Jueves. Hemos quedado en una sidrería de la calle Gascona. Guillem Martínez llega vestido de Guillem Martínez. Es decir, traje gris y camiseta blanca. Está en Oviedo/Uviéu porque le acaban de dar un premio literario importante, el “Tigre Juan”. 10.000 euros nada más y nada menos. “No había ganado en mi vida un premio. Ni el de redacción de la Coca-Cola“. Está flipando con que el jurado haya apostado por “Los domingos”, un libro hibrido que recopila los artículos dominicales que ha ido publicando cada fin de semana en la web de CTXT. Publicado en la colección de narrativa de Anagrama, en las librerías aparece en la sección de periodismo, pero en el fondo es un libro de poesía camuflado como otra cosa: “Hablábamos poco, pero estábamos de acuerdo en lo importante: odiábamos a Thatcher, como todo el mundo, y solo queríamos modernos nuestras bocas y vivir con ambas manos”. El libro apenas ha tenido reseñas en España. Es un premio por lo tanto que no ha ido ni a lo fácil ni a lo esperable.
“Martínez lo tiene claro: pitu de caleya y una botella de vino de cangas”
Vienen a preguntarnos qué vamos a comer. Martínez lo tiene claro: pitu de caleya y una botella de vino de Cangas. “La primera vez que lo comí fue contigo y vi a Dios”. También hablamos aquella vez de “La Regenta”, una novela que descubrió con el profesor Sergio Beser, cuando estudiaba filología hispánica en Barcelona. Martínez pertenece a la generación del baby boom, la primera generación de hijos de la clase obrera que pudo tener juguetes o ir a la Universidad. “Las primera generación que estuvo planificada” señala. “La primera a la que nos pudieron mimar”. Nació en 1965 en Cerdanyola del Vallés, un antiguo pueblo de veraneo de la burguesía barcelonesa, que en su niñez se llenó de grúas hasta transformarse en una ciudad del área metropolitana.
Todo el pueblo vivía de Uralita y otros cientos de fábricas. Muchos morirían a causa del amianto. Su abuelo a pesar de ello nunca denunciaría a la empresa: “Ha hecho mucho por mi y no la voy a denunciar”. Había sido de la CNT en los años 30, “como todo Dios en el pueblo”, y después de la guerra la empresa le sacó de la lista de negra y le permitió trabajar. Martínez recuerda que en su casa se vivía un espíritu cenetéambiental que lo impregnaba todo y que le ha influido hasta el día de hoy. Se sigue considerando anarquista, aunque vote y trate de “no dar la brasa”. Considera que “el anarquismo es una idea de libertad personal y de sociedad. Una buena forma de relacionarse con la política”. La guerra y el exilio están muy presentes en “Los Domingos”. Los amigos y familiares que estaban al otro lado de la frontera son un recuerdo constante en la infancia y adolescencia de Guillem: “Cuando íbamos a Francia nos hablaban de la Guerra. Eran historias divertidas, para niños. Sin muchos cadáveres. Aun así, como en todas las historia de la guerra, en ellas había una franca decisión de apostar por lo urgente o lo importante. Las explicaban las mujeres. Los hombres nunca hablaban de la Guerra. Es más, salían de la habitación cuando alguien hablaba. O, incluso, salían del mundo”.

Guillem se crió en tiempos de aulas masificadas. Sus compañeros mayores de colegio e instituto fueron los quinquis de la Transición. Muchos acabaron en la cárcel y muertos por la heroina. Uno de los domingos, Sobre la libertad, está dedicado a un grupo de ellos que tenían su edad, “pero eran de otra raza”: “Besaron los labios de miles de chicas, dijeron. Dijeron que es eso lo que quieren las chicas. Dijeron que, a un par de ellas, también les besaron las tetas. Nadie les creyó. Yo sí. Me convenció el hecho de que uno dijera que las tetas olían a pan”.

Llegó a la Universidad en tiempos de desempleo juvenil masivo, cuando la matrícula costaba 3.000 pesetas. Eran vísperas del referéndum de la OTAN. Era un contexto de reflujo para la izquierda y los movimientos sociales. La resaca de las grandes esperanzas de los años 70 había dado paso a un nuevo contexto de conformismo y hegemonía del felipismo en España y del pujolismo en Catalunya: “Vivir en un tiempo de derrota, que además no ha sido por tu culpa, no mola”. “Los recuerdos de felicidad de aquellosa años son muy personales” apunta. Tuvieron muy poco que ver con lo colectivo en un “tiempo sombrío” en el que señala, “todo giraba en torno a la heroina”. Poco quedaba de la efervescente Barcelona del trardofranquismo y de la Transición: “Madrid invirtió en La Movida y Catalunya en folklore”. Estudio filología y ciencias políticas. Vivió algunos meses en Londres y en Berlín. En la ciudad alemana, todavía dividida en Este y Oeste, aterrizó en una casa okupa libertaria del barrio de Kreuzberg. Berlín era por entonces la capital de los movimientos alternativos en Europa y allá se fue. Los anarquistas berlineses con los que tocó convivir le parecieron una banda de lunáticos. Le expulsaron “por una gilipollez” y se fue dentro del mismo barrio a un piso compartido con jóvenes socialdemócratas que le dieron “sopas con honda”. Aquellos muchachos reformistas le impresionaron: “Quedé noqueado, me quité muchos dogmatimos y descubrí un partido honesto de izquierdas de varias generaciones”. Se marchó poco antes de la caída del Muro, perdiendo la oportunidad de vivir en directo uno de los grandes momentos del siglo XX.

