De la parte mutante que aprendimos, en mi caso con la ayuda de mi querida abuela, a chupar langostinos sin quitar los ojos de la TV, fuimos muchos los que sintonizamos el especial de los humoristas Martes y Trece para celebrar el Año Nuevo. El título, El 92 cava con todo, funciona como emblema:
1992, anno mundi, tres hitos que son reflejo de la promesa milenarista de un crecimiento eterno:
1. La Barcelona olímpica, diseño y virus gentrificante.
2. La expo de Sevilla, la globalización y los fastos por el aniversario del Descubrimiento.
3. El tratado de Maastricht, la sociedad de control, donde la vigilancia deja de ser exterior. El mercado único como equivalencia general y dispositivo de des-regularización de las almas.
Por todo lo alto, se celebra el final de los antagonismos. Se ha disipado el fondo rojo del aire de los años setenta. El Partido Popular vive años dorados, con finales de campaña electoral y mitines que parecen un concierto de Julio Iglesias. Saben que están cerca de consumar la normalización democrática. Los cuadros de Miquel Barcelo y películas de Almodóvar exportan el milagro español. La Transición es tomada como modelo de concordia, cuando lo que queda del ejército rojo, cautivo y desarmado, es obligado a pedir perdón por la Guerra y así poder entrar al juego de las elecciones y las gratificaciones.
Al parecer, España era un buen lugar para hacerse rico. Hay que invertir en bolsa y tomar deuda. Se acabó el compromiso y la pana. El pelotazo está al alcance de todos. Hasta el estallido de la burbuja de las punto.com, nada hace dudar de la capacidad de las nuevas tecnologías para hacer olvidar la ideología. Porque nadie muere de contradicciones, es posible llevar a la Luna los flujos de un capitalismo financiero que, desde principios de los ochenta, trabaja duro para terminar con las industrias nacionales y licuar los restos de las estructuras de clase que impedían al capital mimetizarse con la vida.
Línea abolitiva
Pero no quiero utilizar estas líneas para someter a juicio a los años noventa, menos de esta forma sumarísima. Me gustaría, en cambio, retomar ese 1992 Cava con todo y seguir la línea abolitiva que se dibuja en la época.

Dos mujeres caminan por el aeropuerto. Todavía no lo sabemos, pero son Encarna Sánchez e Isabel Pantoja. Se dirigen a Palma de Mallorca, de vacaciones. Cruzando la sala de embarque, dejan atrás japoneses con cámaras de fotos, rappers y gente más o menos moderna. Cosmopolitismo y folkclore: desde la secuencia inicial es evidente cómo Martes y Trece supieron captar el campo de ecos y cruces entre aristocracia casposa, banqueros faranduleros y demás giles pasados de vueltas. El futurismo kitsch de Locomia es lo más lejos que llega el (post)modernismo en España, nuestra Guerra del Golfo que nunca tuvo lugar, según Baudrillard.
Más allá del esperpento nacional, la interpretación delirante que hace Conchita Velasco del French Kiss de Lil’ Louis, en TVE, es la imagen de la fiesta que no termina nunca. Retrata el excedismo, la esquizofrenia con que la sociedad española convive a diario, y no solo durante los fines de semana que duran de viernes a domingo. Después de las uvas y las campanadas, una raya de cocaína y, si pinta, pastillas.

Asturias ácida
Asturias sufre la disolución de su modelo social y económico, lo que a su vez hace tambalearse su identidad nacional, vinculada al obrerismo por lo menos durante un siglo. Y sin embargo, el periodo que va desde 1988 a 1992, la lenta cancelación de la idea de futuro al decir de Franco Bifo Berardi, es vivido con optimismo. Por un lado, los sindicatos disfrutan de sus últimas victorias tras el éxito de varias convocatorias de huelga general contra los planes de empleo juvenil y precarizante promovidos por un PSOE neoliberalizado, sin careta. Y por otro, la patronal brinda por el nulo costo social que está teniendo la reconversión y la flexibilización del mercado de trabajo. Todos parecen contentos. España va bien, decía Aznar de 1996 a 2002, coincidiendo con el récord de consumo de drogas en la península. A pesar del paro y del frenazo del crecimiento, el dinero circula, las pensiones y las pre-jubilaciones garantizan el poder adquisitivo de las familias, el consumo se mantiene y los gastos ordinarios todavía no se han disparado como sucede a la llegada del euro.
