“La familia no es nada sin el Estado”

Nuria Alabao, periodista y doctora en Antropología, participó en la tercera edición de la Escuela de Pensamiento Feminista de AMA, en la mesa titulada ‘Familia, comunidad y feminismo’.

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Christian Ferreiro
Christian Ferreiro
Graduado en Filosofía por la Universidá d'Uviéu. Esperando ser docente de secundaria en un futuro no muy lejano.

Nuria Alabao es periodista, doctora en Antropología y escritora, además de ser miembro de la Fundación de los Comunes. Colabora en diversos medios, como CTXT, donde coordina la sección de feminismos, así como el Diari ARA. También ha participado en publicaciones colectivas, como es el caso de Familia, raza y nación en tiempos de postfascismo (Traficantes de Sueños, 2020), o Alianzas rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad (Bellaterra Edicions, 2021), coordinado por Clara Serra, Laura Macaya y Cristina Garaizábal. Sus principales líneas de investigación son los entrecruzamientos entre feminismo y la reacción conservadora, como los antifeminismos, posfascismos, etc. Actualmente, parte del Grup de Recerca sobre Exclusió i Control Socials de la Universitat de Barcelona. Recientemente, ha participado en la Escuela de Pensamiento Feminista de la Asamblea Moza d’Asturies, en la mesa titulada ‘Familia, comunidad y feminismo’, junto con Juan Ponte.

En uno de tus textos, dices que la llamada “crisis reproductiva” –las tesis sobre el invierno demográfico– está relacionada con una revalorización del papel de cuidadoras de las mujeres. ¿Podrías explicar esto?

El marco del invierno demográfico –aunque invocado a veces tanto por la derecha como por la izquierda– es un marco netamente conservador alrededor de esta idea “crisis”. La noción de que no nacen suficientes niños, de riesgo demográfico, pretende instalar una idea de pánico sobre el futuro de la nación. Es reaccionario porque siempre implica unas directrices sobre quién puede reproducirse legítimamente, y quién no o qué tipos de niños hacen falta –blancos, nacionales–. Es muy evidente, vistas las restricciones migratorias existentes, o el tratamiento dado a los menores que viajan solos. Si hacen falta jóvenes o niños ¿por qué no se deja entrar a más migrantes? No parece que haya ninguna crisis pues a menos que asumas el marco racista.

Nuria Alabao. Foto: Luis Sevilla

En cualquier caso, lo que aprendemos en otros momentos de la historia en las que se han invocado estas “crisis demográficas” –como después de las dos guerras mundiales– es que siempre se tratan de solucionar con un reforzamiento del papel de cuidadoras de las mujeres, poniéndolas a producir niños –a producir fuerza de trabajo, en términos marxistas–. Después de la primera se instalaron limitaciones al empleo de la mujeres en toda Europa, y el pacto keynesiano-fordista en general –pero sobre todo en EE.UU–, estaba basado en el salario familiar. Es decir, que el trabajador ganaría suficiente para sostener a mujer e hijos presumiendo que estas se quedarían en casa cuidando. Hoy estamos asistiendo a discursos que parecen apuntar hacia un relanzamiento de esta idea, hacia una regresión, en el marco de emergencia de las extremas derechas. Evidentemente esto es complejo per se, porque el capitalismo ha mutado y es difícil dar marcha atrás en algunas cosas. Hoy es difícil criar sin dos salarios, por ejemplo, la mayoría de progenitores solteros son pobres porque los salarios son muy bajos, y hay un cambio cultural evidente en cuanto a las expectativas de vida de las mujeres, pero desde luego, muchos de sus discursos reaccionarios apuntan hacia ahí.

Algo de lo que hablas a menudo es esta idea de la abolición de la familia. ¿En qué consiste esta propuesta?

Aparece en el Manifiesto Comunista y es una idea que recuperan las feministas de los 70. Yo lo utilizo a la manera de Kathi Weeks como una manera de poder pensar esta institución de una manera crítica a partir de la pregunta: ¿cómo sería un mundo donde no hiciese falta la familia? Es decir, qué sería de la familia sin sus funciones económicas y políticas y sin ser continuamente producida por el Estado –a través de impuestos, políticas públicas, sanción legal, etc.–. Probablemente sería algo totalmente distinto. La familia tal y como la conocemos no es nada sin el Estado.

