Poliamor: Cuando el amor no se gasta al compartirse

Un acercamiento a través de tres personas poliamorosas a la nueva palabra que la RAE acaba de incorporar a la actualización del Diccionario de la Lengua Española.

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Jara Cosculluela
Jara Cosculluela
Licenciada en Humanidades, experta en género y activista feminista.

“Poliamor: relación erótica y estable entre varias personas con el consentimiento de todas ellas”. Así define la nueva versión del Diccionario de la Lengua Española editado por la RAE una de las palabras del momento. Para profundizar en el concepto de “poliamor” recuperamos este artículo de Jara Cosculluela publicado en 2016 en el número 44 de la desaparecida revista asturiana Atlántica XXII

Portada del número de Atlántica XXII en el que fue originalmente publicado este artículo.

En pleno proceso de la fallida investidura de Pedro Sánchez apareció en la versión digital del periódico El Mundo un artículo de opinión que describía la situación a tres del PSOE, C´s y Podemos de una forma nada convencional. “La dificultad en el poliamor radica – afirma el autor – en que siempre hay uno de los tres que juega un papel secundario. Ni Rivera ni Iglesias quieren ser sólo el pañuelo de lágrimas de un Sánchez que necesita una pareja estable.”

Más allá del análisis acerca de cómo el periodista describe una situación poliamorosa y sus riesgos, llama la atención que el autor haya decidido utilizar el poliamor como marco explicativo para un asunto de política parlamentaria. Sin embargo, en un breve vistazo a las hemerotecas de los grandes diarios de nuestro país, comprobamos que éstos llevan años publicando textos relativos al poliamor, del ABC al Diario.es. En las grandes librerías pueden encontrarse con facilidad algunas de las llamadas biblias del poliamor. “Que el matrimonio es de dos se lo inventó un tío, y como yo soy una tía, me invento que es de tres”, exponía la cantante Concha Buika a El País hace seis años, interrogada por su relación estable con dos personas más.

¿Cómo es posible esta relativa popularidad del poliamor, cuando su origen indica terrenos alternativos y underground? El sexólogo Miguel Vagalume indica varios factores para explicarlo. Por un lado, de alguna manera siempre ha existido: en las sociedades supuestamente monógamas, “la no monogamia no consensuada la practica un porcentaje muy alto de la población”. Por otro, a diferencia del inglés, “en español se suma que incluye la golosina de esas cuatro letras al final”: Amor, algo que “puede hacer creer en soluciones mágicas como siempre promete todo lo relacionado con esa palabra.”

¿Pero, qué es eso del poliamor?

Para Vagalume, poliamor es una “palabra paraguas para definir muchos tipos de relaciones que tienen en común que hay varias relaciones emocionales simultáneas”. Fran (nombre ficticio, como los de todos los testimonios de este reportaje), lo define como “la capacidad o la aceptación de tener relaciones emocionales y/o sexuales con más de una persona y con el consentimiento de todas”, siendo para ella –habla de sí en femenino como postura política- clave la idea de consenso, “porque si no, hablaríamos de otra cosa: de lo socialmente aceptado que son los cuernos, por ejemplo”. Para Lara, avilesina afincada en Xixón, el poliamor tiene que ver con la posibilidad de relacionarse de forma diferente a la aprendida, e implica autonomía emocional. “No quiere decir tener muchas experiencias sexuales solapadas, sino una red emocional amplia, una familia”, lo que daría “independencia afectiva, al no tener que depositar todo tu mundo en una única persona, tu pareja”. A Paula, venezolana que aterrizó en Asturies hace varios años, no le gusta la palabra, aunque lo practique, porque le suena “muy Disney, muy ñoño” y prefiere llamar “relación no limitante” a la forma de organizarse emocionalmente con su marido y su pareja.

“¿Cómo es posible esta relativa popularidad del poliamor, cuando su origen indica terrenos alternativos y underground?”

