Razones para un VESU

Por qué el Festival ovetense debe celebrarse en la Fábrica de Armas y qué ha supuesto para Asturias

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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.

No está claro todavía si en el próximo 2023 habrá una cuarta edición del VESU Fest. Es probable que la mayoría de festivales estén comenzando a cerrar este verano algunos cachés de bandas nacionales e internacionales para el próximo año ante un futuro plagado de incertidumbres marcados por la inflación. Como en los vuelos de avión, cuanto antes cierres un contrato, su precio será más barato. Nadie contrata a un grupo relevante con tres o seis meses de antelación porque el coste se dispara. Pero el vértigo político que fustigó el sistema nervioso de la última edición, nos impone una reflexión.

Si habrá o no una cuarta edición del VESU es aún demasiado pronto para poder anticiparlo, porque no todos los partidos creen en este proyecto del mismo modo o con suficientes garantías, pero sí es el momento oportuno para hacer una valoración de un certamen que ha logrado, en su tercer año, marcar un hito importante en la programación cultural asturiana, tomando relieve en el circuito de los festivales nacionales con una impronta y una personalidad propia que lo alejan de aquellos otros que congregan a miles de personas y que los empresarios y promotores han establecido como gran negocio, convirtiéndolo en la gallina de los huevos de oro (y que, más pronto que tarde, romperá por algún sitio).

Los festivales viven una burbuja. Algunos de ellos como el FIB, están participados por fondos financieros. Otros como el Mad Cool, practican una política de subvenciones bastante cuestionable. El resto, han adoptado la forma de un parque de atracciones donde el interés cultural se diluye en una oferta que busca, esencialmente, aportar una fórmula de entretenimiento segura. Cada uno de ellos es una copia constante y ambulante de otra, en la que se repiten las mismas bandas, dibujando un itinerario musical que trata de satisfacer una demanda incansable o insaciable que ha ido creciendo en la conciencia social, probablemente fruto de dos años de confinamiento y severas restricciones. Un festival es una salida de escape al frenesí y la frustración de estos años. No obstante, algunos promotores y periodistas ya venían detectando la naturaleza del fenómeno mucho antes de la pandemia, acompañado de un cambio sociológico y político en los hábitos de consumo cultural de la sociedad española que merecen toda la atención. A fin de cuentas, España es el lugar donde se celebran más festivales por metro cuadrado de todo el mundo.

Cada actividad cultural que se celebra en el recinto de la vieja Fábrica de Armas de La Vega consolida el espacio como un lugar de encuentro y ciudadanía en el que convergen artistas, productores, creadores y público. Las características tan singulares de este espacio público, propiedad del Ministerio de Defensa, dotan al lugar de un significado telúrico que embarnece el habitual sentido de la participación ciudadana de un aura especial que permite al visitante sentirse extraño y explorador de un acontecimiento inédito sin restar a su percepción un sentido de pertenencia a ese lugar. El VESU viene a intensificar esa sensación en la que el tiempo y el abandono de los años precedentes sólo han conseguido incrementar el valor y la exclusividad de un lugar que, paradójicamente, es de todos. Lo siniestro, en su mejor sentido, adquiere un valor político, capaz de convocar a la ciudadanía. Quiere decirse, por tanto, que este festival, con su mismo cartel, tendría otra entidad en otro lugar, transformaría su propia naturaleza y, probablemente, se haría soluble en el constante devenir de festivales que se organizan en nuestro país a lo largo de todo el verano. Fuera de la Fábrica de Armas, el VESU sería otro festival.

Tengo la impresión de que el VESU es a Oviedo lo que la Semana Negra a Gijón, un lugar donde la música, como la literatura, se convierten en una herramienta engranada a la gestión política capaz de transformar un espacio urbano y establecer redes, conexiones que trascienden más allá de su perímetro. Sólo basta con observar y ser lo suficientemente humilde para aceptar el poder poético y transformador de sendos proyectos, de como estos se han convertido en un foco de atracción de la mirada de los ciudadanos, tanto desde el interior de la ciudad como fuera de ella también.

Pasear por la Fábrica de Armas es dejarse embriagar por una estética espectral. Goza de la poética de lo siniestro. Es una huella indeleble de la ciudad fruto del abandono y el deterioro, una urbe fantasmal dentro de la urbe, llena de signos de un pasado difícil de reconocer y, sin embargo, real. Desde el interior de la la Fábrica se contempla la historia de Oviedo, su prerrománico, estableciendo un vínculo industrial con un pasado remoto, ancestral. Desde el exterior, la Fábrica es una puerta a la ciudad que introduce al visitante a un espacio onírico, dinámico y porvenirista, lleno de posibilidades para cualquier disciplina artística, desde las plásticas, pasando por las artes escénicas o las audiovisuales.

