Luis Arias Argüelles-Meres era un reputado azañista. Dedicó toda su vida y gran parte de su amplia obra literaria a difundir y a ahondar en el legado intelectual y en los valores morales de los protagonistas de la mejor época de la cultura española, la llamada República de las Letras, coincidente con la primera experiencia democrática en España, entre 1931 y 1936. Pero no sé si era consciente de que él mismo era uno de ellos y vivía en aquel mundo casi un siglo después. Nunca lo hablamos entre nosotros, aunque las conversaciones con Luis, en cualquier chigre, en la calle, en un acto cultural, podían versar de cultura, de historia, de política, de fútbol o de cualquiera de los temas que al ser humano interesan, porque era como aquellos pedagogos de la Institución Libre de Enseñanza que trajeron la II República y a los que tanto admiraba: un profesor ilustrado, culto e idealista.
Como Azaña o como Ortega, otro de sus referentes, al que también dedicó libros y estudios, Luis Arias era un hombre de ateneos y foros culturales, de periódicos de papel, como lector y como columnista, de tertulias divertidas y nada banales con otros amigos de parecidas sensibilidades y de inquietudes políticas, nunca con vocación de cargos ni intereses de siglas, sino como un ciudadano libre, crítico y radicalmente independiente. En eso consiste en realidad ser republicano, en ejercer de ciudadano inquieto y comprometido. Este hombre alto y fuerte, de ojos pícaros, mirada curiosa, purito en la mano y una calvicie que a veces tapaba una boina negra, era de ideas republicanas, pero sobre todo ejercía de republicano, que es mucho más difícil.
Luis era un profesor ilustrado, culto e idealista
La tradición humanista e ilustrada, que en Asturias viene del siglo XVIII y con la que no pudieron represiones y dictaduras, le vino a Luis de sus vivencias y de sus lecturas, pero también por vía familiar. Sobre todo de su padre, Antón de la Braña, maestro azañista y escritor en asturiano como él, pero también de su primo el librero Alberto Polledo, que se nos fue recientemente.
Como la mayor parte de los asturianos Luis Arias vivía entre el campo y la ciudad, sin que se pudiera decir con propiedad que era un carbayón de Oviedo enamorado de la vida rural o un aldeano de Lanio cultivado en la capital. Eso en la mayoría de los asturianos es imposible de discernir porque no son dos mundos que se complementan, sino el mismo con diferentes escenarios. Con su muerte a los 63 años, cuando tanto le quedaba por hacer y tanto nos quedaba a nosotros por disfrutar con su presencia, está de luto la capital, a la que quiso tanto como al Occidente asturiano. Ambos pierden con su desaparición a uno de sus grandes defensores, nunca desde el sentimentalismo rancio o el patrioterismo pacato, sino desde la pasión del conocimiento y la sensibilidad con lo próximo. Conoce tu aldea y descubrirás el mundo, dice un viejo proverbio que resume lo glocal, esa actitud que siempre practicó Luis antes de que inventara ese término el genial Juan Cueto, a quien tanto admiraba.
Luis Arias siendo un niño con sus padres en Lanio, Salas.
La sociedad civil asturiana, aún resistente ante el poder institucional y la pereza intelectual, pierde a uno de sus referentes y es demasiado débil para permitirse estas ausencias. Lo echaremos de falta en el columnismo periodístico, donde su pluma nunca sometida a dictados ni presiones, era muy importante para la salud democrática de este pequeño país desde hace muchos años. Justo es recordar que no hace tantos, cuando en Asturias había un régimen aún no desaparecido por completo que no permitía heterodoxia alguna y perseguía con saña al disidente, Luis era uno de los poquísimos articulistas que osaba apuntar hacia sus responsables. Al amado líder minero lo llamaba “Maese Villa”. Un presidente asturiano nos puso la proa a él y a mi, lo que nos dio para muchas conversaciones y muchas chanzas. No logró silenciarnos, aunque lo intentó.
El republicanismo, ahora que empieza a ser temido por lo que algunos llaman no sin razón régimen del 78, también queda huérfano. Luis y yo coincidíamos en que su problema es que le falta una propuesta clara y atractiva para la ciudadanía española, porque modelos hay muchos y alguno peor incluso que el monárquico, que al menos es tan claro y sencillo como antidemocrático. Nunca le comenté que al republicanismo español también le faltan líderes. Ante la opinión pública él era uno de los pocos. En Asturias casi el único, tras la desaparición de Francisco Prendes Quirós.
El furacu que deja en el asturianismo también es enorme, sobre todo en el movimiento cívico por la recuperación de la lengua asturiana, en la que escribió su padre y él mismo en ocasiones. Su apoyo activo a la cooficialidad era muy importante porque ese movimiento, con presencia social pero con la oposición de buena parte de las élites de la autonomía, necesita voces como la suya, moderadas y transversales.
El furacu que deja en el asturianismo también es enorme
La Asturias rural y sobre todo el Occidente, que es el alma del país, quedan muy huérfanas. Tenían en Luis un defensor a pie de caleya, porque oteaba el mundo desde su imponente mansión de Lanio, un palacio rural que heredó de su familia y que lo entroncaba con aquellos ilustrados y republicanos de la misma zona ( Campomanes, Flórez Estrada, Riego, Maldonado…) a los que tanto admiró y tanto tiempo dedicó a estudiar, leer y divulgar.
En el estadio Carlos Tartiere su asiento debería quedar siempre vacío en homenaje a un oviedista inquebrantable, lo que quiere decir un romántico del deporte que trajeron a España los profesores de la Institución Libre de Enseñanza y que tanto interesó a otro de los intelectuales a los que admiraba, Fernando Vela.
Yo ya lo estoy echando mucho en falta desde que recibí la terrible noticia de su muerte. No la esperaba, porque creía como otros amigos que estaba recuperado de su enfermedad, ante la que guardó una total y elegante discreción. Nos unió mucho la vida, y no solo en tantos actos en los que compartimos mesa, como hacíamos también a menudo en cualquier terraza de Oviedo, Grao o San Esteban en esas tertulias improvisadas donde Luis nos transportaba a la República de las Letras en la que vivió siempre. También compartimos proyectos y uno quedó en el aire: iba a escribir un libro sobre la Transición en Asturias para el que yo haría el prólogo. Ya lo retomaremos Luis, que nos quedan muchas conversaciones y muchas risas pendientes.