Cuando Fruela Fernández (Langreo, 1982) llega a la terraza de El Manglar hace lo que hacen los poetas: pisa el huerto, mira y pone nombre a las cosas. Habla solo para sí mismo: “Esto son frambuesas”, “esto son calabacines”. Y algo muy parecido es lo que hace en su último libro, “Incertidumbre de aldea” (Editorial La Vorágine), un cuaderno que navega por la frontera entre el diario íntimo, la poesía y el ensayo. Caben muchas cosas en este libro hecho de retales, de visiones, de palabras cazadas al vuelo por el oído atento y paciente de Fernández—autor de cuatro libros de poesía, del celebrado ensayo “Una tradición rebelde. Políticas de la cultura comunitaria”, traductor de literatura alemana y profesor en la Universitat de les Illes Baleares. Caben en estas páginas, escritas entre 2018 y 2020 como “un refugio y un regreso a la intimidad”, un primer hijo, una pandemia, unas ilusiones políticas derrotadas (¿o traicionadas?) y muchas horas recogiendo higos, naranjas y caquis en el pueblo de Mallorca en el que vive. Fruela vuelve a sentarse a la mesa y escucha.
Estableces un principio que ha de guiar la escritura: “No salir bien parado de una página tuya”. ¿La escritura tiene que doler, o al menos tiene uno que exponerse al dolor, a la intemperie, a la incomprensión cuando escribe?
Yo creo que, con independencia de que haya un dolor o un placer, porque cada persona escribe de una manera distinta, de lo que se trata es de no embellecerse. Que se sienta en la escritura que se está haciendo por necesidad, que no se está ejerciendo por tener una imagen más satisfecha de sí mismo. Que uno no se regodea en el hecho de escribir, sino que es una necesidad a la hora de conocerse.
Dices que la escritura que te interesa es ante todo una actividad ética
Sí, porque mientras escribía este texto pensaba bastante en los modelos clásicos de lo que ha sido la filosofía en el mundo griego. Son textos pensados desde la perspectiva del propio autor, que está intentando generar su ética, o se está dirigiendo a un grupo muy reducido de destinatarios a quienes está intentando ayudar en el proceso de encontrar una manera de estar en el mundo: los diálogos de Platón, la ética nicomáquea, Epicuro, Marco Aurelio…
Marco Aurelio es el modelo más evidente. Él no está escribiendo pensando en que lo lean, sino que escribe para intentar saber si lo que está haciendo es lo correcto y lo digno.
Ese es uno de los hilos que yo tenía presentes. En el proceso de escritura vas encontrando esos ecos con esas obras, y realmente se trata de que el texto te ayude a encontrar tu camino en el mundo.
Este libro dices que es, en cierto modo, el cierre de un ciclo en tu obra y la apertura de otro nuevo, y relaciones ese fin de ciclo con la derrota —dices que por cansancio, por traición, por miedo —de las ilusiones políticas que se abrieron en 2011. ¿Es este un libro del desencanto político e histórico de una generación?
Dentro del libro hay momentos en los que yo estoy pensando sobre esta derrota colectiva. 2011 fue un momento, y en general toda la gran crisis, que nos ha politizado a muchas personas. A mí, como escritor, eso me influyó mucho en lo que hacía. Pero cuando ese ciclo se va cerrando también tu escritura se replantea. Porque aquello que te conmovió se está desplazando o está desapareciendo. Es muy difícil que la escritura permanezca insensible a eso. Yo lo veo, más que como el inicio de una nueva época, como un momento en el que uno necesita pararse y decir “¿ahora qué?”
¿Y qué fue lo que falló para que fracasase ese ciclo político? Hablas de que al final quedó solo “la intensidad de lo inferior”: ¿acabaron imponiéndose los más cínicos, los que tenían menos escrúpulos y más sed de poder a toda costa?
Todo proceso político transformador se enfrenta a una resistencia, y eso hace que la energía del proceso sufra mermas. Un movimiento, cuando triunfa o logra sus objetivos, es cuando aprende a sobrevivir a esas mermas. Y, en este caso, lo que se ha visto es que este movimiento se ha visto mermado muy rápidamente porque ciertas lógicas triunfaron frente a otras y fue perdiendo su identidad.
No lo sé, hay muchas posibles respuestas. Pero lo que sí que es evidente es que quien ha permanecido en la política institucional es fundamentalmente quien ha querido hacer carrera, y quienes entendían que no se trataba de eso han ido volviendo a los movimientos o han ido cayendo en el desencanto.
