En buena parte de la España rural el ser de derechas es como la heterosexualidad, a todo el mundo se le presupone y lo contrario hay que explicitarlo. Y hablo de ser de derechas como de ser heterosexual porque no hablo de militar en un partido o emitir un voto, sino de comportamientos, performatividades, modos de relacionarse, de mostrarse, de ser y de parecer. Todo lo que implique querer llevar a cabo políticas progresistas en nuestros pueblos tiene que tener en cuenta este marco.
Ahora bien, que la gente de esa parte del rural se considere casi congénitamente de derechas, no significa que sean más paletos, menos instruidos, más rudos, ni menos preparados. Significa que lo son porque habitan un territorio que fue conformando un carácter, una manera de estar en el mundo, fruto de su papel en la historia: por estos lares no hubo Guerra Civil, y cuando acabó la dictadura, que había empezado en el mismísimo julio de 1936, a la derecha se le siguió dejando hacer, a pesar de la democracia.
Y es que a la sociedad moderna, en general, la que había dejado atrás el pueblo, le fue más cómodo mirar hacia el campo con condescendencia, dejadez, infantilización y soberbia, cuando no desprecio, que observar con detenimiento y actuar. La izquierda, aquejada también de exceso de modernidad, y por su lógica relación con el movimiento industrial, a pesar de que vivimos en una sociedad desindustrializada, desestimó hacer política en el rural y su representatividad fue testimonial de la mano de los rurales que tuvieron el honor de intentar política en su nombre, porque, para ser honestos, en las aldeas no salen las cuentas con los votos.

Este escenario lo conoce bien Mañueco cuando se lanza a la arena de la precampaña electoral a lomos del bulo de las macrogranjas contra el ministro Garzón. Sabe que a pesar de que la ganadería industrial se está comiendo a la familiar, hasta los representantes de esas pequeñas ganaderías se montarán en el carro que arrastran esos caballos; porque lo importante no es si Mañueco dice la verdad, lo importante no es defender las explotaciones familiares, lo importante es acabar con el gobierno, dicen, comunista.
Y a Mañueco le funciona.
A pesar de que es su partido el que promueve la aplicación de las políticas económicas liberales que han llevado a la crisis permanente a los pequeños y medianos productores del sector primario, estos salen cual guardia pretoriana a cerrar filas junto a él. Más ganadería y menos comunismo, aunque el comunismo sea quien haya apostado siempre por proteger nuestro sector primario de tratados internacionales perjudiciales, como el TTIP, el CETA o el acuerdo con Mercosur que otorgan ventajas económicas a las grandes corporaciones, suponen una amenaza para la viabilidad de pymes y autónomos, y ponen en peligro nuestra seguridad alimentaria.
“Lo importante no es defender las explotaciones familiares, lo importante es acabar con el gobierno, dicen, comunista”
La derecha machaca tildando a la izquierda de urbanita, pero el Partido Popular, a pesar de ser un partido territorial porque tiene bajo su ala a cada cacique de cada pueblo de buena parte de este país, solo tiene de rural el término municipal en que se asienta la urbanización de unifamiliares en la que viven quienes se suben a las tribunas.
Y pudo haber un tiempo en el que España se embriagó de modernidad y urbanitismo, pero si hay una opción política que mira hoy hacia el medio rural es la izquierda.
Es la izquierda quien ejerce la defensa de los pequeños y medianos productores en las instituciones europeas, pero también quien está defendiendo con uñas y dientes el mantenimiento de los servicios públicos, la presencialidad de las entidades bancarias, el mantenimiento de los consultorios médicos, del transporte, la implantación de Internet de alta velocidad, etc.

Y he dicho ejerce la defensa y no defiende, porque de boquilla defienden todos. El mayor y más sangrante ejemplo es el del Partido Popular anunciando en campaña electoral un plan de fortalecimiento de la sanidad rural en Castilla y León tras haber liquidado prematuramente la legislatura en que los ha mantenido cerrados.
Y es aquí donde encontramos el mayor reto de la izquierda en este tiempo: cómo ganarse la confianza de un electorado endémicamente de derechas que a pesar de todas las evidencias quiere seguir siendo endémicamente de derechas. Salir del armario es traumático, y que te saquen, aún más.
Si la campaña electoral de Castilla y León nos brindase la oportunidad de ver un debate electoral sobre medio rural entre el actual consejero del ramo, Jesús Julio Carnero, y el número 1 o la 2 de Unidas Podemos por León, Sixto Martínez y Pilar González, el popular no les duraba un asalto.
El verdadero reto de la izquierda es de método, no de trabajo. Además de acabar con las ya conocidas luchas de egos, de hegemonías de partidos, de puestos, de trasvases de candidatos entre provincias, de exceso de testosterona y demás pugnas que repelen hasta a los más entusiastas, hay que sumar la labor de pedagogía, de generar confianza y eliminar miedos.

Nadie sabe ya qué es ahora la España Vaciada tras el aterrizaje de decenas de ex Ciudadanos a sus listas electorales, pero creo que es difícil no reconocer que en su origen había un alto porcentaje de personas de izquierda vinculadas al territorio que sabían bien que para reforzar los servicios públicos, garantizar el acceso a la vivienda y a la tierra, la conexión de banda ancha, etc. en unos lugares tan arraigadamente de derechas, valía más aplicar políticas de izquierdas desde una marca blanca que entrar en la plaza del pueblo ondeando la tricolor. Y creo que eso es precisamente lo que hirió los egos de algunos militantes de la izquierda, que siempre van con la izquierda por delante, o incluso con la sigla y, además, hacen mucho ruido. En su fuero interno sabían que el surgimiento de esas plataformas se correspondía a un hueco generado por ellos mismos.
Se hirieron con la España Vaciada como se hirieron en 2015 con las confluencias de las que apenas queda alguna. Sin embargo, así como a nivel estatal, tras recuperarnos por enésima vez de los vicios propios de la vieja política, esperamos cual agua de mayo la llegada del frente amplio o como vaya a llamarse, habrá también que construir desde abajo, no desde Madrid, en nuestro medio rural y desde nuestro medio rural, un movimiento que sin complejos, pero con humildad ofrezca todo su conocimiento de igual a igual para trabajar, codo con codo, por el futuro de un medio rural con garantías.
En Valladolid tenemos el ejemplo de la única confluencia de carácter provincial, que logró en 2015 6 alcaldías, participación en otros cuatro gobiernos municipales, incluida la capital, y 52 concejales, y que mantiene en la actualidad 5 alcaldías y 47 concejales obtenidos en las mismas elecciones en que la izquierda no consiguió procurador en las Cortes de Castilla y León por esa misma provincia. Y recientemente hemos leído que IU lanza en el Occidente de Asturias una plataforma política que “será una convocatoria plural, abierta a personas y formaciones que compartan los valores de la izquierda progresista”. Todo apunta a que existe una intuición general, lo que hará falta será despojarse de aquellos lastres que nos impiden seguirla.
Probablemente, el grueso de la población de muchos de nuestros pueblos nos echaría a patadas si colgásemos la tricolor del balcón del Ayuntamiento; sin embargo, en muchos de esos Ayuntamientos cada 28J ondea la bandera arcoíris en su balcón. No debemos olvidar de dónde venimos, pero tampoco podemos perder de vista hacia dónde vamos ni con quién pretendemos ir.
En el medio rural tampoco queremos quedarnos en la esquinita pequeña y marginal de la izquierda del PSOE.