El clima general no invita a hablar de malestar. Y sin embargo, la facción menos pactista de la contra-cultura que se resiste al control suave de las nuevos complejos industriales de entretenimiento desaparece, literalmente. Se mueren. Con la soledad, sufren los efectos de la pandemia de la heroína, que se recrudece con el SIDA. Para entender la crisis objetiva y subjetiva que se está preparando, se podría hablar de las campañas contra la insumisión. Sin el apoyo de los sindicatos de clase, la lucha contra el incipiente realismo capitalista es organizada por jóvenes y movimientos sociales que reaccionan contra el modelo de generación aspiracional JASP (Joven Aunque Sobradamente Preparada), en contra de una la heterogeneidad que esconden una homogeneidad vacía, contra la fantasía de que siempre íbamos a vamos a vivir mejor que nuestros padres.

Como en muchas otras provincias, en Asturias el ocio juvenil a finales de años ochenta se reduce a tomar copas en el disco-pub de turno e intentar ligar bailando la radio fórmula en la que había derivado la Movida. Un escenario que, de repente, puede volverse violento, sobre todo para las personas inquietas que se perciben distintas. Si el deseo estaba puesto en las artes, la cultura alternativa o la disidencia sexual; si uno era sensible a los mensajes de emancipación que se escuchaban en algunas canciones que de vez en cuando se filtraban en la televisión pública, no era raro estar un poco deprimido, derrotado, no encajar o, por lo menos, mostrar algo de ira con el mundo.
Aunque si no queremos caer en la negativización de las pasiones que mueven a los jóvenes que se dejan seducir por la cultura en torno a la música electrónica, más que una reacción contra una realidad que se está volviendo áspera, lo suyo sería hablar del poder de afectos tan movilizantes como la alegría y la amistad. No en vano, además de querer experimentar estados de consciencia jamás imaginados y estímulos jamás sentidos, lo que reúne a estos desheredados de “clase media” es un fantasma muy antiguo, el fantasma de un mundo que puede ser libre. Desean con fuerza crear un afuera: la capacidad de ser sorprendidos, una vida de encuentros inesperados, el reverso de la semana laboral y sus relaciones de competencia. Quieren hacer de sus gustos una forma de vida y exiliarse de la obligación de tener pareja, casarse, los hijos y pedir un crédito.
Cultura electrónica en Asturias: ¿el último movimiento popular y modernista?
¿Cómo escribir sobre un movimiento que llevaba adentro la semilla del olvido? ¿Qué relato hacer de sensaciones y experiencias evanescentes que, por su dieta bioquímica, son esquivas a la ortodoxia de la historiografía académica? ¿Es posible esquivar el presentismo de las mañanas de after y no confundir años, nombres y lugares?

Toda arqueología trata del presente y sus olvidos. En ese sentido, muchas personas nos preguntamos cómo fue que el Xixón Sound y la escena indie de los noventa impuso su hegemonía cultural, cuando en realidad era la música electrónica y sus hábitos postcapitalistas donde convergían lo moderno con lo popular, la estética, la política y la vida cotidiana, en una experimentación sobre formas alternativas de sentir el tiempo, desplazarse por el territorio y disfrutar juntxs.
El interés (geo-bio-político) por los sucesivos cambios sufridos en la Asturias contemporánea inspira este breve archivo de impresiones y anécdotas, para el que decido prescindir de una cronología estricta y de un aparato de citación exhaustivo. Pero sobre todo, a riesgo de parecer ingenuo, he querido evitar el tono lóbrego de la crónica social culpabilista. En cambio, la apuesta es por entender, positivamente, que la cultura en torno a la música de baile de los años noventa fue un movimiento colectivo porque en lo material hizo vibrar y movió a mucha gente. No hay mucho que rescatar de lo que trascendió en los medios de comunicación generalistas. Desconocimiento, amarillismo y mucho miedo a que la juventud decidiese no parar el lunes, seguir la fiesta.
El alzheimer es un mal generalizado. Pasan los años y ni los protagonistas ni las instituciones culturales han hecho memoria pública. Mientras sigue pendiente encontrar una imagen de la vitalidad vivida en Asturias de los noventa, las discotecas abandonadas son loteadas con la intención de construir chalets de lujo, como El Jardín, o MacAutos, como el caso del Oasis. La escena murió y nació varias veces, hasta que las pistas de baile de Asturias, de Llanes a Ribadeo, se quedaron vacías. Emigraron todos.