“A nuestra generación le han puesto unas expectativas altísimas y nos estamos encontrando con un choque tremendo con la realidad”
Dices que este es un libro que fue surgiendo poco a poco, tras un periodo de sequía de escritura. Me da la sensación de que es un libro en el que estás tanteando una nueva forma de encontrar un sentido a la existencia, una vez que el sentido histórico ya no te puede aportar nada. Y ahí están, como nuevos asideros del sentido, la paternidad, la contemplación y el cuidado de la naturaleza, el silencio…
El libro se puede entender como un refugio y como un regreso a la intimidad. Después de un tiempo en el que tus sentidos y tu acción han estado sobre todo volcadas hacia fuera, regresas a tu intimidad, y de ese regreso va surgiendo la escritura.
Da la impresión de que asumes que envejecer va inevitablemente ligado a ir instalándose en un pesimismo político, pero que hay muchas formas de pesimismo político, y no todas pasan por el rencor, el resentimiento o la zafiedad. Y es este un tema que aparece al menos una vez más en el libro, el tema de aprender a envejecer y a asumir las derrotas y las frustraciones propias sin dejarse envenenar por el odio. Algo así dices a propósito de un par de conocidos tuyos de la Cuenca, de quienes te sorprendió su rencor y el resentimiento, que son a su vez el carburante perfecto para las políticas del odio y el autoritarismo
Sí, sí. Hay un momento en la vida en que nos empezamos a plantear la vejez de una manera más intensa, y es importante un paso del tiempo y un envejecimiento consciente. Que nos demos cuenta de que no somos las mismas personas, pero que no nos dejemos llevar por las derivas del resentimiento o de ponerse a uno mismo en el centro, y saber adaptarse a los nuevos momentos en los que uno va viviendo.
Porque la vejez muchas veces va asociada a ese desprecio hacia lo joven y lo nuevo, en lugar de a una voluntad de entender en qué medida puede haber diálogo o en qué medida no va a poder existir ese diálogo. Pero al menos hay que hacer un esfuerzo consciente por no cerrarse o anquilosarse en la visión de tu generación o de tu ámbito. Envejecer bien consiste en ser conscientes de nuestros prejuicios de época e intentar, en la medida de lo posible, encontrar en las generaciones que vienen después interlocutores, puntos de encuentro.

Dices que la nostalgia, al implicar una sumisión al pasado, carece de proyecto, pero no de atractivo. ¿Por qué ese atractivo de la nostalgia, y por qué es tan fuerte en este momento?
La nostalgia es muy dañina porque siempre embellece. Siempre sintetiza, en una dirección o en otra, pero sintetiza casi siempre hacia lo positivo. Uno siempre recuerda con más facilidad determinados elementos del pasado en los que vivió mejor, pero no otros más duros. Ahora, políticamente, vivimos momentos de una nostalgia terrible en el cual se están idealizando ciertas dinámicas de los años 60, 70 u 80, sin ver otros aspectos muy nocivos.
Yo hace mucho que tengo una especie de cruzada contra la nostalgia. Vivimos en una época que es plenamente nostálgica. Puesto que vemos que nuestras expectativas no se están cumpliendo, volvemos la vista a la historia reciente e identificamos aquello que nos interesa de nuestra lectura.
“Feria”, de Ana Iris Simón, ha sido el gran éxito editorial del año con una defensa de la tradición, de la vuelta al pueblo y de la comunidad. ¿Esa sensibilidad de “Feria” hacia la tradición se entronca en esa “tradición rebelde”, de la que hablabas en tu anterior libro, o la ves más en una reivindicación reaccionaria de la tradición?
Tengo que decir que no he leído el libro de Ana Iris Simón, y ha habido tantos encontronazos en torno a él que me ha quitado las ganas de leerlo en una temporada. Pero sí que detecto, en ciertas personas que lo han defendido, una esencialización del pasado.
Todas estas ideas de que nuestros padres tenían hijos, y tenían casa y coche y todas estas cosas. Bueno, eso es cierto para determinados sectores, pero mucha gente te podrá decir que sus padres vivieron muy mal.
La clave, para mí, es que ahora estamos en un momento en que la diferencia entre las expectativas y la realidad es enorme. Mientras que, en la época de nuestros padres, por lo general las expectativas eran muy bajas. La gente venía en muchos casos de miseria, de trabajos durísimos, y sus expectativas no eran especialmente altas. Muchos de ellos se sentían en una posición cómoda porque habían superado sus expectativas. A nuestra generación le han puesto unas expectativas altísimas y nos estamos encontrando con un choque tremendo con la realidad.
“Envejecer bien consiste en ser conscientes de nuestros prejuicios de época”
Citas mucho a Peter Handke, un escritor magnífico sin duda, pero que generó mucha polémica su Nobel por su apoyo a los serbios en la guerra de Yugoslavia y su negacionismo del genocidio de Srebrenica. ¿Cómo navegas tú estas contradicciones entre obra y autor, que además es un tema que se ha debatido mucho estos últimos años?
