De bitxos punkies y raposos sociales: el poder del muralismo contextual

bitxo o Raposu Roxu son dos caras de la misma moneda. Una más punk, otra más social. Pero ambas con su punto reivindicativo. Laura Lara da vida a estas dos personalidades que se complementan entre pinceles y brochas.

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Elena Plaza
Elena Plaza
Periodista, formadora en género, contadora de historias y enredada entre ruralidades. En mi haber cuento experiencias maravillosas como Atlántica XXII o Rural Experimenta.

“La verdad es que Laura Lara no es el nombre que me genere conexión como identidad. En algún punto de mi vida me llamaron bitxo y se me quedó pegado como una pegatina. Era muy pequeña y andaba con gente más mayor y vaya bitxo se quedó y me acompañó siempre, tía, tanto que en el instituto los profesores pasaban lista y me llamaban bitxo, en la facultad, mis padres me llaman bitxo, y amigas que no saben ni cómo me llamo. bitxo con tx, que no soy ni vasca”, así de corrido se presenta esta ilustradora asturiana nacida en Avilés en plenos 80.

“Laura Lara creo que es el Raposu Roxu, es la cara seria, la que se muestra a lo social y a lo público, la que trabaja con gente mayor, con peques. bitxo es otra faceta; bitxo es bitxo, que empezó muy pronto. Aquí en Asturias no había chicas que hicieran grafiti, fui de las primeras muyeres. Y me fui muy pronto a estudiar Bellas Artes en Pontevedra, en Granada, y luego me fui a Brasil, a Minas Gerais, una zona muy chula mayoritariamente negra y yo era la única hispanohablante de todo el campus, era la blanquinha. Me fui a Brasil por todo lo que había de arte urbano y grafiti y allí disfruté mucho, pinté muchísimo y acabé trabajando para una de las tres galerías más importantes de Brasil. Tendría 23 años”. Y así comienza a desgranar un recorrido vital que comienza en lo urbano de Avilés.

Dice que comenzó pintando mucho grafiti, que cuando estaba en esa cresta de la ola, ya “un poco posicionada, que parece que tienes filón, me fui de Brasil. Me volví porque acabé los estudios y decidí no quedarme”. Este nuevo trasplante la revolvió mucho “con esto de la creación personal: a dónde voy, a qué llego y qué aporto. Y comencé a trabajar más en el campo de lo social. Gracias también a que muchas amigas estaban metidas en asociaciones, empecé a interesarme más por lo participativo, siempre estuve muy pillada y leía mucho sobre antropología social y urbana, sobre psicología… y trabajé e hice intervención urbana”.

Siente especial atracción por el trabajo en colectivo, ya en la facultad todo lo hacía así, “lo de currar sola no me gustaba”. Y así, en colectivo, se introdujo en las intervenciones públicas en los espacios urbanos “con la idea de reivindicar la ciudad, el espacio público, cómo deambulamos, cómo la utilizamos”. Y recuerda una participación en un festival en Cartagena, donde participó con un compañero con el proyecto Calles contadas que desarrollaron en un barrio de nombre tan sugerente como Quitapellejos, allá por los primeros 2000, cuando hubo un boom de intervención urbana, performance, cultura… Con una visión crítica sobre el tipo de intervenciones que se estaba haciendo, éste en concreto es un barrio de la periferia, con una comunidad de gitanos y marroquíes importante donde las relaciones no fluían entre calles con nombres de flores. “Se estaba invirtiendo un dinero que no repercutía en el propio barrio, sino en la obra artística, puntual y efímera, que me parecía una cutrada, no estaba bien planteado. Calles contadas quería saber el porqué de los nombres. Hicimos algo muy simple invirtiendo muy poco dinero y para mí fue el proyecto que me hizo ver cómo es todo y entender dónde estoy ahora. Pedimos un presupuesto alto, que eran 500€, que lo guardamos. Convocamos a la gente para que le pusiera otro nombre a las calles según sus usos y costumbres actuales, y pegaban pegatinas con sus propuestas. El compañero y yo fuimos casa por casa preguntando sobre los nombres y nadie sabía el porqué. Tomamos mogollón de tés morunos, de cafés de pota, que eran las dos culturas que había. Con el dinero les invitamos a una merienda”. Y ahí tiene lugar la catarsis donde “tuvo sentido todo: el arte es una herramienta de transformación social, no es algo que simplemente adorne, sea expositivo o que pueda desaparecer, lo importante es que se quede injertado en el contexto, en la gente, es un proceso”.

