Las trabajadoras del servicio de ayuda a domicilio se manifestaron este sábado en Madrid para reivindicar, una vez más, un convenio digno y el reconocimiento de derechos laborales básicos, como por ejemplo las enfermedades profesionales. También exigieron más cosas. El coeficiente reductor para la jubilación anticipada. No tener que pagar la gasolina de su bolsillo. Reducción de la jornada a 35 horas semanales. Tercera paga como recoge el marco estatal. Plus de antigüedad. Plus para el mantenimiento del vehículo. Tiempo de desplazamiento incluido como tiempo de trabajo. Ampliación de horas médicas. Prohibición de ser espiadas con cámaras durante el servicio. Y por supuesto: la remunicipalización de la ayuda a domicilio, entre otras cuestiones.
Sobre la remunicipalización, se trata de defenderse como colectivo feminizado y precarizado, pero también de evitar que con dinero público se comentan los abusos que denuncian y se sigan derivando fondos a empresas privadas. Estas empresas que explotan a las trabajadoras, al amparo de los ayuntamientos y del sistema de bienestar, se benefician tanto del rendimiento de su trabajo como de los recursos sociales que deberían garantizar la atención a la dependencia y la conciliación familiar. ¿Cómo puede ser garante de derechos fundamentales una entidad con el objetivo de maximizar beneficios?. Lo que vemos siempre es que éstos acaban reducidos a la mínima expresión. La remunicipalización de la ayuda a domicilio es una exigencia muy anterior al contexto que estamos viviendo de privatización de la sanidad porque precisamente la privatización de este servicio fue un punto de partida para lo que vendría después. Pero cuando fueron a por ellas no dijimos nada…

El colectivo de trabajadoras del SAD lleva años autorganizándose pero muchas veces olvidado. A menudo ninguneado por los sindicatos, tratado con condescendencia política, o con abierta falta de solidaridad por parte de otros profesionales. Y todo porque su trabajo no tiene ni el reconocimiento ni la valoración social que le corresponde y sufren tanto prejuicios de género como de clase a los que se suma según su origen el racismo y la xenofobia.
El reflejo social de las trabajadoras del SAD es un espejo en realidad en el que mirarnos colectivamente y que retrata de forma fiel nuestras miserias como sociedad. Quizá lo más relevante no es ahondar en los distintos prejuicios que sufren sino en el hecho de que la existencia de estos prejuicios ocupa el centro del imaginario colectivo. Sin embargo, esto contrasta con la experiencia real de los usuarios y usuarias para quienes el SAD supone recibir la atención, el afecto y los cuidados que necesitan. Superar las peores consecuencias de la dependencia. Sentirse apoyados, acompañados y reconocidos, burlar la soledad, mantener la seguridad que les da su entorno. Permanecer cerca de sus seres queridos y vinculados a los recuerdos de toda una vida.
Para las personas dependientes estas profesionales lo representan todo. Son sus heroínas. ¿Entonces dónde está el verdadero problema?. En vez de asumir como unánime la desvalorización social de los cuidados debemos preguntarnos críticamente quién se permite el lujo de compartir esa perspectiva y por qué. Si ponemos la opinión de los ancianos en el centro las cosas se ven de otra forma. Pero su opinión no es la que prima como tampoco priman sus necesidades cuando el servicio se privatiza y se impone a las trabajadoras condiciones precarias. Tengamos en cuenta que esos ancianos son nuestros padres y madres, y que lo que estamos consintiendo es que se les trate como ciudadanos de segunda, y por tanto a sus cuidadoras como trabajadoras de segunda también.
La lucha del SAD desborda el plano laboral porque disputa las jerarquías tradicionales del patriarcado a la vez que cuestiona la lógica neoliberal, y los confronta con los valores ecofeministas y la ética del cuidado. El sustrato ideológico en el que se basa su explotación laboral es precisamente el marco que necesitamos superar para que avancen todos los movimientos por la igualdad social. Las resistencias que ellas enfrentan son comunes, pero la diferencia está en articular su lucha desde lo concreto y lo práctico. Focalizada en un punto donde afloran todas las injusticias del sistema. Bien visibles para ser cuestionadas desde abajo que es como se caen las estructuras más grandes. Una gran batalla. Una batalla esencial para construir a futuro ese “otro mundo posible” más humano.
El trasfondo histórico de la movilización de las cuidadoras en el S XXI, es “el siglo del gran reto”, donde vamos a todo o nada para decidir gestionar el decrecimiento desde la cooperación o desde la brutalidad. La toma de conciencia de que somos ecodependientes aún está limitada por la negación de la otra cara de la moneda de nuestra vulnerabilidad: que también somos interdependientes. La salud y la autonomía no son un estado permanente, solo una fase más en nuestro ciclo vital. Apoyar a las trabajoras del SAD y solidarizarse con la lucha que lideran tiene un poco de todas las revoluciones de nuestro tiempo, pero aún más revolucionario y urgente es comprender que todos y todas somos dependientes. Usuarios del SAD. Y ellas nuestras heroínas.