He tenido tres coches, y los tres a cada cual más pequeño. A los dos primeros, el Renault Clio y el Peugeot 106, los recuerdo sobre todo por sus acciones heroicas en las distancias cortas de la carretera vieja entre Xixón y Uviéu. A los dos los cargué hasta arriba de libros, ropa, material escolar y alimentos no perecederos, y ninguno de los dos emitió siquiera un tosido de gases como protesta, quizás porque sabían que ellos y yo estábamos dando lo mejor de nosotros mismos por una causa justa. Yo partía en repetidos viajes desde el barrio gijonés de Pumarín y cuando mi coche llegaba, con el motor y el chasis maldiciendo a los cielos, a la entrada de aquel pequeño taller de pintura de vehículos de un polígono industrial de Llugones salía a recibirnos, con paso nervioso, Juan Luis Vallina, enfundado en su elegante mono azul de obrero, de trabajador autónomo. A veces torcía el gesto, porque el altillo de su taller ya no daba para más, estaba desbordado de material humanitario que debíamos mandar a los campamentos saharauis, pero en pocos segundos recomponía el gesto, pintaba a pistola en su cara una sonrisa esmaltada y chapada a la vieja usanza del internacionalismo, una sonrisa empecinada, para decirme: “Bueno, vamos a descargar esto. Ya encontraremos una solución”.
A Juan Luis Vallina Ariznavarreta (Uviéu, 1946) lo conocí en aquellos lances, en aquellos tránsitos, hace ya más de un cuarto de siglo. Éramos compañeros en la Asociación Asturiana de Amistad con el Pueblo Saharaui y los dos formábamos parte del ala ejecutiva de la Ejecutiva (valga la redundancia) de la Asociación; ya se sabe que en todo colectivo hay gente ejecutiva y gente contemplativa, gente que actúa y gente que ejerce de florero. Yo ya descubrí entonces que a Vallina los floreros no le gustaban, porque la gente que milita a pie de calle, a pie de obra, a pie de tierra, sabe que las flores más lindas florecen en tierra libre y con el sudor del pueblo, no en floreros ni en invernaderos.
Vallina ha combatido en muchos frentes a lo largo de medio siglo: el PCE, Izquierda Unida, la Asociación Hispano-Cubana Paz y Amistad, los Comités de Solidaridad con América Latina (COSAL), el Ateneo Republicano de Asturias, las asociaciones de madres y padres de varios centros docentes de Uviéu y Llanera… Eso es lo que refleja su currículo, yo tengo que añadir que también participó en movilizaciones de apoyo a los insumisos que nos encarcelaron en los años 90, y le estaré eternamente agradecido por esa y por todas las demás causas que abrazó. Pero estoy especialmente orgulloso de haber compartido con él la lucha por la libertad del pueblo saharaui.
En mis años de militancias he tenido la suerte de trabajar, codo con codo, con mucha gente extraordinaria: gente humilde, comprometida, combativa, incansable, inagotable, sonriente, generosa, sagaz, audaz, clarividente en muchos casos. Han sido mis maestras, mis maestros en la vida, pero en esos momentos que compartí con ellas y con ellos nunca encontré el momento ni el valor ni la palabra apropiada para decírserlo. Juan Luis Vallina era y es una de esas personas. Este viernes presenta en la Plaza de La Habana, en Posada de Llanera, a las siete y media de la tarde, su libro de memorias Juan Luis Vallina: Una vida de compromiso, en un acto que organiza Izquierda Unida de Llanera en colaboración con Nortes. En representación de este periódico iba a ir mi compañero Diego Díaz, pero no podrá estar y lo sustituiré yo. Seguramente no seré capaz de decirle a Vallina nada de esto que he dejado escrito aquí arriba, pero haré lo posible por encontrar la palabra apropiada, y en todo caso me tomaré la libertad de robarle un abrazo. Y es posible que él o yo al despedirnos nos digamos eso que nos decimos la gente empecinada que militamos en la causa saharaui, ya sea en el Sáhara, en Asturies o en cualquier otro rincón del mundo: “Nos veremos en El Aaiún, en El Aaiún liberado”.