Con cerca de 273.000 habitantes, Xixón es el concejo más poblado de Asturies y el decimoquinto de España, si bien por extensión (181 kilómetros cuadrados) no está ni siquiera entre los veinte más grandes de nuestra comunidad. Pese a su discreto tamaño, el concejo gijonés presenta, más allá del casco urbano, una amplia y variada gama de caminos, sendas, restos arqueológicos, construcciones históricas y espacios verdes para esparcir y para caminar o para pedalear en bicicleta. El cierre perimetral del municipio, que la Consejería de Salud prorrogó el pasado jueves, ofrece a la ciudadanía gijonesa una buena ocasión para descubrir o redescubrir parajes de costa o de interior a lo largo y ancho de una veintena de parroquias rurales.
Casa de Rosario Acuña y El Musel al fondo. Foto: Luis Sevilla
Xixón limita con media docena de concejos: Carreño, Corvera, Llanera, Siero, Sariegu y Villaviciosa. Con Carreño y con Villaviciosa comparte aguas al nivel del mar; con Llanera, Siero y Sariegu comparte la elevación rocosa de la emblemática Peña de los Cuatro Xueces, una cima a 662 metros de altitud que marca la divisoria y en la que al parecer en otros tiempos se reunían regidores y pobladores de los cuatro concejos fronterizos para despachar asuntos relativos a las zonas de pastoreo y para festejar esa vecindad con una romería. El encuentro fue recuperado en la década de los 80 con una caminata y una comida popular anual dentro del programa de senderismo y educación ambiental Recreo en la Naturaleza. Un poco más arriba de la Peña de los Cuatro Xueces se alza el Picu Fariu, la cota más elevada del concejo, con 737 metros de altitud.
Y es que Xixón no es sólo costa, aunque también al nivel del mar es posible practicar el senderismo dejando atrás la grisura del asfalto entre el azul del Cantábrico y el verde de los prados, las lomas y las colinas. Hay una senda costera que es la prolongación hacia el este del Muro de San Lorenzo o San Llorienzu, más allá de los tres kilómetros de paseo que separan la escalera cero, La Cantábrica, de construcción relativamente reciente (fue inaugurada hace apenas trece años), y El Rinconín, donde está empadronada una de las esculturas más representativas de la ciudad: La Madre del Emigrante, llamada cariñosamente La Muyerona o La Lloca de El Rinconín, que fue concebida por el escultor Ramón Muriedas hace medio siglo. Esa ruta costera es la Senda del Cervigón, y aunque en origen se consideraba que empezaba en la ería del río Piles, hoy ya hay quien la hace extensiva por el otro extremo de la bahía hasta la playa de Poniente (una de los dos arenales artificiales con que cuenta la ciudad, creado, al igual que la playa de L’Arbeyal, a mitad de los años 90).
Playa de Peñarrubia. Foto: Luis Sevilla.
Si seguimos hacia el este por el Cervigón dejamos atrás ese archipiélago de esculturas que forman La Muyerona en bronce del cántabro Ramón Muriedas, el Cantu los díes fuxíos en mármol del quirosano Adolfo Manzano y la Solidaridad en acero inoxidable del onubense Pepe Noja. Tras la casa de Rosario Acuña, escritora y periodista republicana, se divisa la histórica playa nudista de Peñarrubia abajo y el Parque del Cabo de San Lorenzo arriba (hay acceso a él y a su mirador por escaleras y por un camino serpenteante). También el área recreativa Joaquín Rubio Camín, con una escultura que el propio artista gijonés que da nombre a ese espacio realizó con restos del Castillo de Salas, el buque granelero tristemente famoso que embarrancó hace treinta años al norte de Cimavilla y ennegreció con su combustible y su carbón las aguas de la bahía.
A poca distancia de lo que fue la ermita de San Lorenzo del Mar y que ahora es la capilla de La Providencia se halla la Colina del Cuervu, así bautizada por una leyenda marinera que documentó el escritor y etnógrafo gijonés Alberto Álvarez Peña en su libro Mitos de Xixón: en una cueva frente a la Isla de La Fontica o Isla de la Tortuga moraba un cuélebre que tenía atemorizados a los pescadores de Cimavilla que salían a faenar con sus lanchas hacia el este, y un ermitaño que entonces vivía en el Picu’l Sol, en la parroquia meridional de Llavandera, se comprometió a alejar al cuélebre de allí a cambio de que los marineros le suministraran alimentos periódicamente al anacoreta; cuando estos olvidaban llevarle las viandas, el hombre soltaba un cuervo que revoloteaba sobre la colina para recordarles a las gentes de Cimavilla esa deuda pendiente. Si las piernas aún responden, desde ahí podemos buscar el confín del concejo en dirección a Villaviciosa por la Senda de La Ñora, que debe su nombre a un río y a la playa de su desembocadura, en la parroquia maliayesa de Quintueles.
Carbayera de los Maizales. Foto: Luis Sevilla.
