Putin y la campaña de Ucrania

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Tino Brugos
Tino Brugos
Es historiador, profesor de enseñanza secundaria y miembro de la dirección del sindicato SUATEA.

Apenas han transcurrido 36 horas y la campaña de Ucrania parece que se decidirá en un plazo de tiempo corto. En el momento de escribir estas líneas, viernes 25 de febrero por la tarde, las tropas rusas han hecho presencia en  la ciudad de Kiev y todo parece indicar que Ucrania, en su soledad, no podrá resistir mucho tiempo el embate de la gran potencia dispuesta a imponer su orden.  Si ocurriera así, se habría evitado un baño de sangre y destrucción, porque estremece recordar cuáles fueron las consecuencias que la resistencia significó para Grozny, capital de Chechenia, en los años noventa del pasado siglo, donde no quedó un solo edificio intacto. Con sus tres millones de habitantes, una resistencia al estilo checheno sería un acto de barbarie y destrucción que dejaría la experiencia del cerco a Sarajevo, también en los años noventa, como un acto de aficionados.
Pero este éxito inmediato, tendrá como consecuencia la aparición de un nuevo escenario político en el que habrá que valorar cuáles son los verdaderos objetivos rusos y cómo se aprestan a cumplirlos. Una campaña corta permitirá ahorrar sufrimiento pero la gestión posterior abre numerosos interrogantes sobre el curso político de lo que está por venir. Al margen de lo impresentable y condenable de la opción elegida por Putin, conviene recordar que cada una de las partes en conflicto esgrime sus razones y conviene hacer una valoración de las mismas para intentar comprender  cuáles son los motivos de forno de este conflicto. 

Olaf Scholz y Vlandimir Putín. Foto: Twitter Putin.


En lo que se refiere a Rusia, su queja principal se centra en la denuncia de la expansión de la OTAN hacia el este y acercamiento a sus fronteras, denunciando el desarrollo de una política de cerco que lesiona sus intereses y pone en peligro la seguridad de su país. Para evitar esto, su propuesta pasa por autoasignarse un derecho a intervenir en lo que eufemísticamente denominan los estrategas rusos, el extranjero cercano. Esta intervención nos llevaría, en la práctica, a ejercer algo parecido a lo que en la época colonial se denominaba protectorado en los que la nación protegida tenía derecho a un gobierno indígena, pero era tutelada en asuntos como la política exterior. En la práctica, se trataría de aplicar una adecuación actualizada de la soberanía limitada que se aplicaba en tiempos de la URSS a los países del este que quedaron bajo la zona de influencia soviética tras los acuerdos de Yalta. No hay más que recordar las experiencias de Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1968, para entender su significado. Pero los tiempos han cambiado mucho. Desaparecidos los bloques hace treinta años, intentar revivir esa política, ahora con los nuevos estados surgidos de la extinta Unión Soviética significa una total incomprensión de la arquitectura en la que se sostienen las relaciones internacionales en el siglo XXI. A modo de disgresión, conviene no perder de vista que esta misma situación podría reproducirse perfectamente aplicada a los estados bálticos, con los que Rusia mantiene unas difíciles relaciones y en los que no faltan motivos que puedan usarse como pretexto, tal como ha ocurrido en el caso ucraniano.

“Rusia denuncia la expansión de la OTAN hacia el este y acercamiento a sus fronteras”


Por su parte, Ucrania alega su derecho a ejercer libremente su soberanía como estado, internacionalmente reconocido e integrado en el sistema mundial, surgido tras la disolución de la URSS sin tener que autolimitar sus opciones en función no de sus propios intereses sino los de su poderoso vecino. La aparición del nacionalismo ucraniano a mitad del siglo XIX, es un caso paradigmático de lo que los clásicos del marxismo denominaron erróneamente “pueblos sin historia” para hacer referencia a las dificultades para que pudieran consolidarse colectividades nacionales que no habían disfrutado de alguna estructura estatal en épocas históricas anteriores. Menos de cien años después, coincidiendo con el periodo de entreguerras, Ucrania se convirtió en un factor político importante capaz de intervenir y condicionar desarrollos políticos en el proceso revolucionario ruso, en Polonia, Alemania, Checoslovaquia o Hungría, por citar los estados vecinos directamente implicados convirtiéndose en un referente de los procesos de articulación nacional.