“Es necesario preguntarse cómo podríamos extender el cuidado y el apoyo mutuo que se da en la familia a todo el mundo independientemente de qué familia le haya tocado en suerte”

No es fácil hacer esta crítica porque la familia es algo muy íntimo que nos atraviesa a todos. Pero es necesario preguntarse cómo podríamos extender el cuidado y el apoyo mutuo que se da en el seno de la familia a todo el mundo independientemente de qué familia le haya tocado en suerte –rica o pobre, generosa o tacaña, amorosa o violenta–. También podemos tratar de imaginar una mejor organización de la reproducción social, más justa, que no haga recaer la mayor parte del peso en el trabajo de cuidado en las mujeres –y de las mujeres migrantes malpagadas, en el caso de las que externalizan estos cuidados-. Sin duda podemos profundizar esa crítica y pensar cómo podríamos criar o cuidar en mejores condiciones, en las condiciones que nosotras queremos y no en las que impone el capital. Se trata de ampliar posibilidades de vida.

Nuria Alabao. Foto: Luis Sevilla

Así, es importante también la dimensión utópica, pensar que es posible un mundo de familias libremente elegidas, que se puede hacer parentesco no genético. “Make kin, not kids”, haz parentescos, no niños, dice Donna Haraway. Creo que ya lo estamos haciendo de muchas maneras que escapan a veces a las representaciones públicas, por ejemplo, a muchas migrantes no les queda de otra que inventarse formas de reciprocidad no meditadas por la genética porque tienen a sus familias lejos. Todas esas experiencias están ahí, aunque con todas las dificultades que implica tener que enfrentar en ocasiones toda la estructura legal y cultural que solo sanciona un determinado modelo familiar –más allá de su diversidad, más allá de si es gay u heteronormativa, etc.–.

¿Cabría la posibilidad de ampliar el concepto de “familia”, no solo filosóficamente, sino también en el plano jurídico?

No sé si lo que hay que hacer es ampliar el concepto de familia jurídicamente o todo lo contrario: que el Estado no tenga que hacer nada con ella, que no la refuerce, ni la premie. Es decir, por ejemplo, que todas aquellas políticas públicas redistributivas se asocien a los individuos y sus personas dependientes, pero no a la forma familiar, precisamente para que estas relaciones se puedan establecer de manera más libre, sin dependencias. También que se estimule de la autonomía de todos sus miembros debilitando la dependencia económica entre ellos, para que la situación de las personas no dependa de la “lotería genética”, como dice Sophie Lewis, que todo el mundo tenga derechos garantizados independiente de qué familia le haya tocado. No es una pregunta fácil en todo caso. Quizás el recogimiento legal de las familias debería ser más flexible, no lo sé. Recuerdo unas declaraciones de Abascal que dijo que por qué no podrían ser pareja de hecho dos amigos viudos… En realidad, lo dijo en el marco de rebajar el estatus del matrimonio homosexual, pero quizás tuvo una idea brillante. ¿Por qué familia tiene que implicar relaciones de conyugalidad –sea o no heterosexual– e hijos biológicos? Todo esto es altamente especulativo y tampoco tengo una idea muy clara de cómo podría hacerse. En cualquier caso, está bien se abra la posibilidad de pensarlo y mientras podemos seguir experimentando otras formas de familia. Es de la práctica que nacen las propuestas.

Podemos ver que la familia goza de una centralidad retórica en los discursos políticos que parece ser trasversal, desde la defensa de la “familia tradicional española” o la “familia natural” en la extrema derecha hasta las “familias trabajadoras” en sectores progresistas. ¿Hay que reivindicar la familia para “no dejarla a la derecha” como algunos señalan?

