Domingo, 24 de agosto de 2008. Suena el despertador a las ocho de la mañana, hora española. En Pekín son las tres de la tarde. De resaca y con ojeras te plantas delante de la tele. Está a punto de comenzar la final de K2 500 de piragüismo en los Juegos Olímpicos de la capital china.
Por la calle seis va la embarcación española. Un tal Saúl Craviotto marca. Carlos Pérez Rial ‘Perucho’ de Segundo. Salen como aviones, con un ritmo de palada más lógico de un 200 que de un 500. ¿Dónde van estos? Llegan al 250 sacándoles un barco de distancia a los segundos. Estás flipando. Has entrenado a piragüismo. Sabes lo que es remar un 500. Sabes lo que es pasarse de frenada y llegar al 250 desfondado y sin aliento, cuando todavía te queda la mitad. Un pensamiento te asalta: “estos no aguantan ni de coña”. Como estaba previsto, los alemanes empiezan a recortar distancia. Pero Craviotto y Pérez, contra todo pronóstico, resisten, y en la tirada final conservan la primera posición por milésimas de segundo. Por primera vez en la historia una K2 española sube a lo más alto del podio en unos Juegos Olímpicos.
Ese domingo sales a tomar el vermú ansioso de comentar la jugada con alguien. Pero el piragüismo no es el fútbol. A la peña, más allá de que España se ha metido otra medalla en la buchaca, se la suda. En los medios la gesta resonará algunos días. Luego todo quedará en el baúl de los recuerdos de esa inmensa minoría que alguna vez en su vida se ha subido a una piragua de competición. Los éxitos en los deportes minoritarios son como el bugre o los percebes. Cuestan mucho y caducan muy pronto.
Craviotto acabará haciéndose famosillo y firmando algún autógrafo. La gente lo conoce por la calle porque ha participado en programas como Masterchef, ha salido en la portada de revistas y ha protagonizado alguna campaña de la Policía Nacional contra la violencia machista. Pero a ti eso te la trae floja. 13 años después cuando te lo cruzas en el pantano de Trasona sigues viendo al kamikaze de Pekín, aquel tipo que se la clavó a los alemanes jugándose el todo o nada en 250 metros, y llegó a la meta con el corazón saliéndole por la boca.
LA POLÉMICA
Esta semana su cara volvía a ocupar portadas e informativos. Y no por los éxitos que ha cosechado desde entonces (cuatro medallas olímpicas, otra de ellas de oro en el K2 200 de Río) ni por sus serias posibilidades de conseguir la victoria en los próximos Juegos Olímpicos de Tokio, sino por protagonizar un supuesto escándalo: un presunto amaño en los controles selectivos. Otro integrante de la selección española de piragüismo, el zamorano Carlos Garrote, le acusa de no emplearse a fondo en los tests realizados la pasada semana en el pantano de Trasona para conformar la combinación del K4 500 que peleará por el oro en Tokio.
Esa K4 ha de estar tripulada por cuatro palistas seleccionados de los seis que conforman el equipo nacional de kayak masculino. El entrenador, el luanquín Miguel García, organizó varias pruebas con combinaciones diferentes. El equipo formado por Saúl Craviotto, Marcus Cooper, Carlos Arévalo y Rodrigo Germade, el mismo que fue segundo en los mundiales de Hungría en 2019, fue el que hizo la mejor marca. Hasta ahí todo correcto. Las alarmas saltan cuando se comprueba la enorme diferencia de tiempos. Casi cuatro segundos con respecto a las otras combinaciones, en las que estaban Garrote y el gallego Cristian Toro. Un desfase exagerado tratándose de piragüistas de élite.
