Ahora que don Gabino Díaz Merchán estará sentado a la derecha de Dios Padre, quizá sea oportuno recordar una breve anécdota que no sé si le facilitará el acomodo en la Corte Celestial pero que pone en evidencia un rasgo suyo de bonhomía digno de aprecio al menos en la Tierra.
Una parte de la labor pastoral de don Gabino, como titular de la diócesis de Oviedo y como presidente de la Conferencia Episcopal, coincidió con el debate sobre la permanencia de España en la OTAN y la expectativa de un referéndum para revertir esa decisión. La UCD nos había integrado en la organización militar mediante un acuerdo parlamentario, y el PSOE al principio jugaba a la contra, buscando rédito electoral, pero sin aventurar una postura inequívoca. Su consigna, «OTAN de entrada no», podía significar cualquier cosa y de hecho acabó expresando la negativa a abandonar la Alianza Atlántica, aunque se vio enredado en la celebración de una consulta de pregunta farragosa.
“Por una vez, para una buena legión de perdedores la victoria parecía al alcance de la mano”
La lucha contra la integración en la OTAN y a favor de un referéndum que resolviera la cuestión fue una experiencia capital para unas generaciones de antifranquistas que habían acumulado ya algunas frustraciones con el alcance limitado de la Reforma política, cuyo signo más visible era la monarquía impuesta por Franco. El cuestionamiento de la alianza militar y la pelea por el triunfo del no ofrecían, además de buenos motivos para la causa antimilitarista, la oportunidad de librar una batalla democrática que aliviara fracasos anteriores. Durante años las organizaciones pacifistas desplegaron toda clase de acciones de protesta, a veces bastante creativas, y promovieron manifestaciones que reunían asistentes por decenas o centenares de miles, un movimiento de masas importante. Las encuestas arrojaban resultados favorables a la salida de la OTAN. Por una vez, para una buena legión de perdedores la victoria parecía al alcance de la mano. El tiempo demostró que se trataba de una ilusión y, lo que es más grave, que el desenlace de una consulta democrática no estaba blindado frente al juego sucio.

La Conferencia Episcopal no se alineó ni con los partidarios del sí ni con los defensores del no. En su interior no parecía haber unidad de criterio. Pese a ello, algunas declaraciones de don Gabino, aunque dictadas con las vaguedades propias de la retórica eclesial, parecían inclinarse por la opción defendida por los grupos pacifistas o, al menos, así lo interpretábamos desde sus filas. De manera que, en pleno rifirrafe sobre la OTAN, las paredes de Oviedo acogieron pitadas que decían: «La mamá de Masí vota sí. Don Gabi, no».
En un momento de la larga campaña, la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas llamó a celebrar en las diversas zonas encierros de fin de semana. En Asturias por la Paz acordamos pedir permiso a las autoridades de la Iglesia para hacerlo en el Palacio Episcopal, un recinto con solera para las acciones de protesta. Dos representantes de la asamblea pacifista pedimos una audiencia con el Sr. Arzobispo, que nos fue concedida sobre la marcha. El encuentro se celebró en una sala de gusto sobrio, amueblada con un viejo tresillo de barrotes de madera.

Don Gabino era un hombre afable y sonriente y, aunque nos escuchó con atención, se mostró reacio a prestar consentimiento al encierro. Argumentaba que los tiempos habían cambiado y el reconocimiento de derechos y libertades hacía innecesario el abrigo de la Iglesia. Tenía toda la razón. Pero nosotros nos resistíamos a una negativa que desbarataba los planes previstos e insistíamos una y otra vez de manera terca. Don Gabino resolvió la discordancia con una fórmula que permitía guardar las formas y dar satisfacción a las partes. «La Iglesia no autoriza el encierro pero no lo denuncia». Marchamos complacidos, y la protesta tuvo lugar.
Unos días después, iba caminando yo por la calle San Antonio y un señor desde el interior de una Seat 1500 negro me saludó con gesto amable: era don Gabino Díaz Merchán.