“Me costó mucho reconocerme como escritora pública”

Carolina Sarmiento da voz en su road novel 'Tarada' a una mujer incomprendida que rompe con todas sus ataduras de manera rotunda

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Paco Álvarez
Paco Álvarez
Periodista, escritor y traductor lliterariu d'italianu. Ye autor de les noveles "Lluvia d'agostu" (Hoja de Lata, 2016) y "Los xardinos de la lluna" (Trabe, 2020), coles que ganó en dos ocasiones el Premiu Xosefa Xovellanos.

Tres libros de tres géneros distintos publicados en tres años, de los cuales los dos últimos ya han alcanzado la segunda edición, y otro más entregado a la editorial y con fecha de publicación ya programada. Podría parecer que el despegue de la carrera literaria de Carolina Sarmiento (Asturies, 1981) es un fenómeno súbito, pero lo cierto es que detrás de esos tres títulos hay muchos años de formación y de ensayo en talleres de escritura creativa y en escritura para consumo propio. Ikiru (Gravitaciones, 2018), Animales urticantes (Pez de Plata, 2020) y Tarada (Pez de Plata, 2021) son la evidencia de que esta escritora y redactora de informativos de TPA, licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid, es ya un referente en la literatura asturiana actual.

Empiezo haciéndole una pregunta meramente censual. ¿Por qué en sus biografías nunca aparece la localidad en la que nació?

Nací en Oviedo y viví dos años allí, pero luego mis padres se vinieron a Gijón y viví siempre en Gijón. Mis padres son de Avilés y pasaba temporadas largas con mis abuelos en Avilés, pasamos también muchísimo tiempo en Villaviciosa por mi mozu y nuestra casa allí, donde tuvimos güerta, oveyes, pites… Y luego por el tema de la montaña y la escalada echamos horas asgaya en Quirós y en Teverga. Así que cuando tocó poner el lugar de nacimiento decidí que fuera Asturias, porque imagínate que pongo Oviedo y a alguien se le ocurre decir “la escritora ovetense…”. No me sentiría identificada. Y, sobre todo, porque me considero de Asturias.

Con tres libros publicados ya ha transitado por la poesía, el cuento y la novela. ¿Esa alternancia de género es algo programado o circunstancial?

Me costó mucho reconocerme como escritora pública. Escribía, iba a talleres de escritura creativa, desde niña me gustaba mucho escribir, tuve mis diarios, escribía muchas cartas con los amigos del verano… Sentía que me gustaría ser escritora, pero me daba mucha vergüenza, mucho apuro, y también pensaba que publicar era muy complicado. Escribía de manera anónima relatos, cuentos, inicios de novelas, muchas cartas, mucha indagación… No fue hasta que nació mi hijo y tuve una convulsión vital cuando me dio por escribir poesía, para orndenar los sentimientos que tenía, porque me estaban poniendo a prueba la maternidad, la sociedad y todo. Y, como quien se apunta a yoga, yo empecé a reflexionar por la vía de la poesía sobre cómo me sentía. Le cogí gusto a expresar los pensamientos de manera poética, a buscar una especie de rezos con los que me sintiera identificada para poder explicar lo que sentía. Cuando tuve unos cuantos poemas se los pasé a una amiga mía que es muy buena lectora de poesía, le gustaron mucho y eso me animó. Se daba la circunstancia de que yo conocía a Juan Gallo, el editor de Gravitaciones, por una entrevista que le había hecho para la tele, y le dije: “Oye, escribí esto. ¿Qué te parece?”. Me contestó que sí, que tenía algo, pero que siguiera, porque eran muy pocos poemas. Seguí con la idea de que tal vez me lo publicarían.

Y así nació Ikiru.

