ME ACUERDO del día que llamé, voz temblorosa, a la librería Cervantes para informarla de nuestra minúscula y recién nacida editorial.
ME ACUERDO de que cuando le pasaron mi llamada me presenté, tratándola de usted.
ME ACUERDO de su respuesta: «Tutéame, por favor. Entre colegas nos tratamos de tú».
ME ACUERDO de que con ese gesto, ella, que conoce a todos los grandes editores del mundo, me hizo sentir parte de su república de las letras.
ME ACUERDO del brillo de sus ojos y la sorpresa que expresaba su cara cuando le enseñé un ejemplar de nuestro primer título.
ME ACUERDO del rostro de esa mujer, que ha visto todos los libros del mundo, ilusionarse con el que le traía un editor bisoño.
ME ACUERDO de su emoción de colegiala cada vez que le hablamos de algún proyecto literario, ella, que ha leído todos los libros de este mundo.
ME ACUERDO de que, aun cansada o con alguna magulladura, jamás la he visto quejosa o derrotada.
ME ACUERDO, ahora, de que no soy George Perec, ya quisiera.
ME ACUERDO, aun así, de que cuando vuelva a ser joven quiero ser como Concha Quirós, ni quejoso ni derrotado. Siempre ilusionado.