Aunque la génesis más probable del movimiento haya que buscarla en un pequeño grupo de amigos y amigas que se reúnen en varios locales de Gijón y Oviedo. Del lado capitalino, los iniciados recuerdan una fiesta en un club de Lugones. También celebraban nochevieja, pero de 1988. Fue la primera noche fuera del Almacén, vinculado a los hermanos Castillo, donde habitualmente se reúne un grupo de 100 personas. Eulogio, uno de los Dj’s que luego haría fama en los años de La Real de Oviedo, recuerda ir con sus amigos, gente de la escuela de arte, como Mario Cervero y Rob Loren, quien luego estará a cargo de las visuales de muchas fiestas. En la discoteca La Luna, esa noche, se conocen con la pandilla de Higinio, el pincha de esa noche. Es el otro clásico de los noventa. Desde muy joven, sabe de los secretos de la conexión Londres-Ibiza. Frecuentó los cierres de Amnesia y Space, donde conoció a la gente que estaba montando los primeros clubs de electrónica en sus respectivas ciudades. De aquella, su pareja era Silvia, una persona con grandes dotes sociales, cuyo carisma iba a ampliar la red de espacios para escuchar música y disfrutar de “estados de felicidad desbocados”. En su casa, en la calle Paraíso de Oviedo, no había horario. “Es donde empieza la movida”.
Restos y rastros
En la Botica, de 1987 a 1991, Higinio ponía acid house y música belga o alemana, “cosas muy cool para la época”. Liberados del clasismo del rock, la música se vive sin complejos. Adamski y Front 242 pueden convivir en la misma sesión. En la vertiente feeling, muy al principio, se escuchan guitarras con bases duras y mezclas infinitas. El mensaje es el ritmo. “¿Si era música underground? Era cool, música con espíritu de vanguardia pero popular. Si querías tener acceso a ella había que esforzarse. Pasar horas delante de la radio para poder grabar un tema. Aunque ahora que lo pienso Frankie Knuckles era underground, sobre todo en Oviedo… Al cerrar el Almacén, íbamos a La Real, años antes de fuese una discoteca de referencia. La última hora nos hacían varias concesiones. El Euro Beat daba paso a algo de hip hop. Bailábamos breakdance en medio de la pista. Antes de haber tiendas de discos en Asturias, antes de Import Music, Locomotive, The Wave o Renegate, antes de Internet, no era fácil conseguir y seleccionar música. Para comprar discos he viajado a Holanda, Inglaterra, Estados Unidos…”.

La carrera de Eulogio es paradigmática. Debuta en el Mandrágoras de Piedras Blancas delante de 25-30 personas entregadas al culto extático. Para ello, pasó tiempo entrando delante de dos platos. Quería sentirse seguro de poder vencer el miedo escénico que siempre ha sentido cuando ha puesto discos delante de público. Su relación con la música era y es obsesiva, su conocimiento enciclopédico. “En un momento dado dejé de salir. Me dediqué a pinchar e investigar. Pero en 1992 todavía no podía hablarse de circuito”. Ni siquiera se hacían flyers. Solo había una red de locales y muchas ganas de escuchar música. “En coches compartidos, recorríamos Asturias de viernes a domingo, de un club al siguiente. No había muchos controles de alcoholemia. Aunque sí recuerdo registros con perros y mucha policía con ametralladoras. Fue a la entrada de Pola. No se creía que la gente pudiera desplazarse para ver pinchar a un tío. Pensaban que éramos una red de narcotraficantes. La ruta estaba bien establecida. No había competencia. Todo el mundo se conocía. Nadie se quedaba tirado. Durante varios años, además de Almacén y Botica en Oviedo, estaba el Sextasis y Paranox en Gijón, el Mandrágoras en Piedras Blancas y el FM de Pola de Lena. En un momento dado, empezamos a desplazarnos a La Fábrika, Gijón, por la mañana. Luego abrió el Berlín como after del after, en Somió. En la Fábrika conocimos a Yayo. Él también venía de la onda siniestra. Vestía de negro y ponía el mismo sonido que nosotros. Fuimos juntos a conocer la Ruta, Valencia”.
Sesión de Jeff Mills en la desaparecida discoteca La Real, en Oviedo. Foto: Iván Martínez.