Para bitxo ningún término es tan cerrado, “de hecho es híbrido. No es arte con mayúsculas. Y más adelante descubrí la mediación artística, que es intervención socioeducativa, sociocultural. Tiene que ver con un compendio de sociología, psicología, arteterapia, trabajo social… un poco de todo. Y seguí creando, haciendo cosas muy vinculadas con el movimiento social en Asturias, cartelería, logos para proyectos, revistas… Me cuesta mucho hacer por hacer, mi obra como algo personal. Creo que hay un poder muy grande en lo que haces y me pongo al servicio de. Es una visión que yo tengo por mi sistema de valores. Lo que reivindico lo tengo muy claro, pero no es un enfrentamiento con las personas que son artistas, ilustradores profesionales que luchan día a día por hacerse hueco y reivindicar la cultura y el arte. Ésa es una visión mía dentro de mi realidad. También vengo de un barrio, el barrio de Versalles en Avilés. Soy social porque nací entre ello”.

“bitxo es una parte más punk, más loca, más crítica. Raposu Roxu es una visión comprometida”

Reconoce que “no paro, aunque no gano mucho dinero con lo que hago. La productividad no es algo que sea remunerado económicamente, que también es algo de lo que me quise alejar a la hora de irme a vivir el campo, estar en otros ritmos y otras maneras de hacer desde otro estar. Pero soy un culo inquieto que te cagas y me meto en mil movidas y tengo esa tendencia a crear, hacer y estar en mil cosas. Pero no es una producción capitalista de hacer pila de tiradas de una ilustración y bolsas, camisetas… No tengo esa productividad capitalizada en lo que hago, sino que es más bien a pequeña escala, un poco más rústico, más analógico… Me llama la atención que la gente sabe quién soy y lo que hago, porque no hago, casi no hago. Y luego tengo el Instagram de bitxo y de Raposu Roxu. Y tengo menos publicaciones en bitxo y muchísimos más seguidoras que en Raposu. Creo que es un problema mío de no sentirme cómoda ocupando ese rol de eje principal de creadora. Como en Raposu estoy entre la gente, ahí estoy cómoda”.

Entre bitxos y raposes

bitxo es la creación personal, mi mundo interno, sin trabas, que es además bastante bizarro. Te gusta o no, es especial, no busco agradar pero es entrañable, no es difícil de mirar, no es feo. También tuve mucha evolución, lo que pintaba antes no es lo que pinto ahora, me influye mucho dónde estoy”. Y recuerda algo que la obsesionaba cuando pintaba grafiti: “que no supieran que era una tía ni un tío, era alguien que pintaba, porque no había muchas muyeres”. Parecía estar más encasillado este tipo de trabajo, con mucho retrato de chicas, líneas mucho más suaves, más naïf, “y yo hacía unas bizarradas de bichos e insectos muy oscuros, con tonos bosquianos, ocres, rojos, oscuros… bastante oscurete el tema. Y me acuerdo de aquella época cuando empezaba el flickr y las redes sociales de colgar trabajos y siempre me contestaban como tío. Fue una pequeña obsesión. Y bitxo es esa creación personal, que nació muy en lo urbano, de grafiti, de intervención, casi no ilustraba en papel. Esta etapa llegó cuando me fui a vivir al campo porque salía a pintar más fuera. Antes lo que hacía era viajar y pintar grafiti por todos lados”.

“Y Raposu Roxu es una maduración; bitxo es una parte más punk, más loca, una visión más crítica. Raposu es una visión comprometida. Creo que es la crítica y la respuesta constructiva, la parte punk y la adulta”.