Vagalume sitúa algunos de los antecedentes del poliamor en experiencias como la comunidad socialista utópica estadounidense Oneida de mediados del siglo XIX, en la que se abolió el matrimonio y se repartieron los cuidados; el amor libre “que intenta desligarse del control estatal de las relaciones”, a mitad del XX, “aunque el poliamor como tal aparece en los noventa”. A finales de esta década y en el España, Vagalume señala prácticas exitosas que vinieron de la mano de los feminismos, “lo que ayudó a compensar la visión tan masculina de las experiencias hippies”. Aunque también advierte ciertas particularidades del poliamor en el Estado español, que lo diferencian del mundo anglosajón, como la dificultad para “salir del armario poliamoroso en el sur de Europa” o el hecho de que, en nuestro país, “como en Portugal o Italia, han pasado dictaduras conservadoras que abogaban por la mujer como cuidadora de todo el mundo”, lo que dificulta la construcción de relaciones poliamorosas igualitarias.

Comunidad de Oneida, en los EEUU de la segunda mitad del siglo XIX.

Feminismos, LBGT y no-monogamia

Este tipo de situaciones, explica Paula, “las vemos como típicamente masculinas. Son ellos quienes tienen amantes, a las que dicen que no pueden dejar a sus mujeres porque están muy mal, o porque tienen hijos. En mi caso yo abrí mi pareja, y pensé que no tenía por qué ocultar ni a uno ni a otro la relación ni poner como excusa a mis hijas”. Fran vive el poliamor como una opción política, relacionada con la lucha por la diversidad, para visibilizar otras formas de relacionarse y apostando por la lucha en favor de los derechos poliamorosos, como sería “el trimonio”. “Si ya se ha conseguido un hueco en la hegemonía heteronormativa, haciendo que otras identidades y orientaciones sexuales se puedan casar, lo que falta es aprovecharlo para que las relaciones no monógamas puedan acceder a esos derechos”, dice. Sin embargo, también reconoce que hay “machistas que usan el poliamor en su propio beneficio; yo los llamo polimachos o politrolls“.

Poliamorosa, ¿naces o te haces?

La relación actual de Lara por ahora adopta la forma de poliamor jerárquico, en la que existe una relación base de dos personas que se erige como núcleo en comparación con las demás. Hace algo menos de un año, Lara vivía con su novio en Holanda cuando, en un viaje a Asturies, conoció y se enamoró de su actual pareja. “Nuestro pacto era: podemos estar con otras personas, pero sin enamorarnos de ellas, como si eso se pudiera decidir. Es un pacto imposible pero que te tranquiliza”, explica. “Yo quería estar con los dos, no sabía por qué tenía que elegir” y, sin embargo, rompió con su novio holandés “porque nuestra relación no lo pudo soportar”. Su familia y algunas amistades con las que habló para desahogarse entendieron que lo que estaba pasando era una “adolescencia tardía, y eso me hacía sentirme mal y confusa. Ahora sé que esto es una elección consciente y que no cabe alegar nada similar”.

“Nuestro pacto era: podemos estar con otras personas, pero sin enamorarnos de ellas, como si eso se pudiera decidir”

Algo parecido argumentaron algunas amistades de Paula cuando les explicó el giro que había tomado su relación marital hace un año. La relación en V es la fórmula escogida, en la que ella es el vértice o nexo entre las otras dos, “aunque estamos abiertos a que haya más gente”. Ser el vértice para ella es muy complicado, porque “hace falta tener mucha madurez y hay que respetar los acuerdos y organizar los espacios para que nadie se sienta desplazado. Si te he dicho a ti que voy a estar contigo, no estaré hablando por el whatsapp con otro”. Después de 16 años, el matrimonio de Paula estaba pasando por una mala racha, hasta el punto de plantear el divorcio, pero “teníamos que vivir en la misma casa porque no teníamos dinero; así se lo explicamos a nuestras hijas”. Entonces, se dieron “libertad para hacer lo que quisieran” y al tiempo ella inició una relación con un amigo, su actual pareja, aunque “seguía sintiendo lo mismo por mi marido”, explica. “Finalmente hablé con mi marido y nos dimos cuenta de que habíamos estado viviendo de una manera que no nos gustaba, en la que todo se suponía y no se comunicaba nada. Nos dimos cuenta de que queríamos seguir juntos, pero de otra manera”. Su marido, al tiempo, “pensó que quería que yo fuera libre” y aceptó la nueva relación de Paula. “Eso salvó nuestro matrimonio”, y esa libertad “nos enseñó que estamos juntos, no porque hayamos firmado un papel, no porque la sociedad lo diga, sino porque queremos”.

