Hace un año, durante las semanas de confinamiento, el músico y escritor Xabel Vegas escribía estas líneas para acompañar esta imagen de Iván G. Fernández, fotógrafo de Nortes y promotor de la sección #Hastaeldiafragma. Un año después, retomamos este diálogo entre texto y fotografía para seguir indagando en las huellas que ha dejado la pandemia en nuestras vidas.
Cuando uno va cumpliendo años, la muerte aparece poco a poco, casi sin avisar, como un pensamiento recurrente. Mi padre murió con apenas unos años más de los que yo tengo ahora. Y es inevitable, en esos momentos en los que uno siente un latido en el pecho algo más fuerte de lo normal, preguntarse si el final llegará pronto o si por el contrario alcanzaré la vejez a pesar de no haber sido jamás un ejemplo de vida saludable. No es un pensamiento dramático, ni mucho menos espiritual. Tampoco tengo miedo a la muerte porque ni siquiera tengo demasiado apego a la vida. Pero sí sé que hay cosas que no me gustaría perderme, ya llegue mi final dentro de un año o de cuarenta. En lo personal no tengo grandes aspiraciones en ese sentido. Tal vez lamentaría morirme sin experimentar la paternidad. Pero ni siquiera esa es una aspiración a la que no podría renunciar sin demasiado dramatismo.
Más allá de mi propia vida, hay cosas que no me gustaría perderme por el fastidio de morirme antes de que ocurran. Me gustaría ver la proclamación de la III República en España. Y, ya puestos a soñar, me gustaría ver a José María Aznar sentado en el Tribunal de la Haya por ser uno de los promotores de una guerra criminal declarada con falsos motivos y en contra del criterio de la práctica totalidad de la ciudadanía española. Una guerra -la de Irak- que no solo causó cientos de miles de muertes directas sino que sumió al mundo en una suerte de conflicto de civilizaciones huntingtoniano que ha alimentado tanto el fanatismo religioso como las ideas extremistas de la derecha populista que estamos sufriendo hoy.
Pero seamos realistas. ¿Qué noticia no me gustaría perderme antes de morir? He pensado en ello mil veces y he llegado siempre a la misma conclusión. Por prudencia, no pienso en un horizonte temporal más allá de una década. No es que no aspire a vivir más, pero en estas cosas conviene ser conservador. ¿Cuál creo que será la noticia más importante de esta década que acaba de comenzar abruptamente? ¿Que anuncio no me gustaría perderme antes de morir? Seré sincero, aunque suene raro y corra el riesgo de parecer un friki: no quisiera perderme la confirmación de que existe vida más allá de la Tierra.
Por descontado, no estoy hablando de hombrecitos verdes ni de platillos volantes. Ni mucho menos. Imagino más bien una bacteria descubierta en algún lugar remoto del Sistema Solar. O tal vez algún biomarcador confirmado en un lejano exoplaneta, quién sabe. Pero aquello que hace solo unas décadas era objeto exclusivo de la ciencia ficción y de magufos conspiranoicos y milenaristas, hoy es uno de los principales objetivos de la exploración científica del espacio.
Tengo el convencimiento de que la noticia llegará pronto. Probablemente en unos pocos años. Y seguramente no cambie gran cosa la manera de entender nuestra existencia como especie. Pero por algún extraño motivo que no acabo de descifrar, me hace particular ilusión llegar a tener la certeza de que en algún lugar del cielo nocturno existe un ser, probablemente diminuto y simple, que nace, se reproduce y muere como nosotros. Y quién sabe, tal vez algún día descubramos que tras la capa de hielo superficial de Europa, la luna de Júpiter, hay todo un océano repleto de hermosas e hipnóticas medusas. Pero eso, casi con toda seguridad, no llegaré a verlo.