“Raposu es esa parte de proyectos paralelos de talleres de grafiti para chavalería. Siempre le daba una vuelta, nunca era un porque sí. No había nadie por aquí todavía que hiciera eso. Venía de hacer intervención urbana y proyectos un poco locuelos de trabajar el espacio público con la gente, mediando, y eso creo que fue lo que construyó a Raposu. Descubrí la mediación artística y hacer trabajos vinculados con lo social y que aporte. Es eso, es un compromiso, es cuestionármelo todo. Daba talleres de grafiti cuando es algo ilegal, que no tienen espacio ni para desarrollarse; es una herramienta que no tiene sentido que transmita hasta que esto no cambie”.

Ese punto de cuestionamiento, transgresor, se puede ver en algunos de sus trabajos. Habla de tres exposiciones, una de ellas en Avilés, Pelo, carne y polvo, una crítica a la contaminación que había en la zona: “empezaba con un tocho de notas de prensa que no quisieron publicar en los periódicos enviadas por la Coordinadora Ecoloxista d’Asturies. El tema de las placentas negras. Luego había unos fanzines súper locos que hice y te podías llevar, y ponía ‘En vez de pasar el polvo, prefiero echar un polvo’ o unos globos negros que ponía ‘Aliento de Avilés’. Los hinchabas y ponías una etiqueta que ponía los contaminantes de Avilés. Nunca hice porque sí algo. En Brasil monté una que hablaba de la distancia física y sensible: justo fue el 15M en España, mi cuerpo estaba en América y mi alma estaba en Europa, en pleno hervidero social. Fue muy chulo y había una pieza que se llamaba ‘15M’ y eran quince mensajes de correo electrónico impresos entre mis amigos y yo que me contaban qué estaba pasando y que la gente se podía llevar. Las exposiciones fueron poquitas pero en esa línea, siempre intentando contar algo”.

Y de ahí vienen los murales contextuales

“Me cansé de pintar porque sí en la calle. ¡Menudo espacio de confort más guay! Si tenemos esa oportunidad de dar talleres a la chavalería, vamos a decir algo importante, a transmitir. Le di una vuelta de tuerca: ¿por qué siempre enfocados a la chavalería? Porque la chavalería ya ocupa bastante el espacio público. ¿Cuál es la franja menos vista? Y pensé en la gente mayor, la poca visibilidad, como no son productivos, no generan a la sociedad capitalista nada, no hay espacios adecuados y no existen en el espacio público: son invisibles. Y me pareció interesante darles voz y reivindicar desde el muralismo, que parece que está asociado a una etapa de la vida, a lo juvenil, a lo guay. Pero quien tiene mucho que contar es la gente mayor. “El muralismo contextual habla de la zona, de lo que pasa aquí. La chavalería tenía que indagar por todo el territorio, hacíamos mapas mentales a nivel de cultura, economía, personajes importantes… y hacíamos un mural con todo ese contenido. Luego ya me enfoqué con la gente mayor y me quedé flipando, como que cobró ya todo… es uno de los proyectos de Raposu que más sentido tiene”.

Para desarrollar esta parte “pongo a disposición la técnica y tengo que salir mucho de un espacio de confort y buscar herramientas y técnicas que puedan transmitir, que sea un lenguaje legible, que se entienda bien. Tuve que adaptarme y pensé ¿cómo puedo trabajar para pasar parte de la historia de estas muyeres a la pared? Tiene que ser una fotografía antigua, que ahí es donde está toda la potencia visual. Redibujaba las fotografías antiguas, que no es mi fuerte además, no me gusta nada dibujar lo real. Son dibujos reales muy sintetizados y súper simples; lo importante es que las mujeres vean bien el muro, porque es un pinta y colorea en gigante, una línea dibujada en la pared súper simple para que no sean manchas pequeñitas y detalles pequeños. Se traduce llevar a la pared imágenes visuales de fácil lectura y potentes que tengan contenido detrás, pero que no tienen la técnica de bitxo; no es bitxo. En Raposu soy una herramienta, un puente de conexión, por eso también el mural de la ablana me gusta mucho, pero es Raposu, no es bitxo”.

