Ha fallecido Agustín Ibarrola, uno de los artista vascos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, conocido sobre todo por el arte público a gran escala, como los Cubos de la Memoria de Llanes, muchas veces aprovechando la naturaleza, como en el caso de sus pinturas sobre los troncos de los árboles del bosque de Oma, Ibarrola había sido antes, durante la dictadura franquista, uno de los grandes abanderados en España del “nuevo realismo social” o “realismo social”, una corriente artística que reivindicaba la figuración para hablar de los problemas sociales y políticos del presente.


Hijo de la clase trabajadora y militante del Partido Comunista de Euskadi, Ibarrola trata durante los años 50, 60 y 70 de formular en esa línea internacional, un arte a la vez moderno y renovador, eficaz desde el punto de vista político y accesible para amplios sectores de la población. Pinta barrios obreros, trabajadores, fábricas, accidentes laborales, huelgas, manifestaciones y represión, mucha represión. No es el tipo de arte que precisamente más agrade a los poderes culturales de la España franquista.




Su arte, en las antípodas del régimen, se encuentra plenamente conectado con lo que otros artistas de izquierdas están haciendo en toda Europa y en todo el mundo: un nuevo realismo con un fuerte contenido social y político. Precisamente frente a esa hegemonía de la izquierda en el arte realista, la CIA, dentro de la llamada Guerra Fría cultural, va a promocionar el arte abstracto norteamericano desde mediados de los 50 a través de diversas fundaciones y el Congreso por la Libertad de la Cultura.
Manuel Fraga, primero director del Instituto de Cultura Hispánica, y después ministro de Información y Turismo (1962 y 1969), fue uno de los políticos franquistas que trata de replicar la política de la Guerra Fría cultural en España apoyando el emergente arte abstracto nacional. Político sagaz y atento a las nuevas corrientes internacionales, Fraga ve en la operación una forma de promocionar una imagen moderna del país, homologable a las democracias occidentales y alineada con las modas culturales que vienen desde los EEUU. Aunque muchos de los artistas abstractos o informalistas son antifranquistas y simpatizantes de la izquierda, desde el punto de vista artístico su obra es menos inquietante para el régimen que la de quienes militan en el realismo como Ibarrola.
Marginado de los grandes espacios expositivos, Ibarrola busca circuitos alternativos para hacer llegar su obra. En esa búsqueda de popularizar el arte encontrará en el grabado una expresión relativamente barata y fácil de exponer, que permite acercar su obra a grandes públicos, pero que también es útil para su reproducción en masa en carteles, revistas y postales. Fruto de este interés impulsa en 1962 junto a otros artistas vascos Estampa Popular de Bizkaia, declinación local del movimiento Estampa Popular en el que militan artistas de izquierdas de toda España.

Pero 1962 será por otros motivos un año importante en la vida de Ibarrola. Esa primavera una importante movilización obrera estalla en las cuencas mineras asturianas. De ahí el movimiento huelguístico se expande como una mancha de aceite hacia el resto de España. El País Vasco será uno de los lugares donde el seísmo iniciado en los pozos mineros del Caudal y el Nalón tenga réplicas más fuertes. Ibarrola, que participa como militante comunista en la extensión del movimiento, es detenido y salvajemente torturado por la policía. Estará en prisión hasta 1965. En 1967 vuelve a ser detenido. Esta vez la estancia en la cárcel se prolongará más: hasta 1973. A pesar del encarcelamiento seguirá dibujando y pintando. Una vez en libertad no se librará del hostigamiento de la ultraderecha, que en 1975 incendia su casa y estudio.

Partidario de una izquierda federalista y vasquista, este vasquismo también se refleja en sus obras de arte, muchas veces encargos para organizaciones en las que milita. Realiza carteles para CCOO y el PC de Euskadi, del que elabora su nuevo logotipo, resaltando su singularidad y vasquidad.

En la crisis del comunismo vasco, en 1981, toma partido por el sector que abandona el PCE para integrarse en Euskadiko Ezkerra. Posteriormente, su activismo contra ETA, que en los años 90 intensifica su campaña de asesinatos contra políticos e intelectuales dentro de la llamada “socialización del sufrimiento”, le lleva al colectivo ¡Basta Ya! y a apoyar la alianza entre PP y PSE-PSOE, y más tarde tarde a UPyD.
Con la democracia su obra experimentaría un fuerte giro estilístico. El realismo social da paso a un arte más volcado hacia la naturaleza y el espacio público, pero siempre con una permanente voluntad de trascender y de llegar a un público lo más amplio posible.
Siempre estuvo convencido de que el artista nunca era plenamente libre, como explicó al crítico Juan Ángel Vela del Campo:
“Tu libertad de expresión, incluso dentro de tus propios materiales, está en función de lo que se valora como arte importante. El grado de dirigismo no siempre es político. A veces se entremezclan las líneas comerciales dominantes con las líneas políticas, con potentes equipos que tratan de definir la filosofía dentro del arte, y no digamos en el dominio internacional de carácter cultural e ideológico. El arte está lleno de obstáculos y dificultades, está muy condicionado por este tipo de aislamientos e imposiciones de las grandes multinacionales en función del mercado. Estoy convencido de que las grandes posibilidades expresivas del artista de nuestro tiempo no se están desarrollando del todo, sencillamente por encontrarnos con verdaderos muros llenos de intereses que imposibilitan unas realizaciones acordes con las capacidades que realmente existen”.