Pronto entra en juego Luis Ibañez: “una persona vanguardista… empresario, jefe y amigo”. Dicen que supo ver más allá de los prejuicios contra el bakalao y sus hábitos de consumo. Recluta a Eulogio e Higinio para el salto de escala. Los sigue desde las primeras sesiones del FM y del Cristal. Fugazmente se pasa a La Real de Avilés, que en nada se queda pequeña, para poco después empezar a hacer cosas en Gijón. “Nadie quería seguir poniendo música siempre en La Botica. Queríamos discotecas grandes.”
En mayo de 1993 estalla el escándalo del Petromocho. Tras la salida de Vigil, Trevín prepara el camino para las primeras elecciones democráticas que pierde el PSOE. La izquierda se obsesiona con volver atrás en el tiempo, congelar el reloj en el estado del bienestar. Para ello cuentan con su tropa: Víctor Manuel y Ana Belén, con Antonio Flores y Manolo Tena en el escenario, desfilan por Gijón con la retaguardia progre, el canto del cisne de una época. Con todo, nada lograr frenar la velocidad de los domingos a mediodía en La Real de Gijón, la actual Sala Acapulco. El club explota de gente. La programación es una mezcla de incipientes nombres locales con alguna que otra estrella internacional, como Pascal Kleiman, Dj Rob o John Aquaviva, quien se queda a dormir en casa de Eulogio, como muchos Dj’s de paso por Asturias. Se genera un entorno de influencia y colaboración entre artistas, una forma de familia no sanguínea que se extiende al público. “Tal vez era la pureza del éxtasis. Pero el buen rollo no era normal. La gente ponía su coche o lo que hiciera falta”. Sin conocerse de nada, más allá de su educación o procedencia social, movidas por las mismas intensidades, las personas podían en cuestión de horas llegar a una intimidad capaz de extenderse de por vida.
Entre tantos otros nombres, Eulogio le sugiere a Ibañez programar a Liberator, a quien conoce en 1992, en un Londres que sigue bajo los efectos del Segundo Verano del Amor. Allí viaja a pinchar con Higinio en varias raves. Se cruzan con Chris Liberator en una tienda y empieza un intercambio. “No eran promotores, pero les gustó mucho Asturias. Coinciden con nosotros en gustos. Es el sonido anterior a la irrupción de Underground Resistence. Todavía se escucha GOA, pero más acelerado. En Asturias empezamos escuchando trance, pero por influencia de Madrid, del Ommen, Attica y New World, la velocidad de los bpms se revoluciona. La cosa se pone hardcore, más y más extrema”.

De vuelta a 1994, el éxito de las sesiones de La Real de Gijón es total. Higinio, Luis Ibañez y algunos otros viajan a Burdeos, a un festival. Allí descubren que es posible seguir acelerando, que la electrónica es capaz de hacer vibrar miles de personas bajo un clima comunitario. Entonces se decide cambiar Gijón por Oviedo. Dar el salto de los conciertos de rock y las noches de música comercial sin demasiada personalidad a una sucesión de carteles de culto. La fórmula se repite Dj’s residentes que pinchan sesiones de 8 horas y, cada quince días, nombres internacionales entre las que destacan los Derrick May, Dave Clarke o Ben Sims “Si bien desde el principio, desde los domingo en Luanco, la gente se desplazaba para escuchar música desde Castilla León, País Vasco y Galicia, ahí empieza la masificación, se trasciende las fronteras de Asturias”.
¿Por qué se llena La Real de Oviedo? “Era algo que no se hacía en ningún sitio”. La arquitectura y la relación entre imagen y sonido solo eran comparables a Florida 135, en Fraga, Huesca. “Se mezclaba el público muy conocedor, que sabía donde iba, con mucha gente iba a descubrir algo distinto”. “Este finde a lo moderno”, se decía en algunas pandillas. Con ese genérico ponían nombre al efecto llamada de un ambiente y un sonido donde la repetición era repetición de lo distinto, un nuevo maquinismo. Y no les faltaba razón, porque los años que van de 1994 a 1998 son años de mutación constante en la estética sonora, de evolución incesante. Productores de todo el mundo no ceden a la nostalgia y dejan llevar su imaginación a un futuro post-humanista, al que hacen referencia directa en el mismo título de sus tracks. En 1995, se consuma el tránsito del techno al acid house dominante desde finales a los ochenta. Los biorritmos se acercan a lo espasmódico, la cultura se retuerce hacia adelante. La creatividad sueña con nuevos espacios por descubrir, bifurcándose en cientos de subgénero y cruces a cada cual más novedoso. Quitando el jungle y el drum and bass, que pegan fuerte en Andalucia, todos tienen sus adeptos en Asturias.