Hay mucha política, pero también mucho sexo en “Los Domingos”. Para Guillem “viajar, leer y follar están muy emparentados. Son tres regiones del conocimiento”. Hay también nostalgia. El recuerdo de las amantes pasadas está presente en muchas de estas piezas dominicales: “El erotismo siempre es nostálgico, incluso en directo”. En uno de sus domingos, Sobre la decisión, escribe: “Nunca sabes besar, pues un beso requiere dos lógicas, y una siempre la desconoces. Por lo mismo, no sabes qué sucede después de un beso. En ocasiones, una explosión de inteligencia, una libertad absoluta y turbadora. En otras, obligaciones absurdas, o algo terrible que ignoras, como la furia y el naufragio. Algunas veces ocurre algo peor, incluso. Es decir, nada. No sabes, en fin, lo que cambia tras el beso. Nadie lo sabe hasta después de la decisión, cuando es demasiado tarde”.

De vuelta en España trabajó en varios medios, el nuevo Ajoblanco o TV3, a principios del siglo XXI como guionista del programa de humor “Polonia”. Su relación más estable fue con la edición catalana de El País. En este periódico dice que tuvo una enorme libertad. Tiempo después el director le confesaría en una comida que varios políticos habían llegado a pedir su cabeza. “Nunca te piden que rectifiques, simplemente piden que te despidan”. El Pais también fue el observatorio privilegiado para analizar lo que más tarde bautizó como CT o Cultura de la Transición: “Un conjunto de reglas no escritas que establecían la cohesión social del país a través de la cultura”. En una entrevista en Público Martínez definía la CT como “la única cultura europea que tiene como principal función denunciar e impedir lo problemático, y crear cohesión full-time. A una cultura de Primera División, por ejemplo, se la trae al pairo que los objetos que cree desunan. Es, en fin, una cultura tutelada que tutela”. Nació su hijo, se tomó un año de excedencia y escribió un libro sobre ello. Al poco tiempo llegó el 15M y “en 15 días aquello se finiquitó”. Entre las cosas que más le emocionaron de las plazas estuvo escuchar por primera vez a la gente hablar en público del dinero que ganaba. Es decir, del poco dinero que ganaban.
“El erotismo siempre es nostálgico, incluso en directo”
El tiempo avanza. Ya ha caído el pitu de caleya, la tabla de quesos asturianos y le queda muy poco a la botella de vino. Le ha gustado que el camarero se refiera al vino asturiano como “un vino atlántico”. “Es la definición perfecta. Este vino es un pelotazo”. Los asturianos le parecemos gente bastante alegre para lo mucho que llueve por estos lares. “Realmente no llueve tanto” le digo. “Siempre que vengo llueve” me contesta. “Tienes mala suerte” respondo. CTXT, el medio en el que escribe y del que es co-fundador, se ha mojado con un editorial en defensa de la oficialidá del asturiano. Algo excepcional. Mucho más para un medio con sede en Madrid. A Martínez le genera simpatía de los asturianos que tengamos una identidad fuerte, pero que dice, vivimos “de manera relajada”. Cree que el procesismo, otro concepto acuñado por él, ha recuperado lo peor de la derecha nacionalista catalana, como el racismo y la xenofobia, y que eso ha terminado dañando al propio idioma catalán. Martínez ha sido una voz singular en el panorama mediático español. Muy crítico con el independentismo catalán, ha ridiculizado el Procés sin por ello cantar las bondades democráticas de España: “El Estado es violencia”. Va a ser verdad que este señor es anarquista.

“Se está reactulizando una intolerancia hacia la inmigración que el PSC y el PSUC habían liquidado en la Transición” apunta Martínez, que cree que Junts comparte elementos con el trumpismo. A Steven Forti le ha caído la del pulpo en Twitter por decir eso. Martínez lamenta que haya habido tan poca solidaridad por parte de algunos sectores progresistas catalanes con el historiador italiano, afincado desde hace más de una década en Barcelona, y colaborador también de CTXT. Martínez cree que la izquierda tiene que andarse con pies de plomo en el proceloso mundo de las identidades: “No se me ocurre proclamar al mundo otra cosa mejor que la igualdad”.
Chupitos, fotos y despedida. Antes me cuenta que está escribiendo un libro sobre la evolución. La prehistoria le interesa cada vez más. Será un libro político: “El neoliberalismo es anti especie”. Y será sobre todo un libro optimista porque “la evolución solo nos da buenas noticias. “El mundo fue un festival de mezclas sin malos rollos. La gente se reconocía como humanos y se mezclaba”. Punto y final.