Es una cuestión muy compleja, la verdad. Creo que, en general, lo que suele ocurrir con los autores que tienen posiciones políticas que no compartimos, es que cuando éticamente sus libros fallan también el libro como conjunto falla. Lo textos de Handke sobre la antigua Yugoslavia son bastante simplistas, que es todo lo contrario de lo que es Handke y de lo que es Yugoslavia.
La obra de Handke es una obra de indagación y de puesta en duda constante, pero sus textos sobre la antigua Yugoslavia son de una gran simplicidad, son incluso caricaturescos, porque se centran en defender a un grupo de muchos de los implicados en un panorama tremendamente complejo.
Creo que cuando un autor nos interesa por su obra, allí donde sus posiciones políticas fallan es donde suele también colapsar nuestro interés por su escritura.

“Tras la falsedad del discurso, la epidemia pone al sistema ante su verdad, tan fea, tan repugnante”: ¿qué es lo que, con la pandemia, ha quedado al descubierto de nosotros mismos y de nuestra sociedad?
Es largo, porque es todo. Por un lado, que es una de las cuestiones que más me interesa, hemos visto la podredumbre del sistema público o semipúblico de cuidados, especialmente de cuidado de los ancianos. Hemos visto que las residencias, en gran parte del Estado, están en un estado lamentable, en gran parte debido a procesos de privatización o de externalización que no se deberían de haber producido.
Pero son muchas las cosas que hemos visto. Por un lado, que tenemos una idea del placer basada constantemente en el alcohol, en la socialización banal y en el ruido. No tenemos modelos alternativos. Con este supuesto gran drama que ha habido, con el cierre de los bares y discotecas, hemos visto cómo gran parte de la población no tiene otros lugares donde sentirse viva mas que a través de este ocio embrutecedor.
Luego también la ideología del turismo, con la gente que se sentía totalmente asfixiada por no poder irse de viaje. Es decir: el poco aprecio por la cercanía, por el lugar en el que estamos, y siempre poner las miras en otra parte.
Lamentas también cómo los derechos ciudadanos se han transformado en derechos del consumidor, y es algo que creo que hemos pagado bastante caro en estos meses de pandemia
Si uno es ciudadano, asume que tiene derechos y deberes. Es decir, en la medida en que se le concede algo, también se espera de él algo: un comportamiento, una cierta solidaridad o un respeto. Pero cuando uno es consumidor todo pasa por el dinero. Es decir, yo he comprado y tengo derecho a.
Yo lo que veo es que, en las últimas décadas, muchos de los debates sobre nuestra vida en común se establecen con una perspectiva consumista. Es decir, yo tengo un coche y, por lo tanto, tengo derecho a entrar en la ciudad en cualquier momento, tengo derecho a aparcar en el centro fácilmente…En lugar de plantearse que las personas tienen derecho a poder caminar tranquilas o a no estar tragando humo constantemente.
En el libro hay muchas reflexiones sobre el ruido, que es un símbolo de muchas otras cosas; dices que es la expresión más alta del individuo encerrado en sí mismo; y también de la depredación privada de los espacios públicos
La cuestión del ruido pasa por la idea del individuo burbuja. El individuo que identifica sus límites personales con los límites del mundo. Yo estoy aquí, escuchando mi música, encapsulado, y puesto que estoy en mi casa, estoy en lo mío, tú no tienes que venir a decirme lo que tengo que hacer yo. Porque el individuo se crea a sí mismo como una burbuja y no piensa que haya nada más allá de él.
En general, son señales de personas que no son conscientes de que forman parte de la sociedad. Pero es que la tecnología, tal y como la estamos viviendo actualmente, es lo que fomenta: que estemos cada vez más encapsulados y con cada vez más conciencia de individuos burbujas. Una sensación de que todo tu mundo avanza contigo, y todo lo que hay más allá no es competencia tuya.
Me interesa eso que dices sobre Mallorca, cuya historia en las últimas décadas ha oscilado entre la mirada productiva del campesino y la mirada estética del extranjero. Esa dialéctica, dices, en el caso de Mallorca y de otros lugares con una industria turística hipertrofiada, da lugar a la paradoja de que la belleza acabe siendo enemiga de la vida
Mira, no recuerdo las cifras exactas pero creo que, aproximadamente, de los alimentos que se consumen en Mallorca a lo largo del año, está en torno al 10% del total de aquellos que se producen en la propia isla. Eso ya te da una imagen de un lugar que no puede ser autónomo desde el punto de vista básico de la alimentación.