“Me enfoqué con la gente mayor y me quedé flipando. Es uno de los proyectos de Raposu Roxu que más sentido tiene”

Ya había dado previamente un taller en Uviéu acompañando el Parees Fest acompañando a muyeres mayores. Fue como el inicio y lo trabajé con el grupo de Buenos días de la Clínica Covadonga, gente súper mayor, a partir de 80 años para arriba, muchas ya súper frágiles. De hecho las llevaban en ambulancia, iban con las muletas, tenías que ayudarlas, darlas la mano, se les olvidaba lo que estaban haciendo… Trajeron fotos de cuando eran jóvenes para trabajar su figura, nos contaban y la que hicimos fue una fotografía de Berta, una de estas mujeres que salía en el pasillo de su casa con sus tres hijos y su hermana porque se había separado, que de aquella no era normal, se había vuelto a casa de la madre y había montado allí una peluquería. Esa foto tenía mucho detrás. Fue como el inicio. Luego pintamos otro en Bimenes, que fue precioso también porque trabajamos con la asociación Ente muyeres, que es gente muy mayorina, y con el pueblo de Tabayes. Hicimos un grupo y fue muy chulo porque además una de ellas era la que vivía en el antiguo bar del pueblo y estaba montada como si fuera una salita-bar, tomamos cafeses, tocamos la pandereta… ¡era brutal! Lo hice con Janire, mi compañera que también toca la pandereta. Tenemos meriendas de recuerdo con bizcochos, rosquillas… ¡lo pasamos pipa! Elegimos la foto, la pintaron ellas y fue una pasada ese mural. ¡Súper agradecida! Quedamos con ganas de hacer más, pero llegó la pandemia, y eso también se nota cuando trabajas con este sector tan frágil. Y se paró”.

La siguiente oportunidad fue este verano en Bual, con Entretexiendo Bual. “Cada proyecto tiene un resultado diferente. Nunca me habían propuesto una temática, yo trabaja con la temática de la mujer como eje y la historia del pasado. En Uviéu al ser lo urbano, trabajamos la mujer en la vida pasada, pero lo que me molaba era recuperar de la zona rural, de la mujer, del hacer, de esa mujer de lo rural que fue lo que sí transmitía el muro de Tabayes, porque hablaba de las lecheras, que iban recogiendo en mula por todo Peñamayor… ¡eso sí que era potente! Luego había otra imagen de una mujer con un niño en el cuello como a la puerta de la huerta, que habla de la crianza, del campo, de estar ahí a todo. Cuando surge es algo diferente. Y en Bual ya nos dijeron que querían que fuera enfilado al tejer, hilar, hacer telares… El hilo era el hilo. Hicimos unos grupos de debate en un proyecto que crece y madura sobre la marcha, que es muy nuevo. Nos sentamos a tomar cafeses, las dejaba hablar y yo apuntaba cosas. Siempre me gustó mucho esto de la inteligencia social, generar debates e indagaciones colectivas con los grupos. Funcionó guay. Surgió un personaje que era importante allí porque estaba unido con el tema de hilar pero realmente lo que hacía era cuidar a todos los hijos e hijas del pueblo para que las muyeres pudieran trabajar. Y esta señora los cuidaba a todos y para entretenerlos les enseñaba a coser, niños y niñas. Entonces hablábamos de algo más. De repente surgió una figura que se había quedado en el olvido, pero no el olvido identitario de la gente de Bual, estaba ahí, todo el mundo sabía de ella: María de Cao. Y fue muy mágico porque cuando estábamos pintando apareció, que no vive allí, la nieta con su pareja. Se va asomando enfrente de la casa de María de Cao… “¡pero ésta es mi abuela!”. Fue muy heavy. Era ella, pero realmente era un homenaje a todas esas muyeres”.