El presidente Volodímir Zelenski y el canciller Olaf Scholz. Foto: Twitter Zelenski.


La gestión del divorcio posterior a la época soviética, que comenzó con relaciones muy cuidadosas (renuncia al armamento nuclear heredado, negociación sobre Crimea, garantías para la flota rusa del Mar Negro y puerto de Sebastopol), no ha evitado que finalmente choque con los intereses del vecino que se considera con derechos de propiedad histórica sobre el solar actualmente ocupado por Ucrania. 
En esta crisis de relaciones Rusia está utilizando sus cartas, un poderoso ejército para amenazar, y finalmente invadir, y sus reservas en materia de fuentes de energía para intentar evitar que nadie acuda en ayuda de Ucrania. Por su parte, Ucrania intenta hacer valer sus derechos como estado soberano para poder decidir libremente su destino, su alineamiento político en el plano internacional, sin tener que someterse a ninguna cortapisa ajena. El ciclo actual de enfrentamiento se inicia en el año 2014 con la revolución de Maidán aunque conviene recordar que sus gérmenes son anteriores. En efecto, antes de que se produjera ese estallido de indignación popular, la política ucraniana venía girando ya en torno a la contradicción que suponía una política exterior autónoma (es decir, mirando hacia Occidente) o cultivar los lazos con Rusia tejiendo una red similar a la seguida por Bielorrusia que, después de treinta años, no ha logrado situarse en el tablero internacional como estructura estatal autónoma de los designios rusos. De aquella, la respuesta de Rusia fue la de cerrar la llave del gas para intentar someter a Ucrania por medio del frío, posteriormente llegó la tormenta que se manifiesta ahora con toda su crudeza. Situados así los ejes políticos e ideológicos en los se mueve cada una de las partes, se puede analizar mejor los diferentes elementos que intervienen y moldean el conflicto. Aunque existe la posibilidad de numerosos aspectos a valorar, en mi opinión personal, los más significativos serían los siguientes: 


1/ La victimización de Rusia. 

Sorprende escuchar como argumento principal de Putin, para anunciar el inicio de la invasión, la imagen sufriente de Rusia que aparece como víctima de una múltiple conjura. Por un lado la OTAN y su política de ampliación con el objetivo de cercar el país y por otro, el sufrimiento del pueblo ruso que vive dentro de las fronteras del estado ucraniano (Dombás) sometido a un genocidio. Ocurre muchas veces que algunas palabras, de tanto usarlas, pierden su significado orginal y esto es lo que ocurre con el concepto de genocidio, máxime aplicado al caso de Dombás, donde están presentes desde el estallido del conflicto numerosos observadores y organismos internaciones con misiones de mediación y supervisión del alto el fuego. Es del todo imposible aplicar este concepto a los hechos, lamentables, que se vienen sucediendo en la zona. Sin embargo, si el conflicto se ha mantenido en caliente es porque su permanencia ha sido un elemento útil para facilitar la injerencia rusa en los asuntos internos de Ucrania. 

El ministro ruso de asuntos exteriores Serguéi Lavrov. Foto: Twitter Ministerio Ruso de Asuntos Exteriores.


Parece evidente que en un estado como Ucrania, atravesado por diferentes ejes de división, la solución federal estaba llamada a ser la única posible antes de que se iniciara la fase actual del conflicto. La actitud jacobina y centralizadora del modelo estatal ucraniano, lejos de ofrecer consistencia, ha sido un elemento que ha facilitado el desarrollo de una creciente desafección de la población de las áreas del este donde el componente ruso es mayoritario. Surgido como un enclave industrial y minero en el siglo XIX, el desarrollo desigual y combinado del capitalismo decimonónico quiso que se poblara con contingentes de campesinos rusos proletarizados al tiempo que el resto de lo que luego sería Ucrania se mantuvo en un profundo atraso rural. Por ello el cuidado exquisito de las referencias culturales es un elemento central en el que las autoridades ucranianas no siempre han actuado correctamente, por ejemplo en lo referido a la igualdad y oficialidad de la lengua rusa.