un juez ha prohibido la difusión de los audios que provocaron la polémica
Lo que debería ser una vicisitud normal en la preparación de una embarcación de equipo para una olimpiada salta a las pantallas y a las redes sociales cuando desde el entorno de Garrote y Toro comienzan a lanzarse sospechas de amaño, acompañadas de dos audios: uno, de una reunión entre el propio Garrote y Miguel García, en el que el entrenador reconoce que las diferencias de tiempo son demasiado abultadas, por lo que anuncia que no tendrá en cuenta esos tests y que realizará un control selectivo en K1 (que tuvo lugar este domingo, y en el que no participaron ni Garrote ni Toro). El otro, una conversación telefónica del seleccionador con Saúl Craviotto, cuya difusión mediática acaba de ser prohibida por el Juzgado de Instrucción número 2 de Avilés.
Desde Zamora, el expresidente de la Federación Española de Piragüismo, Juan José Ramón Mangas, habla directamente de “amaño”. Desde Galicia, el Club Fluvial de Lugo, en el que rema Toro, ha pedido la retirada de Craviotto del equipo nacional.
Como era de esperar cada parcela ha barrido para su terreno, y en este caso el piragüismo asturiano mayoritariamente ha cerrado filas con García y Craviotto. Uno asturiano y el otro afincado en Asturies desde hace tiempo, ambos gozan de gran popularidad en el entorno del embalse de Trasona, centro neurálgico de este deporte en el País Astur. Aquí la opinión general es bastante más prosaica que las narrativas de corruptelas y chanchullos: Garrote, campeón del mundo en K1 200 en 2018 y bronce en 2019, ha montado una pataleta porque no competirá en Tokio en esta distancia, al perder el control selectivo contra Carlos Arévalo el pasado 4 de marzo. Su única posibilidad de estar en la cita olímpica japonesa era el K4 500, que también se le ha escapado.
ESPAÑA, UNA POTENCIA QUE SALE POCO EN LA TELE
Tengan razón unos u otros, lo cierto es que la polémica ha atraído focos, cámaras y micrófonos. Y esa es una sensación que predomina entre los aficionados a este deporte: la opinión pública se acuerda de las piraguas para hablar de escándalos y polémicas, algo que resulta injusto en cualquier disciplina minoritaria, pero en el piragüismo especialmente, pues se trata de una de las que más éxitos internacionales está dando a España en los últimos años.
Los números no dejan lugar a dudas. El segundo deporte que más medallas olímpicas ha cosechado para España es el piragüismo, con 14 en aguas tranquilas y dos en aguas bravas, únicamente superado por la vela. En los últimos Juegos Olímpicos de Río (2016) fue el deporte que más medallas obtuvo para la selección olímpica, con dos oros en K2 200 y en k1 1.000, un bronce en k1 200, y un oro en eslalon. De los tres deportistas españoles con mejor palmarés olímpico dos son piragüistas, David Cal y Saúl Craviotto.

Pero es que además de las olimpiadas, el piragüismo tiene campeonatos del mundo todos los años, con presencia habitual de España en los podios. En total, los piragüistas españoles han cosechado 79 medallas en mundiales, ocupando actualmente el décimo puesto en el ranking histórico. Se trata además de un deporte en el que las categorías femeninas gozan del mismo prestigio que las masculinas, o al menos no padecen la misma subestimación que en otros, como el fútbol o el ciclismo. Una mujer kayakista, la gallega Teresa Portela, cuenta con uno de los palmareses más laureados del deporte español, con 15 medallas en campeonatos del mundo.
Pero poca gente sabe esto fuera del minoritario mundo de la piragua. El 26 de agosto de 2018, el día en que Garrote quedaba campeón del mundo en K1 200, la noticia del día era la victoria del Barça ante el Valladolid. Un año después, el día en que el K4 español se hizo con la plata en los mundiales de Hungría, la mayoría de los informativos abrían con el partido del Atlético de Madrid frente al Leganés. Las medallas de los palistas tienen su reflejo en los medios, especialmente gracias a los teletipos de la agencia EFE, pero su seguimiento es muy inferior al que las redacciones brindan a polémicas como la que ahora afecta al K4, o la que en 2004 protagonizaron los palistas de maratón Emilio Merchán y Julio Martínez, acusando a la Federación de incitar al dopaje.
