“Conozco a la Bestia porque habité en su vientre” José Martí
A raíz de las elecciones en Andalucía y por aquello de que, a la fuerza, ahorcan el gobierno anuncia una serie de medidas entre las que incluye impuestos a la banca y a las compañías eléctricas, dos sectores cuyas obscenas cifras de beneficios resultan particularmente injustas en estos tiempos de penuria para las grandes mayorías.
Está por ver cuánto le dura el fervorín socialdemócrata a un partido como el PSOE que, fuera de las campañas electorales y de la celebración de efemérides históricas como el Primero de Mayo, en la práctica ha abrazado sin ningún problema el dogma neoliberal como religión y la adoración del mercado como único dios.
Y de eso, en esta Asturias desindustrializada, con sus minas cerradas, su sanidad al borde del colapso y su Caja de Ahorros saqueada y liquidada con la colaboración entusiasta de PSOE y PP, sabemos mucho más de lo que quisiéramos saber.
En todo caso, el anuncio de estas tibias medidas ha desatado, desde un primer momento, la respuesta furibunda de los columnistas de guardia, siempre atentos a la defensa de los intereses de quienes, seguramente por casualidad, tienen muchísima influencia (por decirlo de una manera muy suave) en los conglomerados mediáticos para los que trabajan.
No tardando, el Banco de España (ese extraño organismo que pagamos con nuestros impuestos para que, una y otra vez, no acierte ni una en la previsión de las crisis pero siga insistiendo en su tradicional receta de facilitar y abaratar el despido, recortar salarios ajenos, servicios públicos y pensiones) se suma a esta altruista campaña de protección del derecho a la acumulación de riqueza (de la oligarquía nacional y de los fondos buitre con residencia en paraísos fiscales, sobre todo) con argumentos pretendidamente técnicos, pero igual de pedestres y garbanceros que los del publicismo a tanto la página.
“el Banco de España se suma a esta altruista campaña de protección del derecho a la acumulación de riqueza”
“Los bancos van a repercutir ese impuesto en los clientes”, dicen, como si los bancos estuvieran exentos de cumplir las normas que dicte un gobierno, siempre y cuando el gobierno esté dispuesto a hacerlas cumplir.
Estaría bien que, por una vez y que sirva de precedente, sea así y no al revés como hasta ahora, que no sean los banqueros los que dictan las normas que el gobierno ha de cumplir.
Y, por aquello de que criticar en abstracto en muy fácil y muy poco comprometido, estaría bien que no pasara esta vez como sucedió en Asturias, donde el actual consejero delegado de Unicaja, Manuel Menéndez, en su etapa de presidente de Cajastur, enviaba las leyes autonómicas respecto a la Caja directamente al gobierno asturiano para que se aprobaran en la Junta General del Principado, donde PSOE y PP competían en aplaudir hasta la extuación la liquidación de la entidad financiera de los asturianos y el ascenso al olimpo de los banqueros (esos seres de luz, cultos, empáticos, meritocráticos, inclusivos, preocupados por el cambio climático, referentes morales y espirituales según la prensa sobrecogedora) de uno de los Caballos de Troya de la privatización que José Ángel Fernández Villa puso a dirigir empresas tan emblemáticas como Cajastur e Hidroeléctrica del Cantábrico con instrucciones bastante obvias.
Veremos si el gobierno está dispuesto a plantearles un pulso real a los grandes poderes económicos como la banca y las eléctricas y a sus terminales mediáticas.
En el caso de la banca, no sólo con este impuesto, sino con sus intolerables prácticas en materia de comisiones, los cierres de oficinas en zonas rurales y barrios obreros, la limitación de horarios de atención personal, el recorte en plantillas y la presión desmedida sobre los trabajadores y toda una serie de actuaciones como mínimo, inmorales y, si hubiera unas leyes decentes, totalmente ilegales.

Ya para nota, si incluso con la legislación actual, la Fiscalía y algunos jueces de lo penal, muy sueltos de cuerpo en ambos casos cuando se trata de pedir condenas desmesuradas cuando los procesados son trabajadores encausados por protestas laborares o sociales, no corrieran despavoridos a archivar denuncias cuando se dirigen con nombres y apellidos contra los altos ejecutivos que liquidaron Cajastur enterrando operaciones tan peculiares como el pelotazo fallido (de momento) de la Talá en Llanes y repartieron dividendos inflados en Liberbank, mediante una contabilidad muy, muy creativa, a nosotros nos valdría.
Que no nos llamen ilusos por tener una ilusión.
Como siempre, en esa vieja lucha de clases, más activa hoy que nunca, aunque quieran hacernos creer que es un término arcaico y que todos aquellos que, de momento, no tenemos que hurgar en los contenedores somos parte de ese colectivo mitológico y aspiracional llamado clase media, la pelea principal está en el corazón y la mente de nuestra gente, la clase obrera.
Tenemos que hablar alto y claro, volviendo a decir que sólo mediante la organización y la movilización podemos oponernos a estos poderes que no necesitan el voto para ser realmente los que mandan.
Que es falso que la acumulación de riqueza en manos de unos pocos traiga prosperidad al conjunto de la sociedad.
Que las leyes y los gobiernos deben responder a los intereses de las grandes mayorías que son, por pura lógica, totalmente opuestos a los de quienes exigen continuamente más privilegios y se oponen a cualquier límite a su codicia.
Así ha sido siempre.
Y así seguirá siendo.
Resumiendo: sin tener nada que agradecerle a este gobierno (más bien al contrario, sobre todo en temas como la no reforma de la reforma laboral que nos sigue dejando con muy pocas herramientas para enfrentarnos a los Eres y a los cierres de empresas), está claro que la banca y, sobre todo, los banqueros no deberían seguir siendo un poder que está por encima del bien y del mal.
Por la cuenta que nos trae a todos.