Desde la cárcel, «por lo demás, todo es terriblemente sencillo». El verso es de José Hierro y su poema Reportajes, del indispensable poemario Quinta del 42. El frío, el hambre, la humedad, la tortura, el tiempo echado al olvido. Pero la cárcel no fue sólo cosa de hombres, sino también de mujeres que, solapadas por el relato heroico de brigadistas, milicianos y militantes antifranquistas, ha ocultado su memoria en el tiempo. Contra ese olvido nacen relatos como “Memoria del frío” (Ed. Hoja de lata) que acaba de publicar Miguel M. del Arco y que se presentó este viernes en el Ateneo Obrero, acompañado por María Dolores Gutiérrez Sánchez, de FAMYR, y Manuel Martínez, miembro del grupo Eleuterio Quintanilla.
«Ni uno sólo de los relatos que se cuentan es producto de su imaginación, son testimonios que demuestran que las mujeres no han sido un grano de arena en la lucha de resistencia, miles de mujeres participaron en todos los frentes desde la guerrilla hasta la lucha clandestina. Más que una memoria del olvido es una reivindicación de la lucha de las mujeres contra el franquismo». En el prólogo que Almudena Grandes antecede al libro “Desde la noche y la niebla” de Juana Doña, queda perfectamente clara la raíz literaria de “Memoria del frío”. No admite duda que el tiempo ha destapado una nueva mirada de la novela carcelaria. Esa que trasciende el testimonio y otorga al relato y recuerdo de las mujeres un relieve político, literario, novedoso forjando unas cuantas claves imprescindibles para comprender la historia de España y que tienen a la mujer como el epicentro, también, de una dictadura, convertida en silencio, fracaso o falla y que la literatura logra cicatrizar, devolviéndole su voz y su luz.
Efectivamente, “Memoria del frío” es la novela que trasciende el testimonio para proyectar un conjunto de múltiples energías, las vidas de aquellas mujeres represaliadas que tejieron una urdimbre de dignidad moral y política colectiva en las cárceles de Franco. El libro de Miguel Martínez del Arco se mueve entre la literatura y la vida, los avatares y vicisitudes de su madre, Manuela del Arco en el penal de Ventas. Como explica Edurne Portela en el prólogo a esta edición, “Memoria del frío” amplía el campo de nuestro conocimiento sobre la experiencia de las mujeres en las cárceles franquistas y sobre la relación entre los mecanismos de la ficción, la memoria y el trauma heredado.

“Memoria del frío” es un relato de no ficción. Memoria de la luz. «Cómo la risa, la alegría, como esas mujeres, a pesar del hambre, a pesar del frío y la dureza de la cárcel, mantuvieron la capacidad de resistencia y solidaridad. Capacidad para resistir. No desistir y no desistieron», explicó Miguel Martínez del Arco durante la presentación. Memoria del río «pretende ser una novela coral de esas mujeres que son el pegamento que forjó una vida, la mía, tejiendo una luz que es el entramado de vidas que permitió mi educación y mi aprendizaje».
Y del Arco no lo hace desde el victimismo, sino desde la serenidad que otorga el paso del tiempo, con las heridas cicatrizadas, pero la huella indeleble de su recuerdo. Afirma el autor que «no quiere ejercer el victimismo porque el papel de la víctima es muy complejo de ejercer y, sobre todo, porque niega el papel de la propuesta política».
«Hay heridas que no duelen, aunque dejan un sonido que yo tenía que sacar», confiesa este madrileño que vivió una infancia en la que la sonrisa sostenía ese “todo va bien” cuando le preguntaban en la cárcel durante las visitas. El libro es un memora que a través del relato «constituye el pegamento que nos permite caminar. Temo que la memoria de este país tiene pies de barro o no los tiene. Esta es la razón por la que “Memoria del frío” no es un simple relato de hechos heroicos. Muchos películas y relatos de la guerra civil y la resistencia se sostienen sobre la enumeración de esos hechos y no es verdad o es una verdad a medias».
Ciertamente, “Memoria del frío”, emparentada con otros textos como el de Juana Doña o “La voz dormida de Dulce Chacón”, desvelan que la memoria de la guerra, la cárcel y la lucha antifranquistas no sólo está protagonizada por brigadistas, milicianos o torturados. «Las mujeres nunca aparecen o siempre están detrás, desdibujadas, como sostenedoras y creo que las mujeres del campo, como también las que estaban en la ciudad, generan un relato colectivo. Costureras, sirvientas, amas de casa, construyen su propio universo. Ellas sostuvieron la trama de los cuidados que permitió la resistencia. Como consecuencia de ella, el ejercicio del cuidado tiene un valor político enorme».
“Memoria del frío” no es solo una novela de no ficción, no es sólo un testimonio. Detrás hay una intensa y extensa investigación que abarca 18.000 cartas oficiales y otras tantas clandestinas. «Contrasté fuentes, archivos de la defensa, testimonios de juicios. Más de 636.000 casos en Madrid que dan un volumen muy acertado de las dimensiones de la represión. Un 60% sobre el millón de habitantes que entonces tenía Madrid. También acudí al archivo de la Fundación Pablo Iglesias y la del PCE, muy deteriorado, por cierto. El único lugar que me negó acceso a la información fue el Ministerio del Interior. Las fuentes penitenciarias y policiales siguen siendo todavía material reservado».
La vida en las cárceles de Franco era algo más que un ejercicio de resistencia o una resistencia que no negaba la sonrisa, la alegría, la dignidad de todas ellas. «Yo quería mostrar y contar cómo era la vida de esas mujeres, pero sobre todo aquello que no estaba registrado en ningún sitio. Tenía ese compromiso personal, no la obligación». La disciplina como un ejercicio de autodignificación constante, la formación como un ejercicio constante y la preservación de los afectos conformaron la estrategia de supervivencia que permitió a todas aquellas mujeres salir de la cárcel y adaptarse a una España que ya no era lo suya, pero a la que también pertenecían y exigía un nuevo esfuerzo de adaptación a su salida de la cárcel de Ventas.
“Memoria del frío” es una representación fiel de lo que ha venido siendo la posmemoria, la representación literaria del trauma que una segunda generación no vivió directamente pero conformó parte de su imaginario por cómo se lo transmitieron, lo vivieron y lo recordaron. Hoy conforma un arma de gran valor, no sólo literario, sino también histórico y que verifica como la literatura concentracionaria en España sigue siendo un territorio virgen, que se hace imprescindible escribir, para poder recordar.