Micah P. Hinson: la voz del derrumbe

El cantante folk americano ofreció un concierto este miércoles en la sala La Salvaje donde hizo un repaso íntimo a su repertorio

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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.

¿En que momento comenzó todo a desmoronarse? ¿Cuándo cedieron las vigas del puente que habían mantenido al país unido? Como suele suceder siempre que se producen grandes cambios, el suelo comenzó a resquebrajarse innumerables veces, de formas muy distintas. En un momento de la historia, América cruzó una línea que lo convirtió todo en algo irremisiblemente distinto. Por eso llama poderosamente la atención que el músico Micah P Hinson siga una misma dirección, solitario y rebelde, con una coherencia tan inquebrantable que en su figura la flecha del tiempo parece haberse detenido, como si todo lo que evocara con su voz y los acordes constantes de su guitarra, otorgaran a los hombres una dignidad insólita y desconocida, la extraña convicción de que la música más desnuda es capaz de ofrecernos una nueva oportunidad para la salvación.

Este miércoles, víspera del 14 de abril, día de la República española, Micah P Hinson actuó en La Salvaje de Oviedo. No podía ser más oportuno. Su voz es como una grieta que perdura en las llanuras de los Estados Unidos, la huella amerindia de un pueblo desaparecido, la grieta de la guerra de Secesión que es la grieta de la Guerra Civil Española, el mismo socavón de la II Guerra Mundial, la que abría sus fauces en los manglares de Vietnam, la que se ocultaba bajo las granja de Yugoslavia, la que inició la civilización en el Golfo, y nos acercaba a Dios desde Afganistán.

Los americanos nacidos a partir de los 70 han vivido la mayor parte de su vida adulta en el vértigo de la grieta. En Micah P Hinson confluyen las voces de los indios exterminados, la de los padres fundadores de la República celestial, con ese viejo idioma mosaico con el que grabaron las primeras palabras del estado, también pervive en él como una cicatriz sagrada, el tatuaje indeleble del ideal roosvelitiano, hasta el ruidoso mercado donde las facciones beligerantes del republicanismo y el neoliberalismo rompieron los estandartes de la igualdad, la libertad y la dignidad de las mujeres y los hombres.

Como Woody Goothrie, la guitarra del señor Hinson también es una máquina que mata fascistas. En esta ocasión, también nos sugirió sarcásticamente que eligiéramos la vanidad sobre la sabiduría, «choose vanity over wisdom». Me gusta pensar que su instrumento es en sí mismo todo el escenario, el soporte completo sobre el que siempre hay cerca un cartón de leche al que echar un trago entre canción y canción. Esa guitarra/anuncio del que emanan consignas políticas, vieja sabiduría veterotestamentaria, también deja espacio a las emociones. Porque el planeta americano se ha construido sobre la racioanalidad perversa del dolar, la desolación de la guerra y el cálido, salvaje y cruel temblor de la sangre vertida sobre los hombres como un río inapelable. También se ha elevado sobre la tierra con la arquitectura gótica del amor y del miedo, de la ira y del odio, de la solidaridad y la mentira, alguna que otra revolución apaciguada y unas desesperadas y cínicas dosis de patriotismo que nunca condujeron a nada. Y esto se percibe muy bien cuando el señor Micah P Hinson interpreta Beneth the rose, con la que uno, si se me permite, cierra un circulo tóxico y desolador que nunca supo determinar, como la grieta, cuándo comenzó su particular derrumbe, o sí;

En ocasiones, hay canciones que reverberan una luz prodigiosa, como tesoros escondidos en el arca de Noe. Es lo que sucede cuando se descubre al combatiente en ese lamento cósmico que lleva por título What does it matter, casi una plegaria cantada bajo las estrellas, tema que el señor Hinson no ha grabado todavía, pero que en ocasiones despierta y nos hace temblar.

Micah P Hinson es el poeta de la grieta. Escribe con el temple feroz de William Faulkner. El mero sonido de sus palabras basta para colocarte o arrastrarte a otro lugar, otra tierra, otra frontera, otra grieta, la que separa a los ricos de los pobres, a los burgueses de la clase trabajadora, a los justos de los condenados. «Ahi voy a mi pozo de los deseos / rezando por mi sabiduría / sirviéndome de mis deseos /buscando el amor verdadero / contemplando a la miseria hacer mi cama /ahí voy, tirando piedras otra vez / no habrá más misterio sobre las cicatrices que llevo». Mi sangre te gritará en el suelo, dice. Micah acude con su mono gris y la solemnidad de los ajusticiados.

No, nunca estarás bastante a solas para aprender la lección de la vida y de la muerte. Quizá la soledad absoluta no exista, ni antes ni después de la vida, ni antes ni después de la muerte, sino tan solo en el breve instante en que pronuncias el verbo del sueño. Algo así siento cuando le escucho cantar Drift off to sleep. «Cuando sueñas / qué ves/ un millón de estrellas / o sólo a mi». Quizá sólo en la voz del señor Hinson cobre sentido inteligible el valor de la vida o de la muerte. A veces uno solo encuentra provecho de la soledad, acompañado de la voz fatigada y quebradiza, voz del sur, errante y convicta del señor Hinson que es capaz de destilar ese átomo de tiempo que explicará algún día en qué momento comenzó a desmoronarse todo.

Durante el desmoronamiento, todo cambia y nada permanece, excepto las voces, las voces de los estadounidenses, las voces de Occidente, abiertas, sentimentales, enojadas, crudas, teñidas por ideas de prestado: Dios, la radio, internet, el recuerdo vago de un tiempo pasado. Rezar a dios cada noche, fumar un canuto, pedir justicia en una manifestación abarrotada de desempleados, comprar a través de Amazon, morder tu propio corazón o soñar en voz alta y gritar su nombre, mientras los trenes de cercanía vuelven otro día más a llegar a tarde.

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