Unidades de la Guardia Nacional de Ucrania realizan ejercicios cerca de la frontera con Rusia en enero de 2022. Foto: Ministerio del Interior de Ucrania


Algunas voces de izquierda lamentan ahora haberse mantenido de perfil durante estos años frente al conflicto del Dombás, sin darse cuenta de que durante este tiempo el conflicto ha permanecido en estado latente y ha eclosionado en función de los intereses coyunturales de Rusia, que lo ha instrumentalizado a su conveniencia y no a una mayor o menor sensibilidad de la opinión pública internacional. 


2/ La sorprendente guerra relámpago de Rusia


Pocos analistas apostaban por un desenlace del conflicto en el terreno militar. Convencidos de que Putin jugaba con las cartas que le favorecen, se decía que había una actitud fuerte y enérgica de presión, pero que no se llegaría finalmente al inicio de las hostilidades. Con estas ideas, mucho más difícil era prever que, una vez iniciada la guerra, fuéramos a asistir a una guerra relámpago como la que estamos conociendo. Sin embargo, había algunos elementos que podrían haber inducido a pensar que esa opción era posible porque hay antecedentes a tener en cuenta. Así, la guerra en el año 2008 en Georgia, que cortó en seco la modificación del status quo impuesto en la zona al que aspiraba el gobierno de Tbilisi y que acabó con la declaración de independencia de Osetia del sur y Abjasia, es un claro precedente del modo de intervención del ejército ruso que posteriormente se repitió, con una intervención fulgurante y milimétricamente organizada en Crimea. 
Los informes de la inteligencia americana que no quisimos creer porque considerábamos que venían a agitar unas aguas en las que la OTAN iba a sacar sus beneficios, eran correctos en esta ocasión. Putin practica una política de hechos consumados. Así lo hizo en el Cáucaso o en Crimea y así será en Ucrania donde impondrá previsiblemente un nuevo orden bajo un gobierno diferente al actual al que no le quede otra opción que someterse a las limitaciones impuestas desde Moscú para salvar lo quede de un estado que no tiene capacidad para hacer frente a una ofensiva semejante. En un enfrentamiento claramente asimétrico, los futuros gobernantes ucranianos serán impuestos por Rusia y se cuidarán mucho de explorar opciones políticas que puedan transgredir los límites impuestos por el hermano mayor. 

El buque USS George HW Bush. Twitter: OTAN


La inteligencia de Putin se ha manifestado en el momento elegido para actuar. En un mundo paralizado por la pandemia en el que los Estados Unidos han tenido que digerir con asombro una vergonzosa retirada de Afganistán tras el retorno de los talibanes (firmada, por cierto, por Donald Trump, tan coincidente en muchos aspectos con los valores y las formas de Putin) y con una Europa que sigue teniendo serias dificultades para encontrar una política común. Putin ha jugado a dividir en el escenario internacional, diferenciando entre interlocutores al negar ese papel a Europa frente a los Estados Unidos, estrechando lazos con China que, en esta ocasión, puede mirar de reojo hacia Taiwan a la espera de la evolución de los acontecimientos. Todo esto son elementos con los que se ha desarrollado la partida previa mientras se organizaba por debajo el despliegue y preparación de los aspectos militares de la campaña. 


3/ El pretexto de la desnazificación de Ucrania y la memoria histórica


Ha sorprendido el pretexto de aspirar a desnazificar al gobierno ucraniano por su contundencia y valor argumental. Al hacerlo, Putin intenta revitalizar la narrativa partisana de los años heroicos de la II Guerra Mundial. Se trata de un argumento delicado y malintencionado que busca una propaganda fácil en una tierra que todavía no ha digerido en condiciones los acontecimientos ocurridos en aquella época. Conviene recordar aquí que la URSS puso veinticinco millones de muertos durante ese periodo y que, debido al sufrimiento padecido, las  potencias internacionales decidieron reconocer como estados soberanos a Ucrania y Bielorrusia en las nacientes Naciones Unidas. Visto desde una perspectiva planetaria, el conflicto se dirimió en torno a un eje, fascismo o democracia, pero aplicado ese mismo eje a la realidad de cada uno de los territorios en los que se desarrolló el conflicto, aparecen diferentes actores políticos y procesos políticos propios que  quedaron subsumidos en un conflicto superior. La experiencia china que culmina con el triunfo de Mao en 1949 puede ser un ejemplo. El conflicto local previo se integra en el puzzle internacional y se modifica para reaparecer tras la contienda mundial. Algo similar ocurrió en el espacio ucraniano donde el eje fascismo-democracia se complica con la lucha contra la ocupación polaca de Galitzia o la contradicción entre independentismo esencialista frente a federalismo soviético