Por qué mujer y pasado

“Yo creo que desde que vivo en lo rural. Mujer porque me atraviesa a mí, porque en el campo hay mucha muyer, no sé si es porque ellos mueren antes, y siempre tienen una cantidad de historias, de información que pasarte… ¡Cómo cambió la vida!, esta peña tiene que estar flipando, que vivían haciendo andechas, el piel con piel, el estar ahí… la humanidad de estar todas y todos juntos. Desde que vivo en lo rural vi que había algo que se estaba perdiendo: uno el paisaje, que está en continuo cambio, es una pena, se está perdiendo el paisaje rural asturiano porque no hay paisanaje que lo mantenga como hacía antes; y luego el patrimonio de conocimiento humano. ¡Qué mal estamos ahora! No sé si porque en la ciudad vives en un piso y no te relacionas tanto con la gente, igual hay que trabajar cosas interesantes con la gente de los barrios, de cómo fueron evolucionando, pero hay menos espacios de encuentro. Y aquí sí que hay muchos más de esos espacios enriquecedores con transmisión oral de conocimiento”.
Y la mujer “porque está como atrás, como escondida. El hombre siempre ha ocupado un lugar  muy poderoso históricamente, y en lo rural, aunque luego ellas trabajaban y gestionaban el dinero, eran bastante tremendas, pero siempre fueron bastante invisibles, y siguen siéndolo, sigue siendo un curro invisible el de las mujeres. Busco dar un poco de visibilización de esa figura en la construcción de la identidad, del paisaje, de la transmisión de conocimientos. De hecho las mujeres se reunían más que los hombres, se transmitían más cosas, ellos se relacionaban de otra manera, yo creo que no había tanta transmisión oral en sus espacios. Bueno, eso son cosas muy subjetivas mías”.

Homenaje a la ablana

El último trabajo de Raposu Roxu es un mural en el mercado de abastos de Infiesto en homenaje al 50 aniversario del Festival de l’Ablana. “La propuesta son dos etapas. La primera es elaborar la fachada, un mural contextualizado porque la idea es que hable de esa avellana que forma parte de la cultura de Piloña. Está enfocado al árbol, al fruto, a la hoja, pero luego en el lateral, que es la segunda fase, va a ser un taller de pintura mural comunitario que haremos con el grupo de mujeres que antiguamente cosechaban la avellana. Siguen teniendo los campos en la zona de La Marea, pero ahora los cosechan la gente joven. Tienen pila de conocimiento dentro, es una maravilla. Haremos este encuentro con ellas para hablar y recoger toda esa inteligencia que tienen guardadita sobre el tema de la avellana y luego haremos seguramente un despliegue de fotografías antiguas para decidir alguna y llevarla en grande al lateral y pintarlo entre todas. En ese lateral se habla más de la relación del ser humano con la avellana. Y mola que formen parte de ello, es lo mínimo: sus manos han estado cosechando y tienen que pintar ese mural. Guay que pinte yo la fachada, que está muy bonito, pero yo me quedo ahí, falta más. Y yo híper agradecida por esa apertura que tienen en el Ayuntamiento de Piloña, que hace poco también pintamos en Villamayor con la gente de allí, que hablaba sobre la cultura, personajes de allí, a nivel arquitectónico también. Y pintó mogollón de vecinas y vecinos del pueblo”.

No se trata de llegar, coger una pared y pintarla. “Nunca. Raposu Roxu son talleres de varias cosas, no solo hacemos muralismo, también hacemos serigrafía en un trabajo intergeneracional, que son realidades a nivel de trazo muy parecidas aunque sea una distancia tan grande de edad, y luego estampan sus bolsas. También doy talleres de fanzines tanto para personas mayores, peques, mujeres, siempre trabajando en torno a un tema, con dinámicas de grupo creativas. Trabajamos los estereotipos de género, los cuentos tradicionales”.

Pero siempre con la escucha activa para trasladar toda esa inteligencia colectiva atesorada a una pared que transmita porque, como dice bitxo, “todo son sentires”.

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