¿Le pertenece al capitalismo todo lo que se produce y se consume bajo el régimen capitalista? Lo que es seguro es que cultura en torno a la música electrónica generaba adicción: “Lo pasabas tan bien que no te querías pirar. Yo corté con las drogas bien al principio. Pero quería seguir un poco más, aún sabiendo que tocaba parar después de un día y medio. Me daba pena irme, tanto que dormía un rato y luego volvía. Hace años que no lo paso así.” Las drogas y la indumentaria urbana sufren una transformación similar. Del speed y los cartones de ácido se pasa a una base de éxtasis mezclado con todo tipo de substancias. La psicodelia de los años sesenta vuelve. La nefasta película de The Doors filtra entre la juventud la idea de que hay vida más allá de los estrechos límites de la sociedad de consumo. ¿Retrofuturismo? A juzgar por la trascendencia de la marca Pho, omnipresente durante los años del Rocamar de Gijón, los pantalones de campana eran compatibles con las gafas Oakley y la cultura cibernética. Las reflexiones sobre la simulación y la realidad virtual de Matrix, paradójicamente, marcan el principio de la desaceleración, la domesticación y decadencia.
Pasión y profesionalización
En cuestión de dos años todo se dispara. Los desplazamientos físicos (y mentales) proliferan, aunque pasan a centralizarse en el eje Oviedo-Gijón. En parte, se pierde esa experiencia de estar siempre de tránsito, en medio de ninguna parte. En las ciudades hay dinero en juego. “Al principio, con lo que ganaba pinchando, no tenía ni para la gasolina ni para comprar vinilos. Los discos eran de la discoteca. Pinchabas con la colección del club. Por eso abrí una tienda, para tener acceso a música. Lo hacía porque lo pasaba de puta madre. No aspirabas a vivir de ello. Perdía dinero, pero quería desesperadamente que llegase el fin de semana siguiente.”

En Oviedo, La Real vive sus mejores años coincidiendo con la irrupción del sonido Birmingham, otra ciudad con pasado obrero, lluviosa y pendenciera. La primera vez que Surgeon se emborracha es en Asturias, una mañana en La Fábrika, después de su primera y exitosa aparición en Asturias. “Para las dimensiones de equipo y espacio que tenía La Real de Oviedo, era el sonido perfecto. Aquella potencia movía los altavoces, cuando 2000 personas encendidas te pedían caña. Te incitaba a pinchar cada vez más fuerte”. La atmósfera y el ambiente se vuelven progresivamente más oscuros. Los ritmos no paran de acelerarse, se hacen más duros e hirientes. Los noventa avanzan hacia el punto límite, su disolución al ritmo del crecimiento exponencial de beats por minutos.
Volviendo a la perspectiva económica: “empecé a cobrar más y pude permitirme vivir de esto. Se cobrara por cada día pinchado, no había contratos. Cuando se habrían todas las barras, incluido el parking, en La Real trabajaba un montón de gente, también por semana repartiendo publicad. Ahora bien, no era trabajo de verdad. Se cobraba por hora”. Hoy sabemos que este tipo de relación entre trabajo y entusiasmo tiene nombre, se llama economía informal. Pero durante los años de las empresa de trabajo temporal, cuando era posible no perder de vista el horizonte del mileurismo, parecía más importante pasarlo bien que llegar al lunes fresco. “Hasta el 2000, la gente tenía trabajo, coche y pasta. Se vendían muchos discos y mesas de mezclas, que funcionan como una forma de distinción, porque en realidad nadie le dedicaba suficiente tiempo ni se interesaba por la producción.”
La inercia y la visión empresarial de Luis Ibañez hacen que al primer Aquasella de 1997, con un modesto pero contundente cartel integrado por Óscar Mulero, Pepo, Cristian Varela, Frogmen, Rudy, Eulogio, Higinio y Monika, fuesen 1000 personas, al segundo 2000 y al tercero 5000. “Por supuesto, hubo errores y fiestas que fracasaban estrepitosamente. Era mucho el movimiento de pasta, con pérdidas importantes ”. De repente, parece que hay demasiada programación. En un primer momento, los ayuntamientos incentivan festivales como Phonotica, en Gijón, celebrado por primera vez en 1999, del que luego se retiran. Se producen choques, se acaban amistades de años y la escena se divide. “Asturias se quiere parecer a Madrid y Barcelona. El residente pierde importancia frente a los invitados. La contra-programación y la rivalidad abundan. Hubo mucha estrategia comercial kamikaze que no funcionó. Demasiados promotores y mucha especulación”.
