Un beso para los dos hosteleros encerrados en Xixón

Aquella clase obrera de mono azul se reconocía en esa otra de las mujeres y hombres de camisa blanca y mandil negro.

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Paco Álvarez
Paco Álvarez
Periodista, escritor y traductor lliterariu d'italianu. Ye autor de les noveles "Lluvia d'agostu" (Hoja de Lata, 2016) y "Los xardinos de la lluna" (Trabe, 2020), coles que ganó en dos ocasiones el Premiu Xosefa Xovellanos.

Por las tardes, al salir de las reuniones en la Casa Sindical, yo me acoplaba a algunos compañeros veteranos del sindicato para ir a tomar unas cerveza con ellos, y a veces me llevaban más lejos de lo necesario, a una cafetería que había entre las avenidas de Portugal y de Schulz. Un día les pregunté por qué carajo íbamos allí. Uno de ellos, trabajador del sector naval, me respondió que durante la dictadura el dueño de esa cafetería tenía un chigre en otra zona de Xixón en el que paraban ellos y que ese hostelero, aunque no era un hombre politizado, permitía y amparaba las reuniones clandestinas que sabía que celebraba en la planta superior de su bar un grupo de militantes antifranquistas (con el consiguiente riesgo que asumía él como propietario del local).

En la nueva cafetería no le iban bien las cosas, no podríamos haber hecho mucho por salvar el negocio aunque vaciáramos un barril de cerveza por cabeza, pero el simple hecho de que fuéramos allí a pagar unas cañas formaba parte de la gratitud, el reconocimiento y la solidaridad devuelta en ese lenguaje obrero que no está escrito ni necesita ser verbalizado. Aquella clase obrera de mono azul que empuñaba el martillo neumático o el soplete, el gomeru o la bocacha cuando había que defender a hostias el futuro sobre neumáticos en llamas, reconocía y se reconocía en esa otra clase obrera (nunca definida así, ni antes ni ahora) que forman las mujeres y hombres de camisa blanca o de mandil negro, las gentes que sostienen la bandeja metálica con apenas tres dedos, las que empuñan el mango de la cafetera, las que se queman las manos con la plancha o la sartén, las que defienden con su trabajo diario los cuatro rincones de los bares, que son un espacio de trabajo y de vida.

La industria ya es casi un extranjerismo en mi ciudad

Xixón llegó a tener media docena de astilleros, hoy queda uno (y se han asegurado de que en él no haya ningún atisbo de sindicalismo combatiente). A aquellos viejos y honestos maestros que a jóvenes como yo nos daban lecciones magistrales de sindicalismo y de integridad a este lado de la barra del bar, poca o ninguna gente los ha relevado. La industria ya es casi un extranjerismo en mi ciudad. Y por si hubiéramos hecho pocas renuncias, ahora renunciamos a defender el comercio local frente a Amazon y la hostelería frente a la asfixia impuesta por las medidas político-sanitarias sin contraprestaciones justas.Un par de hosteleros gijoneses, Tono Permuy y David Tejerina, llevan una semana encerrados en la iglesia gijonesa de San José. Supongo que el escenario no es casual, porque en ese templo ya se encerraron en los años 70, durante el régimen franquista, un grupo de pensionistas defendiendo la dignidad y en los años 90 un grupo de insumisos defendiendo la libertad (quizás porque San José era en realidad San José Obrero, y esa parroquia y sus curas obreristas se han ganado a pulso ese apellido nunca reconocido).Con uno de los hosteleros encerrados, David, he tenido el orgullo de compartir varias batallas, justas y necesarias. Fue el insumiso que nos dio el relevo y que nos allanó el camino cuando entramos en la cárcel otros tres insumisos, hace ya un cuarto de siglo. Es un gran cocinero y un tipo íntegro, libertario, se encadenó hace poco en la sucursal de una empresa eléctrica, no me extraña ver que se apunta a una nueva batalla por la justicia social: ese es su bando, el mío también, y me siento orgulloso de mi gente. Un beso para estos dos hosteleros obreros y para todo el colectivo de Hostelería con Conciencia.

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