Pero la Fábrica de Armas no sólo es un espacio para la cultura, si no también un laboratorio para desarrollar experiencias artísticas y elaborar simultáneamente un discurso político complejo, en el que la estética toma prevalencia. El VESU, a diferencia de otros festivales, nace de la iniciativa pública y esto determina tanto su naturaleza como el hecho de que haya sido concebido para la Fábrica de Armas. El crecimiento del certamen está estrechamente ligado a la consolidación del espacio y viceversa. En ambos casos, las consecuencias son positivas. La primera de ellas es que la promoción pública del festival marca un camino en la producción que lo separa de los festivales privados. En el VESU no se encontrarán zonas vip, el consumo es igualitario (una experiencia novedosa que ha funcionado muy bien), la programación musical roza la excelencia y el sentido de la diversión es escrupulosamente sostenible y democrático. Como sucede con la Semana Negra de Gijón, también está organizado por una asociación, pero a diferencia de esta, en su seno se produce un acceso a la cultura que no cae en el demagógico argumento de la gratuidad porque el concepto sólo le resta valor al esfuerzo de los productores y los creadores. En un día lluvioso como el domingo, es probable que el recinto estuviera vacío si hubiera sido gratuito y, sin embargo, el domingo la Fábrica se llenó como cualquier otro día porque había gente dispuesta a pagar un abono tanto como a mojarse bajo la lluvia. Valorar la cultura es atribuirle también un precio justo y asequible sin caer en el clasismo ni tampoco el elitismo.

La III edición del VESU ha construido, como todo festival, voluntaria o involuntariamente, un discurso político. En primer lugar, ha integrado con absoluta normalidad a grupos internacionales como The Shivas (Portland, Oregón) o Shame (Bristol) con bandas nacionales, sin imposturas. Los primeros son una referencia de la música independiente, con un sonido californiano, de pinceladas surferas y garajeras de corte crepuscular que encajan con el clima lynchiano de la Fábrica de Armas. Shame es, por otra parte, una banda con un discurso político rebelde acoplada a una izquierda obrera contestataria y punk encadenada al sonido de otras bandas como Fontaine D.C. En esta línea se incorpora Carolina Durante, que presentó su segundo disco y certificó que el punk español mantiene un nervio castizo y desinhibido capaz de llegar al mainstream sin escatimar sarcasmo e ironía.

La jornada del sábado concentró toda la atención en Los Planetas, 22 años después de su último concierto en la capital del Principado. Es más que probable que la mayoría de los asistentes ya hubieran disfrutado de un concierto de los granadinos, pero en otra ciudad, en otro sitio. La importancia de Los Planetas en la historia de la música pop española, independientemente del gusto, hoy es indiscutible. Los herederos de Lagartija Nick, más destilados, incluso con un sonido más estilizado y etéreo, rellenaban una ausencia musical injustificada. No menos importante fue la presencia de El último vecino, esa extraña hybris articulada entre la melancolía y el pop español ochentero desmesurado, capaz de fundir en la figura de Gerard Alegre el sentimiento lacónico de Robert Smith y la alegría triste de El último de la fila.

El discurso feminista vino de la mano de Cariño y Shego. Un pop rock teenager empoderado, sencillo y eficaz sirvió como colofón a tres días de conciertos que congregaron a mil asistentes dispuestos a disfrutar de la música como ritual y creando un clima que invitaba a disfrutar, conocer y conocerse más, desde un emplazamiento convertido ya en uno de los templos culturales de la ciudad.

Por todos estos motivos, ya digo, se impone conjeturar qué está dispuesto a ofrecer el Ayuntamiento de Oviedo en la Fábrica de Armas, qué quiere programar, cómo, cuándo, con quién y para qué. Cuál es la apuesta de sus partidos políticos, en qué condiciones, con qué garantías, desde qué confianza. Más allá de las diferencias o afinidades políticas, el VESU abre una senda, un camino para la construcción de nuevas políticas culturales que se alejen de las industrias convencionales, el capitalismo de plataforma, la homogeneidad cultural y la orgía de la copia. A este tipo de reflexiones es a la que uno cree que deben ser convocados los políticos y los gestores culturales de cualquier municipio, ya sea Avilés, Mieres, Gijón, Llanes u Oviedo, para lograr que Asturias no quede diluida en el marasmo del mainstream y el negocio de la cultura convertido en un fetichismo de la experiencia, producido de un modo similar al de un motor en la cadena de montaje de una fábrica de armas.

FOTO: David Aguilar Sánchez
FOTO: David Aguilar Sánchez
FOTO: David Aguilar Sánchez
FOTO: David Aguilar Sánchez
FOTO: Alisa Guerrero
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