Stonewall, 1969: un Orgullo presente

El Día del Orgullo no debe ser mercantilizado y banalizado hasta el punto de ser desgajado de las luchas contra la explotación y opresión.

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Juan Ponte
Juan Ponte
Músico y filósofo. Director General de Agenda 2030 de Asturies. Es miembro de la dirección federal de IU y su responsable de formación ideológica de IU.

«Si oyes los perros, sigue adelante /Si ves las antorchas en el bosque, sigue adelante/ Si oyes gritos detrás de ti, sigue adelante. /No te detengas nunca. Sigue adelante. /Si quieres saborear la libertad, sigue adelante».

Harriet Tubman

“Freedom! We’re free at last! (¡Al fin somos libres)”.

Sylvia Rivera

Hoy celebramos el Día Internacional del Orgullo LGTBIQA+, popularmente conocido como Día del Orgullo Gay (Gay pride). Conmemoramos de este modo los denominados disturbios de Stonewall, sucedidos un 28 de junio de 1969, cuando, sin previo aviso, la policía neoyorquina irrumpía en el Stonewall Inn, bar del barrio de Greenwich Village, ámbito de marginalidad económica y racial de la Gran Manzana, arrestando a varias personas lesbianas, gais, transexuales, bisexuales y travestidas.

En aquellos años 60, la “homosexualidad” seguía siendo considerada una enfermedad en los Estados Unidos y las incursiones policiales en bares y clubes nocturnos “de ambiente” eran habituales. De hecho, habría que esperar a 1973 para que una institución “científica” tan prestigiosa como la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) eliminara la “homosexualidad” del Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales (DSM).

Pero aquella histórica noche en que el Escuadrón de Moral Pública pretendió desmantelar un Stonewall en que concurría un alto porcentaje de jóvenes hispanos, afrodescendientes y sin techo, los detenidos resistieron la intervención policial, el resto de personas presentes se negaron a identificarse y los vecinos se sumaron a una protesta que llegó a reunir a dos mil manifestantes enfrentados al sojuzgamiento por razón de su “orientación” o deseos sexuales. “Todo movimiento necesita un catalizador, un acontecimiento que capture las experiencias de las personas y las saque de su aislamiento, dirigiéndose a una fuerza colectiva con el poder de transformar las condiciones sociales”, como afirma con insistencia Keeanga-Yamahtta Taylor.

“La provocación de Stonewall” por Sandow Birk, 1999.

Los disturbios se prolongaron en el barrio durante los días siguientes y sus residentes se organizaron en grupos de activistas que visibilizaron sus reivindicaciones políticas sin temor a ser arrestados. Una orgullosa consigna resume estas luchas sociales: ¡Gay power! (¡Poder Gay!). A finales de julio, nacería en Nueva York el Frente de Liberación Gay (GLF), surgiendo con posterioridad otras organizaciones similares en Canadá, Gran Bretaña, Francia y otros países. He ahí la importancia del compromiso militante y la organización de la comunidad. Sobre todo de la comunidad de quienes nunca tienen comunidad.

Fueron estos sucesos, sin lugar a dudas, uno de los acontecimientos más trascendentales en el movimiento LGTBIQA+; pero, ¿se agota el sentido de esta celebración en el mero recuerdo anual de unos hechos pretéritos por históricos que fueran? ¿Qué significación para nuestro presente podríamos encontrarle?

Lo que el Día del Orgullo LGTBIQA+ supone, entre otras cosas, es una protesta contra las pedagogías de la crueldad, en voz de Rita Segato: el retromachismo, el mandato de masculinidad y las violencias sexistas; contra la consideración de las prácticas “heterosexuales”, en definitiva, como una norma de rectitud moral a la que habrían de subordinarse el resto de imaginaciones, fantasías y comportamientos sexuales, que quedarían reducidos así a la condición de desviaciones patológicas suyas.

El Día del Orgullo LGTBIQA+, por tanto, no debe ser mercantilizado como un producto más sujeto a los vaivenes de la oferta y la demanda; banalizado hasta el punto de ser desgajado de las luchas contra la explotación de clase social, la opresión racial o el capacitismo, con las que las reivindicaciones sexuales (y de género) están- y deben estar- inextricablemente soldadas, pues se condicionan mutuamente, como bien demuestran las emblemáticas protestas de Stonewall. Una trivialización que ya en los años 80 fuera criticada e identificada en las versiones liberales del Día del Orgullo LGTB desde perspectivas alternativas existentes en el propio movimiento, por privilegiar en ellas los valores de la clase media, blanca y supuestamente “capacitada”.

“29 de junio de 1969”, de Sandow Birk, 1999.

El “Orgullo” no debe reducirse tampoco al mero reconocimiento social, afectivo y jurídico de la diversidad sexual (aunque sea ello, por supuesto, imprescindible), al trámite de insertar en el statu quo la “diferencia” sin diferencia, ocluyendo su potencial subversivo, o lo que es lo mismo, armonizando la apacible coexistencia entre “identidades sexuales” (“es diferente, como todo el mundo”, podría decirse parafraseando a Jeanne en El último tango en París, de Bertolucci). Y esto porque un  “reconocimiento” de tales características implica siempre una asimetría entre quien reconoce, el “recto heterosexual” (como significante amo), y quienes son reconocidos, a saber, las personas “desviadas”.

“Portrait of a Stonewall Patron (Sylvia Ray Riveira)”, Sandow Birk, 1999.

De lo que se trata en nuestro presente, por tanto, es de liberar toda la potencia social y política del movimiento LGTBIQA+, que tiene en el Día del Orgullo Gay su principal cita anual, ampliando, frente al oprobio, el imaginario de lo deseable. Poniendo cuerpo a la convicción, tan bien sintetizada por bell hooks, de que “la libertad en tanto que igualdad social positiva que garantice a todos los humanos la oportunidad de moldear sus destinos del modo más saludable y común, sólo podrá ser una realidad completa cuando nuestro mundo deje de ser clasista, racista y sexista [y capacitista]”.

“Retrato de Jim Fouratt y Craig Rodwell (Stonewall 1969)”, de Sandow Birk, 1999.

Una potencia que radica en su virtualidad para manifestar y combatir los modos de dominación existentes en una cultura cis heteropatriarcal y petrocapitalista que, restringiendo arbitrariamente una infinidad de prácticas sexuales enriquecedoras de nuestras experiencias vitales, ignora “lo que puede un cuerpo”.

Celebremos pues, con alegría, esa riqueza afectiva nuestra. Y celebremos, especialmente, la fortaleza de quienes, bajo el peso de las más oscuras prisiones ideológicas, injusticias sociales y dispositivos de control, muestran a todo el mundo, sin exclusiones, el camino de nuestra propia estima: de nuestro orgullo.

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