Mrs. Dalloway
Dirección: Carme Portaceli
Teatro Jovellanos, Gijón
2 de octubre de 2020
Vaya el título de la pieza de Albee como ironía acerca del reto que asume Carme Portaceli –recientemente nombrada directora del Teatro Nacional de Cataluña– al enfrentarse con la señora Dalloway de Virginia Woolf. Confieso que Virginia Woolf siempre me ha parecido una autora nada fácil, con una obra que requiere de lectores sensibles, cómplices e inteligentes (a mí me cuesta seguirla). Y Mrs. Dalloway es un buen ejemplo. Novela de 1925 que se caracteriza por abordar temas como el amor, la muerte, el paso del tiempo y las ilusiones perdidas… pero también por una innovación formal que cruza orgánicamente flujo de pensamiento y sensaciones, cambios de perspectivas, sutiles enfoques, frases sencillas y zigzagueantes, y unos desmarques oníricos que son más intelectuales que sentimentales y cuya modernidad revolucionaria –y postmodernidad– alcanza por lo menos hasta Foster Wallace.
En una primera lectura es difícil imaginarse que todo ese magma literario, tan complejo y específico, tan consustancial con la naturaleza de la novela, pueda ser “transferido” con plenitud a la “fisicidad” que impone la escena, incluso desde una propuesta abierta y libérrima como pueda ser la performativa. En el programa de mano –de mano virtual, se entiende– ya la directora nos pone sobre aviso de que Woolf, por medio de la protagonista, “remarca el rol de las mujeres y nos habla de la represión sexual y económica” –poco, en comparación con otras obras coetáneas mucho más explícitas– aunque además señala que es “el vacío existencial, probablemente, lo que más conecta esta novela a nuestra realidad”. Tema este que el lector común reconoce como el principal y que en el espectáculo adquiere presencia y fondo argumental.
Cambios de perspectivas, sutiles enfoques, frases sencillas y zigzagueantes y unos desmarques oníricos que son más intelectuales que sentimentales
Hay en el trabajo de Portaceli una deliberada intención de situar la acción en la más rabiosa actualidad, sin concesión alguna al contexto donde se desarrolla en la obra original. Incluso el personaje de Peter, interpretado con sencillez y frescura por Nelson Dante, nos gasta una broma al hacer amago de saludar con el codo como si estuviéramos ante un work in progress, lejos ya del estreno acaecido en el Español en marzo de 2019. La crítica apuntó en su día este radical afán por contemporaneizar los sucesos como una decisión desafortunada al ignorar una parte sustancial de la novela donde se alude a las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Y no les falta razón. Pues la locura y alucinaciones que llevan al suicidio a Septimus Warren Smith –aquí convertido en mujer, Angélica– son producto de las obsesiones con un compañero muerto en el frente, en escasa correspondencia con las neurosis clínicas que se diagnostican por otros motivos en el siglo XXI.
Pese a estas consideraciones de rigor el tono general de exposición es el de un grupo de amigos y conocidos que son reunidos por Mrs. Dalloway para celebrar una fiesta, recordar el pasado, los amores de juventud y preguntarse por el sentido de la vida. Todo con un ritmo y cadencia de baja intensidad, punteado con reflexiones existenciales que se desean trascendentes, pero que no son más –ni menos– que producto de la frivolidad en que vive una buena parte de la burguesía y gente de bien, esa clase social a la que usted y yo (hipócrita lectora, mi igual, mi hermana) quisiéramos pertenecer. También veo en esa atmósfera demasiado aséptica y estacionaria reminiscencias que apuntan a un Chéjov deslavazado.
Todo con un ritmo y cadencia de baja intensidad, punteado con reflexiones existenciales que se desean trascendentes
El escenario se presenta desaforado, sólo con las mesas del banquete y dos telones de flecos que son quienes, con unas proyecciones caleidoscópicas y una efectista bajada de rosas rojas del telar, marcan el aporte escenográfico. Gracias al arte y buen hacer de los intérpretes se sostiene el quebradizo y lábil boceto argumental. Empezando por la asturiana Rosa Manteiga, que está excelente como Sally, y continuando por todos los demás: Blanca Portillo de Clarissa Dalloway en el papel protagonista, Raquel Varela como su hija Elisabeth, Nelson Dante como Peter Walsh, encantador como contrapunto al resto y un poco achispado…, Zaira Montes, Gabriela Flores, Jordi Collet y Guillermo Serrano. Intervenciones breves y eficaces que los espectadores agradecieron con una buena ovación. La música en directo y las desvalidas coreografías que se incluyen como complemento, en conjunción con el tono general de la propuesta, refuerzan la sensación de impasse que intencionadamente se ha querido trasmitir. Aunque para muchos resulte una apuesta arriesgada que no ha cumplido expectativas.
Es seguro que con otra dramaturgia el resultado hubiera sido distinto, si bien nada nos garantizaría –habida cuenta de los muchos problemas que entraña adaptar para el teatro un texto tan difícil– un resultado más atractivo.