Para mí fue una sorpresa, porque poesía apenas había escrito. Y una vez que el libro se publicó, fui a presentaciones y de repente me vi defendiéndolo sin sentir vergüenza de algo tan íntimo, por lo que decidí revisar los relatos que tenía escritos de todos esos años de lectura creativa. Me gustaron, me emocioné, me divertí con lo que había escrito. Y me dije: “Pues están bien. ¿Por qué me daba a mí tanta vergüenza?”.

El título hace referencia a una película de Kurosawa, que a su vez está inspirada en una novela de Tolstoi. De la novela pasó al cine y del cine ahora a un libro de poesía. Es curiosa esa interrelación.

Sí, yo había visto en la Cinemateca Portuguesa Viver, que es como se tituló allí, en español es Vivir. No conocía el título original, lo descubrí cuando le hicieron la primera entrevista a la infanta Leonor, la princesa de Asturias, y dijo que uno de sus directores favoritos era Kurosawa. Me puse a revisar la filmografía de Kurosawa y me encontré con el título Ikiru. Recuerdo que comenté con Toni Rodero, que estaba de compañera mía en la redacción de TPA, lo bien que sonaba como pseudónimo literario. Decidí poner Ikiru en el nombre del archivo donde iba guardando los poemas. Cuando terminé el libro vi que los poemas tenían una conexión directísima con vivir, reflexionar sobre la vida, ser consciente de la vida, aprovechar la vida… Al editor le gustó y de hecho se titula Ikiru. Vivir. Y también tiene conexión con la película, en la que a un hombre le anuncian que va a morir y no sólo quiere aprovechar la vida sino hacer el bien con alguien, en este caso con un niño. Cuando fui madre me sentí de repente limitada en el ocio, en el tiempo de descanso; siempre me gustó ir al cine, a conciertos o a exposiciones, y de repente me vi limitada. Era una sensación contradictoria, porque por una parte tenía algo que deseaba, un niño al que adoraba, pero por otra estaba limitando mi vida.

¿Se sentía quizás como “un bosque amarrado al mar”, como dice en uno de sus poemas?

No, lo del bosque amarrado al mar es una definición, es un vínculo con la naturaleza, es lo profundo de los árboles, cuyas raíces se extienden por debajo y pueden llegar al mar. Una primera lectura literal es que me gusta el bosque y me gusta el mar. Luego podríamos a la metáfora.

FOTO: Luis Sevilla

En Animales urticantes asoman personajes y situaciones insólitas que ya se manifiestan de manera desenfrenada en Tarada. ¿Cómo surgió ese volumen de cuentos?

Muchos fueron escritos sin ánimo de formar parte de un libro, no contemplaba escribir quince relatos para enviarlos algún día a una editorial. Muchos los escribí yendo a talleres de escritura creativa y otros por indagación, porque me gusta escribir para reflexionar también. Cuando los releí, me gustaron y ya había entrado un poco en el círculo editorial, así que le envié una selección a Jorge Salvador, editor de Pez de Plata. Me contestó diciendo que le gustaba. Y desde que dijo que sí hasta que se publicó seguí escribiendo relatos, y nos dimos cuenta de que había un hilo común entre esos personajes enfadados.

Personajes enfadados que ejercen su derecho a la legítima defensa frente a los reveses de la vida

Es cierto, creo que son personajes que se rebelan, que dan un puñetazo en la mesa y dicen: “¡Hasta aquí hemos llegado!”. A los personajes, de manera inconsciente, les di esa valentía y esa capacidad de venganza. Y a veces se pasan, pero es ficción, así que no hay problema.

Con Tarada dio finalmente el paso a la novela. ¿Es un género que le imponía respeto?

