Un título interrogativo ¿Dónde está nuestro pan?, pregunta en cuyos signos de interrogación palpitan las diástoles y las sístoles de diez decenios de lucha proletaria. Una cuenca minera: la del Tremor, en el Bierzo; un nudo ferroviario: el de Brañuelas, en la Cepeda. Tres relatos con especial protagonismo femenino que se adivina ya en la espléndida fotografía de la portada. Trenes, carbón, obreros duros como los adentros terrestres en que laboran. Una editorial independiente de nombre memorable: Marciano Sonoro. Y un autor devoto de la máxima celayana de que ha de maldecirse la literatura que no toma partido hasta mancharse. De rojo y de negro embadurna los dedos este libro: sangre y antracita, muerte y esperanza, duelo y revolución. Abel Aparicio (San Román de la Vega, León, 1980) es su autor.
De este libro llama en primer lugar la atención su portada, ilustrada con una foto preciosa de un grupo de mineras en un balde.
Quería transmitir la imprescindible labor de las mujeres en cualquier cuenca minera. Ellas eran uno de los pilares fundamentales que las sostenían. Trabajaban en la mina —hasta que las dejaban, ya que, al casarse, las despedían—, en el campo y en casa; una labor silenciosa y silenciada. Es justo muy necesario reconocer su trabajo.
Los tres relatos están ambientados en la misma cuenca minera: la del río Tremor, en el Bierzo. ¿Por qué esta zona? ¿Qué le atraía de ella?
Es una cuenca que está a media hora de mi pueblo y, sin embargo, hasta hace pocos años no la conocí. Mi afición por la bicicleta de montaña me ayudó a descubrirla. Es una zona con una orografía espectacular, mucho patrimonio industrial abandonado prácticamente en su totalidad y un paisanaje maravilloso. A medida que la recorría fui haciéndome a la idea de que de ese entorno tenía que salir una novela.

«¿Dónde está nuestro pan?». ¿Quién hace esa pregunta que titula uno de los tres relatos?
Mucha gente, pero fundamentalmente un grupo de mujeres que en octubre de 1941 se dirigieron al ayuntamiento de Torre del Bierzo para hacérsela directamente a su alcalde. Llevaban quince días sin recibir el pan que les correspondía por la cartilla de racionamiento y fueron ellas, a pesar de la oposición de alguno de sus maridos, las que buscaron que se hiciera justicia.
En «Tren 485» describes el asalto a un tren nada más acabar la guerra civil. Parece un relato de película. ¿Qué hay de real y qué hay de ficción?
El asalto al tren 485 se produjo en octubre de 1939, apenas medio año después de que finalizara la guerra. La fecha, el lugar del asalto, la procedencia de los asaltantes y una gran parte de lo que se relata en el libro es real. La información me la facilitó el historiador Alejandro Rodríguez, un buen amigo que la consiguió del Archivo Intermedio Militar Noroeste, en Ferrol. Me sorprendió que en los pueblos de la zona muchas personas no conocieran la historia. Creo que el franquismo intentó ocultarla por si cundía el ejemplo. Ya que estamos, si hay algún director en la sala y se anima a hacer una película o una serie…
En el último relato, «La línea», se van alternado una parte histórica y una parte actual. ¿Qué buscabas?
Enlazar el pasado con el presente. Nada de lo que ocurre es casual. Por lo general, aunque la represión produjo en ocasiones el efecto contrario, si tu familia era minera o jornalera, esa conciencia de clase se trasmite de generación en generación. Si tu abuelo fue alcalde o concejal en un pequeño pueblo durante la Segunda República, seguramente tus ideas tiendan a ser de izquierdas. En este caso, si Guiana, la nieta de Libertad Ángeles, conoce la historia de su abuela, hay una gran probabilidad de que en su trabajo y en su vida diaria actúe acorde a esos ideales.
“El camino abierto por Margaret Thatcher en Inglaterra en 1984 fue lapidario”
Como comentábamos antes, hay una gran presencia femenina en el libro. Además, esas mujeres pertenecen a una misma clase social. Hay discurso de clase en tu libro en un tiempo en el que la clase se vindica cada vez menos. Y lo hay entremezclado con el de género, porque no hay por qué elegir entre uno u otro, ¿verdad?
La clase social es posiblemente la estructura social más básica a día de hoy. De ella depende nuestra forma de ver el mundo. A través de la clase social se entiende la defensa de la sanidad pública o privada, de la educación pública o privada, etcétera. Siendo mujer, creo que esto se multiplica exponencialmente. Ellas tuvieron y tienen que luchar contra un machismo que está latente en todos los espacios de nuestra vida. Las mineras, como tantas otras, lo sufrían a diario.
Tanto en «¿Dónde está nuestro pan?» y «Tren 485» como en «La línea» se observa de fondo el movimiento de personas, forzado o voluntario, dentro de distintos territorios. ¿Esto es también un reflejo de lo que sigue ocurriendo en nuestros días?
Como dije al principio, todo tiene un origen. Las personas suelen ir donde hay trabajo o donde les dicen que lo hay. Hace décadas una parte importante se encontraba en las minas, hoy en día en los grandes núcleos de población. El problema es que más de medio país fue vaciado y los lugares en los que se extraía carbón más si cabe.
Vamos con la última parte de esta respuesta. En «La línea» describes con gran detalle el estado actual de una explotación minera, ¿es un grito de denuncia?
Vayamos a un lugar en concreto que aparece en la novela, el municipio de Igüeña. En 1986 contaba con 2774 habitantes, hoy tiene 1145. El problema es que no se encuentran muchas alternativas en las cuencas, es un problema general. La reindustrialización no fue tal y como canta Spanta la Xente: «Prexubilaron les nuestres vides pero, ¿ónde trabayarán los que vienen per detrás?». El camino abierto por Margaret Thatcher en Inglaterra en 1984 fue lapidario. A ella la contaminación le importaba mucho menos que un colectivo organizado y combativo como eran los mineros. Acabar con ellos fue un triunfo para la época y una de las primeras piedras del neoliberalismo que nos está condenando actualmente. El libro GB84 de David Peace o la película Billy Elliot de Stephen Daldry lo explican magistralmente.
En «Tren 485» insistes mucho en la procedencia de cada uno de los asaltantes. ¿Por qué?
Volvemos de nuevo a la conciencia de clase. Si uno de los asaltantes es un pequeño apicultor, otro es el hijo de un alcalde republicano, otro pastor y todos ellos tuvieron que huir al monte porque su vida corría peligro si caían en manos de los fascistas, la procedencia es fundamental.
Para cerrar, vamos con la parte más personal, ¿qué nos dices de las personas que te informaron de lo que acontece en los tres relatos?
Es gente excepcional. Aurora de Almagarinos, Isidro de Brañuelas y Felicitas de Manzanal, tres pueblos en los que se desarrollan los relatos. Todos ellos, sin conocerme de nada, escarbaron en lo más profundo de sus recuerdos, un acto que en muchos casos les trajo al presente un dolor que no termina de curarse. Cuando acababa las entrevistas y le daba las gracias, me decían: «No, gracias a ti por preocuparte por la historia de este pueblo. Me dieron una lección de vida que nunca olvidaré. Fueron y son ejemplo. A las abuelas y a los abuelos hay que decirles, contadme más historias. Creo que nos vendría bien».