Esto se debe, en buena medida, al abandono del campo, y también al crecimiento desmesurado del número de personas que pasan por la isla. El abandono del campo tiene mucho que ver con la industria turística. Porque si tú tienes un terreno grande, en el que podrías cultivar, y lo conviertes en un hotel o en un chalet, deja de ser productivo desde el punto de vista de la vida para ser generador de lucro. Aquí hay una contradicción tremenda que se percibe más claramente en pueblos como el mío, que son agrícolas. Tú dejas de cultivar y sabes que en el supermercado hay comida. Pero en un contexto como en el que estamos, de sequías cada vez más intensas, de recursos cada vez más escasos, un territorio que depende para su subsistencia del transporte de alimentos es un territorio que está poniendo lo más básico en riesgo.
¿Cómo es vivir en un lugar como Mallorca, una isla con un turismo masificado por la que pasan millones de personas todos los años?
Mallorca es un microcosmos muy representativo de lo que es el capitalismo avanzado o terminal. Todas las contradicciones propias de este nivel del capitalismo las puedes ver allí llevadas a un extremo: desigualdades sociales, dependencia absoluta de sectores no productiva, dinámicas de explotación laboral terrorífica, como pasa en buena parte de la hostelería…Es un lugar extraño porque, aunque aún quedan pequeños reductos de vida tradicional, están al lado de lugares donde estás viendo el capitalismo llevado al extremo.
“No se trata que Asturias sea la Mallorca del 2040, sino de que sea algo nuevo en un mundo incierto”
Sobre Asturias tienes una visión bastante pesimista, o al menos no te haces muchas ilusiones sobre ella. Dices eso de “Asturias como dormitorio”, y no te duelen prendas tampoco en reconocer la derrota del movimiento obrero en la región. ¿Cómo ve un niño de la Sama de los 80 la Asturias del siglo XXI desde Mallorca?
Tanto Mallorca como Asturias son sociedades decadentes, de maneras y por razones distintas. Pero sí que creo que ahora mismo Asturias tiene un nivel de asociacionismo y un número muy grande de proyectos, sobre todo fuera de las ciudades, que me hacen concebir una serie de esperanzas que no tenía hace unos años.
Por otro lado, Asturias está en una situación interesante desde la perspectiva climática, pues prácticamente se ha convertido en un refugio climático. El problema, como siempre, es cómo se van a orientar estas potencialidades.
Si ahora Asturias se plantea que tiene un horizonte positivo en algunos aspectos, ¿vamos a fomentar unas dinámicas que aprovechen esa potencialidad, o vamos a dejarnos llevar y que sea un poco el mercado y los intereses privados quienes tiren de esas potencialidades?
Yo creo que un gobierno asturiano actual tendría que plantearse que, en el contexto climático actual, Asturias es un lugar que tiene elementos para reflotar, para volver a recobrar energía y población. Pero eso si se hace con una visión de futuro y con un programa, no como una cosa improvisada de darle apoyo a la hostelería y al sector turístico. No, no se trata que Asturias sea la Mallorca del 2040, se trata de que Asturias sea algo nuevo en un mundo claramente incierto.
Uno de los temas fundamentales del libro es la experiencia de la paternidad primeriza, además en plena pandemia. Dices que la crianza, la paternidad, nos obliga a ponernos en duda de muchas maneras, pero que hay algo que no se cuestiona ni se ve afectado: el trabajo. ¿Has sentido de algún modo un estigma o una incomodidad por pasar semanas o meses dedicado a la crianza y no a actividades productivas?
Lo que noto es que lo que se fomenta en nuestro sistema social es que uno sea productivo cuanto más tiempo mejor. Y eso tiene manifestaciones aberrantes, como esos programas de grandes empresas estadounidense que les ofrecen a las mujeres con cargos directivos terapias para congelar óvulos y cosas por el estilo, para que se puedan dedicar al trabajo hasta cuanto más mayores mejor.
Pero veo que estamos en sociedades que no prestan especial atención al hecho de que la crianza es exigente y requiere apoyo. Se nos dice, sí, que es importante que haya hijos, pero no se ponen los medios para que las familias puedan tener hijos sin que eso suponga un abandono. Porque al final lo que ocurre es que hay nuevas personas que nacen, pero se fomenta que los lleves a una guardería y que vuelvas a trabajar, que es de lo que se trata. Entonces, mientras no entendamos ese tipo de contradicciones, creo que no es sorprendente que la natalidad sea tan baja. Porque, al final, ser padre o madre es una de las actividades más exigentes a las que uno se enfrenta en la vida.
El perro del hortelano.