LA DIFÍCIL JUBILACIÓN DE UN PIRAGÜISTA
Aún no se sabe lo que pasará con esa K4, que antes de las olimpiadas tiene que disputar una copa del mundo en mayo, cuyos resultados pueden confirmar su conformación actual o cuestionarla. Pero en caso de que Carlos Garrote y Cristian Toro no vayan a Tokio les surgirán dos problemas. Uno es inmaterial, de prestigio, de autoestima o incluso de orgullo: no estar presente en unos Juegos Olímpicos para quien ha formado parte de la élite es un golpe difícil de encajar. Otro es el que se encuentran más temprano que tarde todos los deportistas profesionales de disciplinas minoritarias: buscarse la vida después de colgar la pala.
no estar en los jj.oo puede suponer perder la beca de la que vive un piragüista profesional
Esa es la cara B del contencioso surgido por el asunto del K4. Al no entrar en el equipo que irá a Tokio, Garrote y Toro pueden quedarse sin la beca ADO. Esta ayuda, y la del Consejo Superior de Deportes (CSD), son las dos únicas formas que un piragüista tiene de ganarse la vida remando, patrocinios privados aparte. La beca ADO para deportistas olímpicos supone una cuantía de 60.000 euros anuales en el mejor de los casos (si el adjudicatario ha ganado una medalla de oro en categoría individual), y se renueva cada dos años. Las del CSD pueden llegar a rondar los 900 euros al mes, y se conceden cada año. ADO y CSD no son acumulables y se asignan en función de los resultados obtenidos en Juegos Olímpicos, campeonatos del mundo y de Europa.
Es decir, un piragüista que consigue una medalla de oro en una olimpiada tiene asegurados 60.000 euros anuales durante los dos siguientes ejercicios, más la prima por ganar el metal (94.000 euros si ha sido en K1, 75.000 en K2 y 50.000 en K4). Por lo tanto, un Leo Messi o un Cristiano Ronaldo del piragüismo español pueden embolsarse unos 214.000 euros en dos años si queda campeón olímpico, algo que solo algún fuera de serie ha conseguido, como el canoísta gallego David Cal en Atenas 2004.

Lo normal es que el deportista sobreviva con cantidades más modestas mientras dura su carrera en la élite. ¿Y qué ocurre cuando se termina? Pues que cada uno se busca la vida. Los hay que compaginan la competición con el trabajo, como el propio Craviotto, que ejerce de policía nacional en Xixón. Los hay que aprovechan para formarse de cara al futuro. Los hay que utilizan el deporte para hacer sus contactos. Y los hay que se dedican exclusivamente a la competición, y cuando se les acaba el combustible se ven con una mano delante y otra detrás. Ejemplos turbios no faltan. En los corrillos de Trasona circulan historias sobre el día después de gente que pasó por centros de alto rendimiento: trabajos precarios, situaciones desestructuradas y hasta depresiones. No son la mayoría de los casos, pero están ahí. El propio Cal, tras anunciar su retirada un año antes de la Olimpiada de Río, admitió que una de las razones de su desmotivación era el desasosiego que le producía pensar en qué sería de su vida después de la competición.
No parece plato de buen gusto para un kayakista quedar apartado de una competición internacional, menos aún de unos Juegos Olímpicos. Pero son las reglas del juego en un país donde, dentro del deporte profesional, el fútbol es la aristocracia, el ciclismo, la alta burguesía, y los piragüistas, los obreros de la construcción. Salvando, eso sí, una diferencia: el piragüismo ha hecho ondear la enseña nacional muchas más veces en el podio. Pero al país de las banderitas en los balcones le interesa más el fútbol. También son reglas del juego.