Sí, en narrativa sólo había escrito relatos, y bastante cortos, porque me gusta concentrar la tensión, releer y reescribir mucho, que no sobren palabras, que no haya paja, que sea todo conciso. Y no sabía si iba a ser capaz de escribir una novela, con ese nivel de tensión y de exigencia casi palabra a palabra. Pedí una licencia laboral sin sueldo para tener las mañanas libres y poder escribir día a día, para ver si así era capaz de avanzar más allá de las treinta páginas. Partí de una historia que ya había empezado hacía tiempo y que yo sabía que no era un relato, que daba para más. En realidad tenía empezadas dos historias que para mí no eran relatos y cuando cogí el año sabático empecé por otra que tiene un tempo, un espíritu, un poso completamente diferentes de los de Tarada. Es una historia más oscura, más negra, más calculada, yo ya sabía el final, y puse una exigencia absoluta en la estructura y en el uso del lenguaje hasta llegar a ese final que ya conocía. Cuando terminé de escribir esa novela acabé agotada de mantener tanto la tensión y me permití el lujo de retomar esta otra historia que tenía iniciada, Tarada, y desfasarme: soltar mano, improvisar, escribir a lo loco, dejarme llevar, por puro divertimento y para desengrasarme de la otra. Y salió una novela que tiene ese punto fresco, ese dejarse llevar, como la protagonista. Ella improvisa y yo improviso escribiendo.

FOTO: Luis Sevilla

¿Cuándo publicará esa nueva novela?

En 2023. A Jorge Salvador le entregué primero esa novela, dijo que le gustaba y cuando terminé Tarada le comenté que tenía otra. Contrató las dos y, por el momento en el que estamos, le pareció más apropiado empezar por Tarada, porque es una historia más luminosa, una historia de viajes, de romper tabús y fronteras…

La etiqueta de road novel que aparece en la contracubierta de Tarada evoca el género cinematográfico de las road movies y a mí me resultó inevitable, al leer su novela, pensar en Thelma y Louise. ¿Tarada sería una Thelma o una Louise individualista?

Sí, en este caso no se trata de una huida en pareja, pero comparten ese punto rompedor. Ellas dos también quieren romper con sus vidas. Vi la película en su día, la tengo un poco olvidada, pero hace poco escuché a Laura Barrachina en Radio Nacional de España reivindicando esa película como feminista. No lo hice de manera consciente, pero también me salió como protagonista una mujer que puede tener una reivindicación feminista.

En Animales urticantes hay un personaje femenino, Juana, que dice: “No estoy loca, sólo fantaseo”. A la protagonista de Tarada , en cambio, no le preocupa que pongan en duda su cordura.

Desde niña la han llamado tarada, actúa de manera poco convencional y la tildan de loca. Ella lo tiene asumido pero al mismo tiempo le molesta que la llamen tarada; de hecho, acaba apretándole el cuello a un policía por eso. Lo que pasa es que a lo largo de la novela al coincidir con personajes que desprenden bondad, que la arropan y que le transmiten amor, cariño, evoluciona desde una tarada de desconfianza a una tarada luminosa, vital, disfrutona…

FOTO: Luis Sevilla

Tarada está escrita en primera persona. ¿Se siente más cómoda con la primera persona que como narradora omnisciente?

Sí, me siento muy cómoda con el testimonio, con el Yo confieso. Así logró meterme en la mente del protagonista, en sus historia y en sus aspiraciones. El omnisciente me resulta artificial, alguna vez lo he usado pero no acabo de sentirme cómoda con el narrador clásico. A través de la primera persona me lo creo, es como si desapareciera Carolina para que el protagonista hable por mí. No escribo, transcribo lo que me dicta el protagonista.

El periodismo y la literatura son vasos comunicantes. ¿Le ha influido su formación como periodista a la hora de escribir ficción?

Los vasos comunicantes los rompo. La literatura me sirve para olvidarme de la manera de redactar noticias para televisión, que es una forma fría de redactar, en la que desapareces como creador; de hecho, no tienes que ser creador, sino transmisor objetivo, utilizar un lenguaje estándar, correcto, aséptico. Así es como debe ser, no lo estoy criticando. Cuando escribo ficción puedo adentrarme en los sentimientos, expresarme con más fluidez, usar un vocabulario más rico… Al final a mí lo que me gusta de la escritura es la parte creativa, experimental, la indagación, la exploración.

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