Llevamos bastante tiempo soportando, casi a modo de mantra, aquello de que son malos tiempos para la filosofía. Y aunque esto pueda sonarnos a canción ochentera y, abusando quizás de este juego de referencias, lo cierto es que la filosofía ha venido encajando ya demasiados golpes bajos. Uno no puede dejar de sentir cierta sensación de decadencia cuando ve cómo va siendo arrancada poco a poco de las aulas de la educación secundaria obligatoria en favor de asignaturas que se nos “venden” (y me gustaría utilizar esta expresión en sentido metafórico) como más útiles o más acordes con las necesidades actuales. De hecho, quizás una buena cuestión filosófica podría ser empezar por preguntarse para qué o para quién son útiles, o las necesidades de quién satisfacen. Pero esa no es mi intención en este momento y, tal vez porque cuando yo estudiaba tampoco eran buenos tiempos para la filosofía, no me veo muy capaz de dar respuesta a estos temas.

Por suerte, a pesar de este panorama tan poco alentador, hay personas como Andrea y Jorge que se empeñan en sacarnos de la caverna y están dispuestas a llevar la filosofía más allá de las aulas y de las ciudades. No en vano, Jorge Mola se encarga enseguida de desmontarnos esa imagen que todavía algunos puedan tener de la filosofía como algo que hacen señores con barba desde una torre de marfil. De hecho, nos invita a echar la vista atrás y nos recuerda que la filosofía no nació en las aulas, sino en la calle. No es necesaria tampoco demasiada imaginación para ver las similitudes entre las ágoras griegas y las plazas de los pueblos que, miles de años más tarde, continúan siendo los centros de socialización por excelencia. Y es que cualquiera podría sentarse en cualquier banco o terraza y, a poco que agudizase el oído, sin duda escucharía conversaciones de vecinos que perfectamente podrían convalidarse por unos cuantos créditos ECTS del grado en Filosofía.

También son los pueblos buenos lugares para “vivir deliberadamente” (como diría Thoreau) y donde permitirnos bajar la velocidad en estos tiempos en los que parece que solo estamos pendientes de lo urgente y hemos dejado de lado lo importante. Además, si hay una cosa que define la idiosincrasia rural es la proximidad, y esto es algo que desde la iniciativa Filo Pueblos han sabido entender perfectamente. Esta propuesta busca despertar nuestra capacidad de asombro para generar la curiosidad y la reflexión, enseñándonos a tomar distancia para buscar nuevos puntos de vista e invitándonos a participar de un debate en el que todos tenemos algo que decir. Más que de cara a buscar respuestas, conceptos como el de verdad, justicia, ética o moral, son expuestos para que entre todos tratemos de ponerlos a prueba. De esta forma, la actividad comenzaba con la pregunta ¿qué es la Filosofía? Y, aunque no creo que pudiera dar una respuesta completa a esa pregunta, sí que voy a atreverme a definir qué es FiloPueblos, pues no hay más que acudir a su etimología para entender de que se trata: es simplemente un acto de “amor a los pueblos”. No nos equivoquemos, la filosofía nunca ha abandonado estos lugares. Pero siempre viene bien que alguien nos lo recuerde.