Rápida coda fisheriana
Si antes hablamos de una cuota de acidez y psicodelia que ayudaba a disolver las clases sociales al favorecer el espíritu comunitario, de la noche oscura que sigue entrado el día emerge la paranoia. La cocaína alimenta las pasiones más tristes, individualiza la experiencia e inmuniza contra los placeres del cuerpo. Antes que bailar, la gente prefiere hablar, con frecuencia solos, de monólogo con ellos mismos. El consumo abusivo discurre en paralelo a los excesos del capitalismo financiero que desembocan en la crisis de 2008, la competitividad extrema entre personas y el rumbo bipolar que toma la historia. “Todo se volvió más violento. Había muchas peleas”. Así como el interés por las artes visuales o la moda, los cuidados desaparecen de la política nocturna. “Era frecuente ver a gente pasarlo mal. Con el cascos de la moto agarrado fuerte la mano, amenazantes, cada uno con su colocón”.

El des-control salta tanto a la vista que La Real empieza a ser presionada vecinal y policialmente. La élite ovetense que madruga para ir a misa o comprar el pan no tolera ver gente pasárselo así de bien, a pleno luz del día, tan tomada por estímulos e instintos, en pleno centro. Los coches con la música a todo volumen tampoco son bien recibidos. La instituciones públicas empiezan programas de “ocio alternativo”. En Gijón, Abierto hasta el amanecer mezcla cultura y deporte. Es la cara amable de su particular war on drugs, con la música electrónica y la cultura de club como chivo expiatorio de algo que no comprenden.
Siguiendo los análisis del crítico cultural Mark Fisher, no resulta aventurado concebir estos conflictos en torno a los modos de disfrute en espacio público como una cuestión política. Por un lado, está el concepto de impotencia reflexiva que el autor inglés utiliza para dar cuenta de toda una generación de jóvenes nacidos en los años ochenta que siendo conscientes de que las cosas no andan bien, no creen que puedan hacer mucho al respecto. El estado de dejarse ir, de abandono de uno mismo, de sentirse fatalmente atraído por un horizonte de colapso necesario, por lo demás, es inseparable de la experiencia de vivir en la Asturias durante y después del cambio de siglo, donde la depresión se ha convertido en un problema de salud mayor. Que los jóvenes se entregasen a las intensidades de la cultura electrónica, jugando con los límites de su cuerpo y su mente, es reflejo de los síntomas que Fisher describe como anhedonia: un más allá del principio de placer, la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea perseguir un tipo de goce disperso y desapasionado.
En las ruinas del mundo del salario y los servicios universales, en esta realidad fragmentada de conectividad innegociable, parece estratégica la posición que ha adoptado cierto progresismo cuando lamenta la desaparición de instancias disciplinarias como la familia o la fábrica. Son los que siempre han marcado distancias con la potencia del placer y del disfrute colectivo, los que se escandalizan cuando se habla de libidinizar las luchas. Ahora bien, como sucedió durante los años de la contra-cultura y el movimiento hippie, si se puede extraer alguna enseñanza de los años noventa y la vital relación que se dio entre ocio y formas de existencia bajo el paraguas de la música electrónica, es que existen las condiciones para liberarnos de la escasez que el capitalismo enarbola como el principio constitutivo de lo social. Seguir la línea techno y acelerar en la disolución de las estructuraras de dominación. Tomar consciencia de que se puede trabajar menos y determinar las propias necesidades y satisfacciones. Decidir cómo queremos vivir la vida. Como dejó escrito Fisher en las primeras páginas de su libro inconcluso, Comunismo ácido, “en vez de intentar una superación del capitalismo, deberíamos enfocarnos en lo que el capital debe obstruir siempre: la capacidad colectiva de producir, cuidarnos y disfrutar”.
* Todas estas declaraciones y reflexiones forman parte de un proyecto de investigación en curso, un documental sobre la cultura en torno a la música electrónica de baile en la Asturias de los años noventa. Junto con Raúl García y la productora audiovisual Menta llevamos más de un año haciendo entrevistas y reuniendo documentos sobre esta historia de los años noventa.