“La propaganda estalinista tildó siempre al nacionalismo ucraniano de nazi sin ningún tipo de matiz”


Derrotado tras los acontecimientos posteriores a la I Guerra Mundial y a la revolución rusa, el nacionalismo ucraniano se vio obligado a un repliegue y a esperar una coyuntura que permitiera la revisión del orden mundial de aquella época. Tres núcleos diferentes alimentaron el exilio derechista durante el periodo de entreguerras. El ascenso del fascismo alemán abrió las puertas a ese posible cambio (anexión de Austria, reparto de Checoslovaquia, tratado Molotov-Ribbentrop que se repartía el este en zonas de influencia) pero los planes de Hitler no divisaban un estado ucraniano. Los nacionalistas, que acogieron favorablemente la invasión de la URSS, pronto comenzaron a desarrollar su propia agenda política y en 1943 estaban en medio de un enfrentamiento cruzado con soviéticos, polacos y alemanes a lo que habría que añadir el factor judío. El resultado fue una salvaje carnicería que se prolongó en el oeste de Ucrania hasta 1949. Resistir hasta ese momento a un Stalin victorioso sobre el fascismo sólo fue posible por el enraizamiento del nacionalismo independentista frente a los soviets. 

Maniobras militares del ejercito ucraniano previas al inicio del conflicto. Foto: El Salto.


La propaganda estalinista tildó siempre al nacionalismo ucraniano de nazi sin ningún tipo de matización, pese a que hubo una evolución de sus planteamientos polítcos e ideológicos que hasta hoy han sido ninguneados. En la narrativa soviética sólo hubo fascismo en Ucrania y un vacío en el campo revolucionario que oculta otro hecho terrible. Coincidiendo con el periodo de la revolución y el inmediatamente posterior, en la década de los años veinte surgieron propuestas soberanistas de izquierda procedentes del campo socialdemócrata y social-revolucionario creando sus propios partidos comunistas (los ukapistas). Ante la negativa de la III Internacional a su admisión, sólo tuvieron la opción de incorporarse al partido bolchevique donde ocuparon puestos dirigentes hasta que se produjo el ascenso del estalinismo que acabó físicamente con todos ellos. En estos hechos tenemos que situar el vacío de referentes de izquierda en el caso ucraniano que se mantiene hasta la disolución de la URSS. Para las generaciones actuales reivindicarse del comunismo de la época soviética significa identificarse con un periodo que ofrece muy pocos atractivos. 

“La acusación de nazismo simplifica cualquier análisis”


La acusación de nazismo simplifica cualquier análisis. Las corrientes anticomunistas son fuertes en los estados del este y en los surgidos de la URSS. La presencia de elementos de extrema derecha es innegable en el actual mapa político pero reducir todo a esa explicación excluyente es una grave miopía política además de una mentira que Putin utilizará para jugar con una memoria histórica compleja. 


4/ Las consecuencias económicas y el proceso de transición ecológica


Este apartado tiene una importancia especial puesto que las guerras, por lejanos que sean los escenarios en los que se desarrollan, acaban siempre afectándonos. Hemos visto cómo actuaciones en países lejanos como Irak o Afganistán, al final han generado consecuencias, en muchos casos dolorosas, en nuestro propio país. Parece claro advertir que este nuevo conflicto, en un escenario europeo, tendrá repercusiones inmediatas y evidentes en nuestra propia economía, más importantes en la medida en que el conflicto se alargue en el tiempo. De entrada, la recuperación económica tras la pandemia se verá lastrada por este acontecimiento imprevisto que influirá de forma notable en el precio de la energía, señalada ahora mismo como responsable principal de la espiral inflacionista que sacude nuestros bolsillos.

