Juana de Grandes y José Antonio Labordeta, recién casados, recién licenciados en Filosofía y Letras, pasaron su luna de miel en Palma de Mallorca. Allí frecuentaron al escritor Camilo José Cela, residente en la isla desde 1954. El novelista gallego se encariñó con aquella pareja de jóvenes zaragozanos, y cuando le dijeron que tras el viaje se iban a vivir y trabajar en Teruel como profesores de instituto, el futuro Premio Nobel se echó las manos a la cabeza y sintiendo que aquellos entrañables maños iban a malgastar su juventud en esa pequeña ciudad de provincias se ofreció para gestionarles un lectorado en alguna universidad californiana. Los jóvenes le agradecieron el ofrecimiento pero optaron por Teruel, “porque éramos un poco catetos”, ironiza Juana en el emotivo documental firmado por su hija Paula, “Labordeta, un hombre sin más”, que este viernes clausuró el MUSOC en un Teatro de La Laboral lleno hasta la bandera.

En Teruel, una ciudad gris y provinciana en la que en los años 60 no pasaba nada, la pareja generaría un pequeño oasis cultural junto a otros profesores allí destinados como José Sanchís Sinisterra o Eloy Fernández Clemente. El devenir posterior del cantautor no se explica sin la etapa turolense. Allí van a nacer dos de las tres primeras hijas del matrimonio, y también el Labordeta cantautor, comprometido, antifranquista y aragonesista. Un personaje público del que su hija pequeña ha desvelado su parte más entrañable, íntima y familiar, pero también sus dudas, inseguridades y vacilaciones, en un documental con garra narrativa y abundante material de archivo, que competirá esta edición por el Goya a la mejor película de no ficción.

Antes de la última proyección de la MUSOC, los músicos asturianos Mapi Quintana, Puri Penín, Jacobo de Miguel y Vaudí, versionearon, cada uno en su estilo, a un cantautor que fusionó las influencias de la chansón francesa, con la jota y el folclore aragonés. Un poeta reconvertido a cantautor a los 35 años, que se convirtió en un líder político del aragonesismo de izquierdas a golpe de recital: de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, mientras trabajaba de profesor de instituto de lunes a viernes.

Funcionario, padre de familia, bigotudo, calvo y con barriga, Labordeta no encajaba en el prototipo del cantautor bohemio y seductor a lo Luis Eduardo Aute. Y sin embargo triunfó, llegando a convertirse en una estrella capaz de llenar grandes auditorios durante la Transición y los primeros años 80, cuando incluso ofreció giras internacionales por diferentes países europeos. En el 85 solicitó una excedencia para dedicarse solo a la música, y fracasó cuando trató de “modernizar” su sonido y hacerlo más pop. Decidió entonces volver sus raíces, rehízo su carrera y el programa televisivo “Un país en la mochila” lo catapultó de nuevo a la primera plana. Luego llegarían la política, la segunda vuelta del aragonesismo de izquierda con el escaño de la Chunta en Madrid y el inolvidable “¡Váyanse a la mierda!” tras hartarse de aguantar los insultos y faltas de respeto de los diputados del PP, entonces con mayoría absoluta.
De todo eso y mucho más habla un documental que puso punto final a tres semanas de cine social y derechos humanos organizado por Acción en Red junto a otras asociaciones y entidades asturianas en una decena de concejos. Contó Paula Labordeta en la presentación de su película, que cuando su padre murió los zaragozanos salieron a las ventanas y las plazas a cantar sus canciones. Por eso, con esta película ha querido contarles quien era el ser humano que estaba detrás del compositor del “Canto a la Libertad”. Ayer su música y su palabra volvieron a sonar en el mismo teatro en el que décadas atrás había colgado el cartel de Localidades agotadas. Este viernes, convocados por su recuerdo, Labordeta volvió a abarrotar el patio de butacas.