La extrema derecha camina en tacatá

Pocos jóvenes se vieron por la Gran Vía o Alcalá: la ultraderecha juvenil sólo se concentra en el Primavera y el BBK.

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Víctor Guillot
Víctor Guillot
Víctor Guillot es periodista y adjunto a la dirección de Nortes. Ha trabajado en La Nueva España, Asturias 24, El Pueblo de Albacete y migijon.

Las democracias europeas buscan la estabilidad institucional que la pandemia primero y la guerra después desequilibraron alentadas por los populismos. El socialista Scholz actuó hace escasos meses contra el nazismo con determinación y celeridad, atajando cualquier intento de golpe de estado en Alemania. En Francia, Macrón preservó su primacía europea después de que la guerra de Ucrania la haya puesto en peligro, firmando un acuerdo con Alemania primero y después sellando otro con España. En nuestro país, las políticas del vértigo y del cambio del gobierno de progreso de Sánchez y Díaz han logrado que la inflación llegue a cotas del 5,6%. Las democracias en Europa, a pesar del ruido de sables, de la incertidumbre económica, de los desequilibrios económicos e institucionales, se mantienen sólidas, pero eso no quiere decir que estén galvanizadas.

A los españoles nos cuesta querernos. No estamos acostumbrados a ser los mejores en algo. El gobierno de Sánchez tiene un año para persuadir a los votantes de las bondades de su mandato. Su economía ha resistido la pandemia, ha sabido hacer frente a la guerra de la energía, ha demostrado que sus altas instituciones políticas son sólidas, a pesar del filibusterismo practicado por el PP. Sánchez tiene un año para convencerles también de que tienen más dinero en el bolsillo que hace tres años. Pedro Sánchez y Yolanda Díaz tienen un año para que sus votantes verifiquen que pueden vivir, al menos, un poco mejor. Pero a las políticas de la necesidad, les deben seguir las políticas del deseo.

Ya hemos vivido varios test de resistencia que demuestran la robustez de la socialdemocracia española. Tras el golpe institucional del TC, el bloque progresista superaba una votación que coronaba a Conde Pumpido como nuevo presidente del Tribunal de Garantías. No todo está en las manos de Sánchez, aunque algunas circunstancias políticas, sí. Esta semana, el independentismo catalán sucumbía ante el Presidente en la cumbre franco-española. La Marsellesa sonó en Montjuig. Más allá del apuntalamiento de Europa con la consolidación de un nuevo eje, Sánchez y el presidente del gobierno catalán, Pere Aragonés, lograron salir airosos de las movilizaciones que, como afirmaba Enric Juliana en su último análisis, no pasó del match 1 en la escala de intensidad secesionista. Cataluña retorna tranquilamente a una normalidad institucional largamente añorada, normalidad que pone al “process” en un paréntesis. Habrá que ver como lo perciben las grandes empresas. La normalidad siempre tiene recompensas: unas son económicas y otras electorales.

Rosa Díaz, durante la concentración en Cibeles.

Pedro Sánchez volvió a someterse a otra nuevo test de resistencia con la explosión de rabia de este sábado, después de que un centenar de organizaciones convocasen una concentración en Cibeles que aglutinó, efectivamente, a más de 100.000 asistentes, enfundados en banderas rojigualdas, unidos al grito de “Pedro Sánchez, dictador”, “Golpe de Estado” o “Sánchez, traidor”. La extrema derecha calienta el fogón para dibujar un paisaje que justifique la próxima moción de censura de VOX.

“Pedro Sánchez y Yolanda Díaz tienen un año para que sus votantes verifiquen que pueden vivir, al menos, un poco mejor”

En la manifestación no estuvieron presentes ni Alberto Núñez Feijóo ni tampoco Isabel Díaz Ayuso. El PP no sabe todavía a qué carta quedarse. A su izquierda tiene el naipe de la moderación que se ha mostrado útil en ocasiones, actuando como un comodín. A su derecha, la del populismo españolista que busca tomar por asalto las instituciones y que refleja las debilidades del PP. Feijóo huye de la foto de Colón, pero en Cibeles están sus votantes buscando un asalto como el sucedido en el Capitolio. La extrema derecha de VOX, alimentada por Mayor Oreja, Savater, Rosa Díez o Andrés Trapiello, la que ha lanzado una guerra cultural, so pretexto de que España se rompe, el gobierno es ilegítimo, tiene un problema generacional. La derecha que sale a manifestarse a la calle camina en tacatá.

Los dioses griegos no soportan la soberbia y solo admiten su propia tiranía. Mientras la Cibeles le ofrecía la espalda a Julia Calvét, los manifestantes que acudieron a la convocatoria alzaban la voz contra el gobierno de Sánchez. El clamor llegaba desde Alcalá y la Castellana, como una onda sónica que se rompía sobre la fachada del viejo palacio de la Telecomunicaciones. Se trataba, mayormente, de una generación que ha nacido antes de la década de los 50. Son, literalmente, viejos. Pocos rostros de hombres y mujeres jóvenes se vieron por la Gran Vía o Alcalá. La extrema derecha joven sólo va al BBK y al Primavera. La pregunta es pertinente. ¿Qué mueve a un rentista y a un pensionista a salir a gritar en la misma calle contra el mismo nombre?. Esa es una de las preguntas, pero hay otras. ¿De qué manera, Vox y las organizaciones satélites, han logrado construir un imaginario político en el que es posible que un hombre dispuesto a desahuciar comparta el mismo espacio y las mismas consignas políticas con aquel que puede acabar siendo desahuciado?

Una de las claves nos la da la banda sonora de esta concentración. Libertad de Jarcha, Mediteráneo de Joan Manuel Serrat, Granada y alguna otra copla sonaron antes y después de la lectura de la manifestación. En ese disparatado set list, se constataba que el uso y abuso de los símbolos acaban siendo desnaturalizados. El recuerdo que ha quedado de la Transición y la Constitución española ha sido parcialmente patrimonializado por la extrema derecha, por los Girauta de turno que han construido un nuevo núcleo ideológico en el que tienen cabida el explotador y el explotado, el que ve amenazados sus privilegios y el que se ha convencido de que sus derechos son el fruto de la regalía de un patrón.

Hemos convertido la Transición en un formato televisivo y como en toda serie de televisión, hay algo que se repite con carácter ritual en los orígenes de nuestra democracia: mismos tropos : libertad, reconciliación, pactos, paz social y democracia. Algunos “lexemas políticos” pueden coincidir o no con la realidad de la que originariamente partieron, pero no están exonerados de ser corrompidos por la extrema derecha. Este sábado se trató de dar la vuelta a la solidez de nuestra democracia apuntando al traidor. A veces, parece que la igualdad sólo existe cuando la invoca un racista, que la libertad sólo está presente en boca de un abortista y que la prosperidad común solo se realiza cuando la ensalza un banquero. Los nobles contaminan el diccionario y los lacayos asumen su lectura con fe cristiana. Unos y otros superan los 60 años de edad. Suman 8 millones de pensionistas o, lo que es lo mismo, 8 millones de votantes.

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