Ilustración de la Señora Milton

Poliamor abierto y no jerárquico, sin graduaciones entre relaciones, es la opción actual de Fran, quién comenzó con una relación no monógama con dieciséis años, hace siete. “El terreno de los adolescentes poliamorosos es invisible, por eso me gusta hablar de ello”, afirma. “Estaba con una chica” y se añadió un chico, “al final estábamos todos juntos, pero lo manteníamos en secreto” a la otra persona “porque piensas que está mal estar con dos y lo que haces es negártelo a ti misma e intentar huir”. Pasado un tiempo, Fran encontró The Moan Club, un libro que “relata la historia personal de su autora como adolescente poliamorosa, y para mí fue muy importante. Comencé a establecer relaciones poliamorosas de forma consciente. No es que llegara al poliamor, es que ya estaba”, pero, entonces, no sabía nombrarlo.

Acuerdos y desacuerdos

Lara apoyó su proceso poliamoroso en el libro Ética Promiscua, como Fran, que también echó mano de Opening Up. Evelyn, sin embargo, no quiso teorizarlo, porque “quería vivirlo como yo pensaba que lo tenía que hacer, descubriendo todo por mí misma. Al final va de gestionar”. Paula asegura que ella no se comparte con dos personas, sino con cuatro, porque tiene dos hijas. “Si hubiéramos estado mi marido y yo solos sería más fácil: una semana aquí, otra allí y cada uno tiene su espacio”, pero así es más complicado, aunque “más satisfactorio” también. “Seguimos viviendo juntos, y dos o tres veces por semana duermo en casa de mi otra pareja, a quien mis hijas quieren mucho. Buscamos arreglos para que ambas partes del matrimonio cuiden de sus hijas por igual y disfruten del mismo tiempo libre”. Para Diego, “teorizar es muy fácil, la práctica es otra cosa. Vino una chica a la asociación preguntado qué hacer para no tener celos. Y sólo le pude responder con algo que le escuché a Vagalume en otra ocasión: no tengas relaciones”. Las tres entrevistadas afirman que con el poliamor los celos no se acaban, sino “que se tratan”. Según Fran “en una relación convencional, te enseñan a huir de los celos, pero es imposible: es como si a lo largo de tu vida huyes de la tristeza, imposible”. Para las tres, los celos son de quién los siente, pero hay que cuidar la organización afectiva entre todas las partes para que se reduzca cierta incertidumbre. “Si vuelvo a mi casa de ver a mi pareja, mi marido puede pensar que vuelvo feliz porque me han dado más felicidad que él”, advierte Paula, y “en esos momentos es importante volver a tierra y pensar en nuestro acuerdo básico: sólo estaremos mientras queramos estar juntos, por lo que, necesariamente, yo estoy ahí porque quiero”. Para ella es fundamental respetar los tiempos y espacios acordados, porque si no, “puedes sentirte desplazado y, además, yo no puedo recuperar el tiempo cuando quiera porque tengo hijas”. La honestidad es esencial para Lara: “hay que hablar hasta donde se haya acordado que se habla, e ir validando esos acuerdos con la práctica misma” y reconoce que durante un tiempo le contaba “absolutamente todo lo que le pasaba” a su pareja, hasta que pensó, “mi vida y mis experiencias son mías. Mi pareja y yo compartimos una parte de nuestras vidas y hablamos de ello, pero el resto de mi vida es mía. No tiene que haber excesos”. En todo caso, explica Fran, “todas estas herramientas son perfectamente válidas para relaciones convencionales”, porque, como dice Lara, de lo que se trata es “de tener relaciones sencillamente sanas. Punto”.

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2 COMENTARIOS

  1. Todo esto es más viejo que el ir a pie (follar a tutiplén). Lo único nuevo es la insistencia en la autonomía y el elemento feminista. La gran pregunta es por el tipo de (des)organización social que esto implica a favor de un individualismo del todo acorde con la sociedad de la economía desenfrenada; y la pequeña pregunta es por la generación siguiente: ¿son compatibles los hijos con esa forma de entender la independencia afectiva personal? Las respuestas me parecen obvias.

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