“Convocar a movilizaciones en contra de la guerra y la OTAN y pidiendo el desmantelamiento de las bases militares supone un confuso discurso”


Por otro lado, no podemos esconder el hecho de que la guerra y las sanciones adoptadas por la comunidad internacional contribuirán a complicar el proceso de transición ecológica en el que Europa se encuentra inmersa. De entrada el abastecimiento de gas y petróleo, en donde Rusia juega un papel muy importante para algunos países de la Unión Europea, hará más visible aún nuestra falta de soberanía energética y obligará a diversificar las importaciones, hecho que sin duda, beneficiará los Estados Unidos que nos abastecerá con material producto del fracking, con precios más elevados, cuya demanda incrementará los efectos negativos de esta técnica sobre la sostenibilidad del planeta. Todo ello sin llegar a considerar la posibilidad de modificar la agenda descarbonificadora para combatir el cambio climático, algo que solo se podría vislumbrar en el supuesto de un agravamiento y prolongación del conflicto lo que en apariencia no es el caso que nos ocupa.  


5/ La izquierda y el conflicto actual


Desde el final de la Guerra Fría hemos asistido a una creciente desorientación ideológica en ciertos sectores de la izquierda, anclados en la añoranza de una época en la que los manuales nos decían quiénes formaban parte del grupo de los buenos y los malos. La disolución de la URSS ha llevado a asumir otro planteamiento, igual de simplista, que parte de la existencia de dos campos, el imperialista, representado por los Estados Unidos y la OTAN, y el antimperialista donde se integran en forma de macedonia, todos los elementos enfrentados al anterior, desde la revolución islámica de Irán, el bolivarianismo, el Baaz sirio de Bacher el Assad, etc. Es lo que se ha dado en llamar el campismo
Los diferentes conflictos ocurridos desde entonces han venido marcados por un posicionamiento ad contrario; en lugar de ser el resultado de analizar las fuerzas enfrentadas en cada conflicto y los valores que cada una impulsa desde una perspectiva emancipadora. Este método ha llevado a defender supuestas posiciones de izquierda en conflictos en los que se luchaba por intereses ajenos a los de las poblaciones. En los últimos años, la imagen de Putin se ha convertido en una figura ascendente dentro del mundo del campismo al identificarse con posiciones siempre enfrentadas a los Estados Unidos. Esto ha significado ásperos debates entre diferentes corrientes de izquierda, valoración positiva de su intervención en Siria y, por lo tanto, el mantenimiento en el poder del tirano Bacher el Assad, apoyo a la tiranía de Gadafi, nostalgia de un socialismo inexistente y defensa de Milosevic en los conflictos balcánicos, etc

Asturies pola paz. Foto: Luis Sevilla


El conflicto de Ucrania puede reabrir estos debates nuevamente, aunque la contundencia de su agresión e invasión hará difícil encontrar argumentos para defender la posición oficial rusa. En todo caso, esos planteamientos se están manifestando ya desde el comienzo. Convocar a movilizaciones en contra de la guerra y la OTAN y pidiendo el desmantelamiento de las bases militares supone un confuso discurso en el que, en apariencia, se acusa a la OTAN de ser el agente causante del conflicto y se esconde el nombre de quien tiene toda la responsabilidad en el inicio y desarrollo del mismo. Hay un elefante dentro de la habitación, pero parece que nadie lo ve o, cuanto menos, quienes están dentro parece que se han puesto de acuerdo para no verlo, ni señalarlo. Es un claro ejercicio de nostalgia disfrazado de buenas intenciones. Si no se nombra aquello que nos divide o nos incomoda, es posible que podamos realizar alguna iniciativa pacifista, aunque sea al precio de incluir un análisis de la realidad falseado desde el comienzo. Al final, la buena intención se convierte en perversa porque ofrece como resultado el ocultamiento de quien tiene la mayor responsabilidad en este conflicto.

Todo lo anteriormente dicho no debe dar pie a ninguna duda acerca de la necesidad de mantener una posición anti atlantista denunciando hasta la saciedad la vocación militarista de esta organización y su función de brazo armado del capitalismo internacional. Igualmente conviene recordar la necesidad de recordar a nuestros gobernantes que la incorporación de nuestro país a la OTAN se realizó de forma traumática y condicionada por un compromiso de no participación en la estructura de mando militar. La OTAN merece todas las condenas del mundo y no cabe nada más que la denuncia de sus actuaciones. Seguro que en el gobierno ucraniano hay muchos reaccionarios y algún filo fascista, pero en estos momentos, quien invade un estado soberano y pisotea todos los derechos es alguien que tiene nombre y apellido y esconderlo es blanquear al responsable directo de esta guerra: Vladimir Putin. 

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