivir un tiempo de relativa tranquilidad trabajando en distintas cosas, Ángeles conoció a Chano, un socialista que había estado una temporada “fugao”, escondido en el monte asturiano. Se casaron y tuvieron una hija, pero al poco tiempo Chano, sabiéndose perseguido, huyó a pie para exiliarse en Francia. Cuando Ángeles descubrió que a ella también la buscaban para arrestarla de nuevo, escapó de la noche a la mañana y tras largas peripecias y por mediación de los Partidos Socialistas Español y Francés, logró llegar en una lancha a San Juan de Luz.

Ángeles vivió en Francia hasta el 2003, cuando murió su marido. Llevó una vida feliz y larga en el exilio, pero siempre quiso volver y vivir como una persona libre en el lugar del que había tenido que huir. Ahora, con 101 años, vive sola en un piso de Gijón. Se ha convertido en un personaje público, un referente en la recuperación de la Memoria Histórica. Incluso participó en la elaboración de la ley aprobada por el gobierno de Zapatero. Sus hijos y nietos vienen a visitarla desde Francia cada vez que pueden y en el 2018 celebró sus 100 años por todo lo alto, rodeada de gente que la admira y la quiere. Sigue militando en el PSOE, acudiendo a actos, dando entrevistas, hablando en colegios, alzando la voz en contra de las injusticias… En estos últimos tiempos, el nuevo auge de la ultraderecha han vuelto a llenarla de indignación. Aun así, ella sigue manteniendo su sonrisa y una memoria impresionante que le permite seguir contando su historia para que las nuevas generaciones comprendan lo que significa la lucha por vivir en libertad.

Ángeles Flórez, “Maricuela”, en un acto del PSOE.

Todavía ahora, de vez en cuando, Maricuela recupera algún dato, algún nuevo detalle o información que rellena los huecos del extraordinario relato de su vida. Una vida, sin duda alguna, mucho más compleja de la que refleja la imagen de los carteles icónicos de las milicianas que, tal vez, nunca existieron.

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