Se nos ha enseñado a pensar que la familia es casi el único espacio de comunidad y reproductivo que vale la pena preservar –a parte de la nación para algunos, pero esto está más contestado–. Es cierto además que es este espacio ambivalente de cuidado, apoyo mutuo donde se producen lazos, y se establecen relaciones de reciprocidad que nos pueden salvar en tiempos difíciles. Digo ambivalente porque también es un lugar donde se reproduce de manera muy evidente la violencia patriarcal hacia mujeres y niños –como forma de control del orden de género–. Muchos dicen que es el único espacio no traducible en términos mercantiles o no mediado por el mercado. Aunque digo ambivalente porque la defensa de la familia, o su reforzamiento incluso, es perfectamente compatible con las propuestas neoliberales. Precisamente, Melinda Cooper explica en Valores de la familia como para los neoliberales la forma familiar garantiza que se pueda retirar el estado del bienestar porque permite reprivatizar muchas de sus funciones que van a volver a recaer en ella –es decir, en las mujeres–. Aunque entiendo aquellos que dicen que el propio capitalismo –y sobre todo su fase neoliberal– se dedica con saña a traducir cualquier relación social en términos económicos.

“Todo el mundo alaba a la familia todo el tiempo, no hace falta más que ver la TV o las plataformas, pero ¿cuál es la propuesta?”

La pregunta cuando oímos lo de “no dejar la familia a la derecha” es por cuál es la propuesta. ¿Se refieren a una cuestión puramente discursiva, que sigamos alabado la forma familiar? ¿Que intentemos reforzarla mediante medidas de tipo familiarista? Y cuáles serían entonces esas medidas ¿serían como las implementadas por Putin u Orbán que están destinadas a que las madres no trabajen fuera de casa? ¿A estimular la natalidad? Tendríamos que empezar por atacar esas cuestiones en vez de decir generalidades que no significan nada. Todo el mundo alaba a la familia todo el tiempo, no hace falta más que ver la TV o las plataformas, pero ¿cuál es la propuesta?

¿Qué relación existe entre el discurso familista y la estructura del capitalismo español, de corte más rentista, inmobiliario, etc.?

La familia siempre ha sido esencial para la reproducción clases en el capitalismo –para asignar herencias, transmitir la propiedad o garantizar el pago de las deudas–. Lo que sucede es que, si el peso de la familia en el bienestar personal se había debilitado con el estado del bienestar, lo que hacen las condiciones económicas de esta fase neoliberal es reforzar su papel. Los salarios no paran de bajar –sobre todo en España– cuyo poder adquisitivo se ha compensado sobre la base del crecimiento imparable del patrimonio inmobiliario, como explican Isidro López y Emmanuel Rodríguez en Fin de Ciclo. Si el trabajo se precariza, el precio de los alquileres aumenta de manera radical y el Estado se retira de la provisión de algunos servicios públicos, todo ello refuerza el papel de la familia como institución económica que acumula y transmite patrimonio, refuerza la dependencia familiar.

Nuria Alabao. Foto: Luis Sevilla

Hoy hay menos movilidad social y nuestra posición de clase depende cada vez más de la de nuestros padres, no solo de la herencia, sino de si nos quieren ayudar o no en vida y bajo qué condiciones. Eso tiene la consecuencia de una suerte de minoría de edad prolongada de los jóvenes que los hace dependientes hasta edades muy tardías –en España de las más tardías de Europa– y también aumenta las posibilidades de control familiar y digamos, dificulta generar formas de vida no normativas, incluidas aquellas destinadas a la militancia política. También aumenta la dependencia de las mujeres respecto de los hombres porque ellas son las que tienen posiciones más débiles en el mercado laboral al dedicarse al cuidado, y eso nunca es neutro en un sistema de desigualdad. Digamos que existen unas bases materiales para la “vuelta a la familia” que propugna la extrema derecha. Es que no nos queda de otra, y no solo es económica, es también de “servicios”, tareas de cuidados como la necesidad de los progenitores de los abuelos para que se ocupen de los niños para poder trabajar o conseguir algo de tiempo de descanso. Liberar la familia de ataduras reforzando el estado del bienestar, mejorando la redistribución es hacer familias más libres. Abolir la familia es destruir su papel económico no los lazos sociales a los que puede dar lugar.

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