Tierra adentro, la zona este del concejo ofrece no pocos encantos paisajísticos en las parroquias de Cabueñes, Santuriu, Deva y Castiello Bernueces, como la Carbayera d’El Tragamón, un bosque de carbayos, de robles centenarios sobre una superficie de casi cinco hectáreas; una parte del mismo fue integrado en el Jardín Botánico Atlántico de Xixón, creado en 2003. Otra parte es conocida como la Carbayera de los Maizales, que en los años 70 acogía cada verano el Día de la Cultura, una multitudinaria romería política y musical que reunía a las izquierdas.
No muy lejos nos espera la Senda de Peñafrancia, que desemboca en torno a la fuente, el lavadero y el puente de piedra del Güeyu de Deva, donde otra leyenda de la rica mitología asturiana cuenta que se aparecían les xanes a las gentes de aldea que por allí pasaban. Y allí, precisamente, arranca el Camín de Cuadonga, de unos 75 kilómetros de longitud, señalizado y potenciado por la Tertulia Cultural El Garrapiellu hace un cuarto de siglo.
El Güeyu de Deva. Foto: Luis Sevilla.
Sin abandonar esa parroquia, el Monte Deva nos ofrece la oportunidad de mirar la ciudad de Xixón desde las alturas. Aparte de las vistas espectaculares, es un espacio natural ideal para hacer senderismo, disfrutar de una comida campestre con familiares o amistades en su área recreativa, observar fauna (mamíferos y aves) o hundir la mirada en el firmamento, porque allí se encuentra el Observatorio Astronómico Municipal. El Monte Deva alberga, asimismo, uno de los varios yacimientos arqueológicos del concejo: la necrópolis de túmulos del neolítico, los restos de un cementerio de hace cinco milenios.
Si quisiéramos completar la ruta arqueológica del concejo, nuestros pasos nos llevarían desde ahí hasta el punto cardinal opuesto. A siete kilómetros hacia el oeste del centro de la ciudad (donde también se pueden visitar las Termas Romanas de Campu Valdés) está la Campa Torres, y en ella el parque arqueológico con los restos del mayor castro costero de todo el territorio que ocuparon los astures en los siglos previos a la invasión por parte del Imperio Romano. La zona ofrece también un observatorio de aves y un mirador con generosas vistas a la ciudad y al puerto de El Musel. La parroquia más grande del concejo, l’Abadía Cenero, al suroeste de la ciudad y cerca ya de Llanera, acoge la Villa Romana del Torrexón de Veranes, los restos de lo que fue una hacienda señorial que alcanzó su apogeo en el siglo IV. Desde ese lugar vale la pena acercarse hasta el popular Texu de l’Abadía Cenero, de casi tres siglos de edad y declarado Monumento Natural, y deleitarse con la portada de la iglesia románica de San Juan Bautista, del siglo XIII (aunque, tras sucesivas remodelaciones, no queda mucho de su estructura medieval primigenia). En contra de lo que induce a pensar la referencia a una abadía, parece ser que allí no hubo nunca convento o monasterio alguno, sino únicamente el sepulcro de unos abades.
El Güeyu de Deva. Foto: Luis Sevilla.
Nos estamos moviendo en el entorno de la Ruta Vía de la Plata, que atraviesa la Península Ibérica de norte a sur desde las aguas marinas de Xixón a las aguas fluviales de Sevilla siguiendo y alargando el trazado de una calzada romana que unía Asturica Augusta (la actual ciudad leonesa de Astorga) con Augusta Emerita (lo que hoy es la urbe extremeña de Mérida). El concejo de Xixón es fecundo en rutas que nacen y mueren en el concejo, en unos casos, o que rebasan sus límites, en otros, como esa Vía de la Plata o el Camín de Santiago, cuyo ramal costero entra en Xixón desde Villaviciosa por el Altu’l Curbiellu y continúa hacia Carreño por el Monte Areo, donde se localiza otra necrópolis tumular neolítica muy relevante.
Senda fluvial. Foto: Luis Sevilla.
Y muy transitada por las gijonesas y los gijoneses es la Senda Fluvial, una ruta apta para andar, correr o pedalear, con un recorrido total de casi una veintena de kilómetros entre el Puente del Piles y la parroquia de Vega, dejando atrás la ciudad desde La Guía, Les Mestes y el barrio de Viesques. En el Camín de Cagüezo esta senda confluye con la Vía Verde de La Camocha, que visita Samartín de Güerces, Llorio, Llavandera y Roces a lo largo de siete kilómetros y sigue con bastante fidelidad el trazado del viejo ferrocarril carbonero que conectaba la Mina La Camocha con Veriña, la parroquia más pequeña del concejo.
La Vía Verde de La Camocha. Foto: Luis Sevilla.
«La mina de La Camocha dicen que va baxo’l mar y qu’a veces los mineros sienten les oles bramar», contaba el cantar al que puso letra el escritor y periodista langreano José León Delestal. No era cierto, pero es un buen reflejo de un concejo que en otro tiempo fue al mismo tiempo marinero, minero y campesino, y que de alguna manera sigue conservando las huellas de todo ello en su ciudad y en su zona rural.