Este año ha sido uno de los más complejos en los últimos tiempos. También para el feminismo. Hace un año estábamos abarrotando las calles para celebrar y reivindicar el Día Internacional de las Mujeres. Pusimos en huelga a todo un país. El año 2020 fue el resultado de un trabajo hecho por las mujeres y por el amplio movimiento feminista, unido por una causa común.
En mi opinión, y con perspectiva histórica, hasta 2014 no parecía que hubiera relevo generacional en la defensa de los derechos de las mujeres. Recuerdo que ese año participé en dos grandes manifestaciones en Madrid en las que había un montón de mujeres jóvenes. Para mí fue una esperanzadora sorpresa. Pensé: hay futuro. Pero aún no lo había visto en Asturias. En 2017 fue la primera Huelga Feminista Transnacional legalmente convocada —a nivel estatal— solo por el sindicato Confederación Intersindical. Se hicieron dos paros parciales de dos horas a lo largo del 8 de marzo. Como consecuencia de ello, algunas mujeres fuimos sancionadas por nuestras empresas de trabajo. Pero no importó, porque sabíamos que era un compromiso personal que teníamos que asumir para continuar, para hacernos más presentes y fuertes como mujeres ante la sociedad. Y así fue, cada año éramos más mujeres, familias, sectores y alianzas. Todas las personas eran bienvenidas para sumar por un objetivo común: la igualdad. Este año, no solo la pandemia está dificultando la unidad —desde la diversidad— de las mujeres y del movimiento feminista. Pero ¿es solo la ley trans la que está obstaculizando el objetivo común? En mi opinión, no es una cuestión de España, ni de una ley, sino de agenda, de «Agenda Feminista». Pero ¿quién ha elaborado esa agenda? ¿Las mujeres? ¿El movimiento feminista? ¿Las instituciones? Y ¿es la única agenda?
Concentración del 8M en Xixón. Foto: Luis Sevilla.
Casi todas las referencias que iniciaron el conflicto en el movimiento feminista español son de Reino Unido, Canadá y Estados Unidos —países anglosajones—, tienen como reivindicaciones más significativas abolir la prostitución, la pornografía, la gestación por sustitución (vientres de alquiler) y el género; mantener la patologización de las personas trans como enfermas mentales con disforia de género —en contra de la clasificación de la Organización Mundial de la Salud—, e impedir la autodeterminación de género. En cambio, podemos encontrarnos con otras agendas como, por ejemplo, la Agenda 2030 Feminista, que tiene como ejes la educación sexual integral, la economía de los cuidados, la laicidad y el fundamentalismo, el aborto y la anticoncepción, las violencias machistas y los discursos de odio, estigma y discriminación —LGTBI y feminismos—. Además, está la Agenda de Naciones Unidas, que se visualiza especialmente en el Objetivo n.º 5 de Desarrollo Sostenible, dedicado a la igualdad de género, en la línea de la Cumbre de Beijing (1995).
Hasta 2014 no parecía que hubiera relevo generacional en la defensa de los derechos de las mujeres.
El punto crítico del conflicto de las feministas se sitúa en el sujeto político del feminismo. Una parte del feminismo reivindica la mujer —sexo biológico hembra— como único sujeto político, frente a otros feminismos que reivindican un sujeto feminista múltiple, diverso e internacionalista. Un feminismo —el primero— que habla de alianzas tóxicas, mientras que los otros feminismos denuncian la exclusión de otras realidades de mujeres: gitanas, migrantes, con diversidad funcional, racializadas, rurales, trabajadoras sexuales, musulmanas, católicas, trans, etcétera.
En mi opinión, y como conclusión, defender a las mujeres en sus situaciones reales de vida no significa justificar la injusticia, sino defender los Derechos Humanos. No podemos poner tutelajes a las mujeres del suelo pegajoso. Si queremos libertad para decidir con nuestra vida y nuestros cuerpos, no podemos permitírselo a unas y no a otras. Todas debemos tener la posibilidad de decidir. No podemos incapacitar ni tutelar la toma de decisiones de las mujeres. Habrá que trabajar en derechos fundamentales y constitucionales: renta básica universal incondicionada, vivienda, sanidad, educación, servicios sociales, etcétera. Ahí está la esperanza, en que el futuro aún está por construir y pasa por una redefinición de la alianza feminista.