Esta mañana un tertuliano televisivo de izquierdas insistía en esa idea de que el PP no es una derecha homologable con otras derechas europeas en temas como la condena de los regímenes fascistas que asolaron el continente, el derecho a la autodeterminación de pueblos o naciones sin Estado, los derechos lingüísticos… Es una verdad a medias. La derecha francesa es más centralista que ninguna, la derecha italiana es todavía más chusca y caricaturesca que la española, la derecha británica tiene medio cuerpo asentado en la refinada ranciedad de los lores y del imperio perdido mientras su otra mitad eructa consignas propias de un hooligan con el cerebro encharcado en cerveza…
Yo creo que no favorece mucho al pensamiento de izquierdas agarrarse a ese clavo ardiendo de que las derechas europeas son más civilizadas que la española. A mí todas las derechas me parecen caníbales, representan una ideología que se basa en que el ser humano mejor posicionado tiene derecho a devorar al ser humano menos afortunado en la pirámide social que esas mismas derechas se han encargado de erigir y de blindar a través de los cinco poderes: el ejecutivo, el legislativo, el judicial, el mediático y el económico.
Dicho esto, Pablo Casado hoy está de celebración: cumple tres años como presidente del PP. En realidad, él y sus asesores hoy deberían estar lamentando sus tres cagadas filofranquistas de las últimas semanas. El mes pasado Casado dijo en el Congreso que la guerra civil fue “un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia”, y seguimos esperando que rectifique esa intolerable equiparación entre lo que defendió un bando y otro entre 1936 y 1939. Este mes anunció que si el PP llega al poder abolirá la Ley de Memoria Democrática y esta misma semana le rio las gracias en un acto público al ex ministro Ignacio Camuñas (uno de los fundadores de Vox) cuando dijo esa gilipollez de que “en 1936 no hubo un golpe de Estado”, sino que “la República fue la responsable de la guerra civil”. En el mismo acto, el ex ministro Rafael Arias-Salgado se refirió al primer ministro de Países Bajos como un “hijo de puta”.
Pablo Casado lleva tres años buscando su espacio político entre los fósiles de la derecha que representan tipos como Camuñas o Arias-Salgado, José María Aznar o Mariano Rajoy, y esa ultraderecha troglodita que le está comiendo la tostada con personajes aún más primitivos, como Santiago Abascal o Javier Ortega Smith, Raquel Monasterio o Iván Espinosa de los Monteros. En estos tres años al frente del Partido Popular ha pedido que se restrinja el derecho al aborto, ha mirado para otro lado cada vez que le preguntaban por los descomunales casos de corrupción en su partido, ha pedido que se ilegalizarán partidos independentistas que han hecho por la libertad y por la democracia mucho de lo que harán en toda su existencia la Alianza Popular del ex ministro franquista Manuel Fraga y el Partido Popular de Aznar, Rajoy y Casado. Con esa herencia, que no huele precisamente a limpio, Casado, si quiere ir de demócrata, debería hacer al menos un esfuerzo para desmarcarse de toda la pestilencia y la miseria del franquismo que sigue escondiendo y representando su partido.