Cuando uno entra en la Fábrica de la Vega le invade un cúmulo de sensaciones especiales que sólo son capaces de percibir quienes no ven oportunidades de negocios sucios, de aquellos que observamos esos edificios y creemos en posibilidades más allá de construcciones de rascacielos y de autopistas que parecen salidos de un retorno a las pesadillas de los pelotazos del gilismo y del aznarismo más voraz e insensible a atmósferas como las de un lugar mágico para Oviedo como la Fábrica de la Vega.
Son sensaciones que imbuyen también a los propios artistas participantes y, por supuesto, al público asistente al festival. Y el Vesu comenzó con fuerza, con la energía de Futuro Terror, un trío con muchos vínculos con Asturias (ahí estaba, entre el público, su valedor Pablo Humeante que creyó en ellos desde el minuto uno) y que bendijo el verano asturiano donde los veinte grados son la mitad que en las tierras de la Comunitat Valenciana. Con una trayectoria sólida y una personalidad clara, Futuro Terror regresan al corazón de la movida primigenia, la de los iniciáticos Parálisis Permanente y los primeros Polanski y el Ardor, para ofrecer una furiosa (y tan necesaria, en estos tiempos de corrección política) propuesta con la que levantar a un muerto. Da gusto escuchar canciones tremendas como las esenciales “Urgentes” o “Aburrimiento sin ti”, por sólo citar a dos de mis favoritas y cómo completan un set de tres cuartos de hora intensos y estimulantes a más no poder, plenos de credibilidad y fuerza.




Los granadinos La Plazuela son una de las sensaciones del momento y, desde luego, no decepcionaron. Pero, como siempre me ha sucedido con formaciones a las que intuyes un potencial tan grande como los de la ciudad de embrujo y magia que es Granada, me supieron a poco. Comprendo que abran el set con un retorno a Los Chunguitos para regocijo del público más bailonguero y enrollado, que repliega velas cuando aparece su verdadero valor, el de su introspección en medios tiempos donde brillan unas letras y un concepto que acude más a la emoción que al ambientencito guay. La Plazuela posee, además, el potencial de sumar a sus valores flamencos y emocionales, el contar con la posibilidad de adoptar una simbiosis (no mencionemos nunca la sobada palabra “fusión” que tan nefastas consecuencias tuvo en el pasado) con la electrónica donde se adivina un potencial creativo, en esos ritmos house, que deberían explorar con la convicción de unos exploradores a quienes se les ve capacitados para esos logros. Vale, aún no cuentan con esa costra de la experiencia, pero sí – creo, espero – con el arrojo y el desparpajo que da la juventud. De ellos depende el camino creativo a tomar.



El cartel de la primera jornada se completó con el dj Alixxx y con los simpáticos alemanes Klangfonics y sus instrumentos de cacharrería diversa, desconocedores de que unos compatriotas suyos, unos tales Einsturzende Neubauten (que llegaron a arrasar Gijón tiempo atrás) ya habían marcado un camino de rock industrial, al que no se apuntaron en su technopop germano que ni siquiera nos llevó a glorias como D.A.F.




La segunda jornada del festival ovetense se abría con La Paloma, para quien suscribe, lo mejor de todo lo visto y escuchado. El placer de disfrutar de melodías y guitarras bien estructuradas y que nos recordaban los tiempos en que la denominación “indie” no era un trasunto para el actual “pop-rock” de toda la vida de los 80.



Por un momento, por unos buenos momentos, los madrileños nos transportaron a los primeros noventa, cuando las dosis de guitarras engrosaban las melodías, las reforzaban, las estimulaban. Un sonido poderoso, fuerte, remachó la revelación de un grupo a seguir.





Curtis Harding era la gran estrella del Vesu, pero nos quedamos en un limbo donde resulta difícil sacar una conclusión tan rotunda como La Paloma. Es evidente que sobre su propuesta de un soul refinado, sofisticado y su entusiasmo sobre las tablas no hay nada reprochable. Sin embargo, el sonido, ¡ay, el sonido! falló más veces de la cuenta: guitarras que no se escucharon, la flauta o el saxo sumergidos, cuando no sepultados, en el océano sónico de la banda. Para el tramo final, muy al final, sí se pudo disfrutar de todo el colorido sonoro que Harding y su grupo proponían. Una pena que ese brillo llegara tan tarde.


Carlangas son esa nueva generación para ese público que obvia el pasado desconociendo todo lo que engrosa etiquetas. Se marcaron un fiestón a lo grande, eso sí, repleto de comunión con su público. Sí que mostraron su profesionalidad en un set potente, aunque sus argumentos sonoros me dejaran frío. Había ganas de remachar la celebración y Le Boom las hicieron realidad para remachar la jornada por todo lo alto.