En estos momentos deberíamos estar preparándonos para un nuevo tiempo, que no solo será de emergencia “climática”, sino que hay que verlo como un hecho global e interdependiente provocado por la acción humana. Este nuevo momento afectará a toda la población en todas las partes del planeta, especialmente con mayor devastación entre las personas y colectivos más vulnerables.
En mi opinión, hay dos cuestiones interrelacionadas que están frenando la puesta en marcha de un programa de emergencia sociosanitaria, demográfica y climática: por un lado, la concentración de la riqueza y del poder económico; y, por otro lado, la inestabilidad no solo económica sino en todos los ámbitos de vida que aletarga y anestesia una respuesta contraria al poder económico y que dirige algunas decisiones políticas con consecuencias, no solo de presente sino que principalmente de futuro, con el empobrecimiento de la ciudadanía y de las trabajadoras y trabajadores y con la pérdida de derechos como por ejemplo: los derechos de las mujeres y los derechos del colectivo LGTBIQ+.
Podríamos entrelazar con lo anterior dos elementos fundamentales que deben ser tenidos en cuenta: en primer lugar, el pluralismo político parlamentario obliga a negociar y limita el poder de cualquier grupo mayoritario, es decir, es positiva la presencia en las cámaras de los partidos que representan los intereses de la ciudadanía -dentro del orden constitucional- y rompan con el bipartidismo; la separación de poderes ejecutivo, legislativo y judicial y de estos con el poder económico, y que no exista la posibilidad de “puertas giratorias” ni de cualquier otra situación que pueda pervertir la vocación de servicio público y de búsqueda de bien común de quienes participan en la vida política de partidos de forma activa.
Acción en el pasado Día Mundial del Medio Ambiente. Foto: David Aguilar Sánchez.
Pero, en concreto, ¿qué podemos hacer para reducir los impactos de la emergencia climática? Por un lado, optar personal e institucionalmente por medidas que disminuyan aquellos elementos que incrementan la temperatura del planeta como, por ejemplo: establecer zonas de bajas emisiones, facilitar los desplazamientos a pie, promover el uso de la bicicleta y el uso de transporte público compartido -fundamentalmente el tren- frente a “rondas norte”, así como impulsar un modelo turístico sostenible y empleo verde, la utilización de energía renovable en edificios públicos y privados, etcétera. En el nivel local, si optamos por un consumo de kilómetro cero requerirá menos desplazamientos y, por tanto, menos emisiones. Esta decisión influirá en una perspectiva global de consumo y comercialización y, por tanto, no será necesaria la ampliación de aeropuertos como el Prats o el puerto de Valencia. También podemos derivar el consumo local hacia nuestras tiendas de barrio y cooperativas de proximidad (Coop 57) de productos alimentarios (Catasol, Agrecoastur,..) y también energéticas como Astuenerxía. Por otro lado, y a la vez, tenemos que ir adaptando nuestra ciudad a las posibles consecuencias directas e indirectas de la emergencia climática: aumento del nivel del mar e inundaciones, sequías, incendios forestales, movimientos migratorios, instalación de defensas marinas, etcétera.
Estos días estamos viendo, con la erupción del volcán Cumbre Vieja de La Palma en Canarias, al menos dos hechos a tener muy en cuenta: las investigaciones científicas nos han señalado el camino, y hasta el momento no ha habido ninguna persona fallecida. La Ciencia no es exacta porque la naturaleza está viva. Por tanto, hay que escuchar y planificar en base a las orientaciones científicas y a las necesidades demandadas por la población. Y el segundo hecho es que es posible la coordinación y las buenas prácticas cuando quienes deciden y quienes actúan tienen un mismo objetivo. Un ejemplo concreto es el proyecto de evacuación de personas con movilidad reducida y de animales.
Quiero destacar del proyecto de intervención de La Palma, la elaboración de un censo de personas con movilidad reducida ante situaciones de urgencia y/o emergencia. Es el momento de activar en nuestras poblaciones una propuesta que nos sitúe preventivamente en lo que está por venir. En torno al 2008, cuando participé en la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Trabajo Social de Asturias se presentó, a la Administración Pública Asturiana y a la Federación Asturiana de Concejos, un proyecto de ámbito autonómico que se denominaba URGEMAS que pretendía dar respuesta social a las situaciones de urgencias y emergencias en todo el territorio asturiano, tanto en catástrofes naturales como en otras situaciones derivadas de emergencias y urgencias que lo requiriesen. Ese proyecto quedó en el cajón tras el inicio de la crisis económica. Pero es el momento de sacarlo y aprovechar la propuesta y adaptarla al futuro que está por venir. Muchas son las intervenciones preventivas que habrá que hacer, pero la atención psicosocial de la población es la primordial. Primero, las personas, sobre todo, aquellas en situación de desventaja.
Algunas personas piensan que esto es algo que no nos va a tocar, algo lejano geográfica y temporalmente. Pero, no es así. Gijón, según un estudio de Climate Change, es “uno de los 15 puntos negros de la costa española con más riesgo de experimentar inundaciones en los próximos diez años” y “los barrios más afectados serán El Natahoyo, Poniente, el centro y el Rinconín, además que el agua cubrirá El Musel, el puerto deportivo, el recinto ferial y llegar hasta El Molinón”. También “afectará a otros municipios como Avilés, Navia o Villaviciosa, además de perderse las playas asturianas más populares del oriente y del occidente”.
Tenemos tiempo para reducir el impacto y mejorar el futuro que ya está aquí, depende de nuestras decisiones personales e institucionales.