En los versos de Francisco Alba hay imágenes capaces de condensar una época entera, con toda su desolación y su crudeza: “Europa en el Barroco: los lobos acosaban a los hijos de los campesinos mientras Leibniz viajaba en carroza”. Los poemas que componen El delito mayor, editado por Trabe, están escritos con una lucidez oscura y amarga: basta saber que el título del libro proviene de un verso de Calderón de la Barca que dice que “el delito mayor del hombre es haber nacido”. La vida, escribe el poeta asturiano, es solo “un rastro de baba que borrará la luna”. Alba, autor de otros poemarios como “El contrario” o “Masa crítica”, así como de un del libro de prosas “Contra el ruido”, contesta a las preguntas de NORTES por correo electrónico.
De la lectura del libro se sale con una premonición nada complaciente: ¿resulta un inconveniente haber nacido? Uno de los primeros poemas está dedicado a un niño a punto de salir del vientre de su madre: “En este mundo de francotiradores a punto estás de hacer una locura. Asomar la cabeza” ¿Crees entonces que estamos en el mundo para nada, que no depende de nosotros, como escribes, “ni la salvación de un grillo”?
Lo que el mundo precisa no son pesimistas, son buenos poetas. Yo no sé si soy tal cosa, pero no me gustaría ser conocido por mi pesimismo porque eso se convierte en caricatura. Los versos se sostienen solos o no se sostienen, que sirvan de apoyo a una determinada visión del mundo es lo de menos. Dicho esto: en efecto, creo que la vida no tiene sentido (una idea nada original) y que nunca hemos sido tan inteligentes como cuando de recién nacidos nos pusimos a llorar. Desde el Eclesiastés esto es sabido. La vida es una carrera de obstáculos y aflicción que no termina más que con el infinito porrazo de la muerte. Mejor vivir sin pensar, como hace cualquier político español, porque la cosa tiene muy poca gracia. Pero, en fin, dentro de cien años todos calvos.
“Lo que el mundo precisa no son pesimistas, son buenos poetas”
Es la tuya una poesía incómoda, que pincha al lector y se le obliga a hacerse cargo de sus miserias, a afrontar su vacío, ¿compartes aquello de Kafka de que “un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”?, ¿crees que hoy se escribe una poesía excesivamente inane?
Conozco esa frase de Kafka, que, por cierto, era un gran y extraño humorista. Estoy seguro de que Kafka vivió y murió creyendo que era un fracasado, un incapaz, por su temor a casarse, tener hijos y llevar una vida normal de padre de familia. Ni la historia ni sus neurosis (clave de su genio) le permitieron transitar por el camino viril de su padre. En cuanto a la poesía que hoy se hace no puedo opinar porque apenas la conozco. He leído a gente de mi edad y también a Homero. A los jovencísimos poetas sólo les doy este aviso: Rimbaud sólo hubo uno. Dentro de 20 años nada quedará de la mayoría de lo que han escrito, si es que queda público además. No sólo puede descender la altura de los poetas, también puede descender la altura de los lectores.

¿Piensas que vivimos en una época sin épica, de plástico y baratijas morales, pero también de horror? Dices que de nuestra civilización solo quedarán “residuos nucleares y un vibrador de látex”
¿Dónde comienza nuestra “época”? Característica de la modernidad es la autoconciencia. Nos parecerá imposible pero durante siglos se ha vivido sin pensar en el calendario ni en la historia. La historia es un invento relativamente reciente, la historia es “histórica”. No diría que la nuestra es una época de horror, pero sí es un mal sueño porque están muy recientes verdaderos horrores como la primera y la segunda guerra mundial. Verdún, Treblinka, Hiroshima son lugares geográficos que no tendríamos por qué conocer. Kafka y Orwell podrían estar durmiendo olvidados en los anaqueles. Pero son enormemente leídos e interesantes. Lástima. Mal asunto si son símbolos de nuestro tiempo. Nuestra época no es horrorosa, es tonta. Muy complicadamente tonta.
Aparece mucho el trabajo en tus poemas, como el epítome del absurdo de nuestras fatigas en el mundo, ¿es así?
El trabajo es una condena y un escándalo. La mayor parte de nuestra vida adulta se pasa realizando tareas repetitivas, mecánicas, a cambio de sueldos miserables que nunca nos permitirán salir de esa rueda. En inglés le llaman a esto “rat’s race” Es para poner el grito en el cielo. Utopías, revoluciones, ¿a dónde nos han conducido? Conozco la alternativa a dejar de tragar mierda en una oficina o una fábrica. Ganarse la vida honradamente, claro que sí. La alternativa es el hambre. O sea, que te quedas fuera. No consumes: no sirves. El trabajo insatisfactorio, igual que la falta de trabajo, es lo que más desespera. La verdad es que no encuentro solución.

Hay también en muchos poemas un humor sarcástico, nihilista y muy corrosivo con todas las instituciones y valores de nuestro tiempo. Un humor un tanto malvado, me dije a mí mismo cuando me descubrí riéndome con versos como “Me entero de que hay una guerra civil en Birmania/Birmania, paisaje de pagodas doradas:/ahora meten a gente en camiones y les prenden fuego”; o eso de “la familia y sus valores tan queridos por las dictaduras”
Puede que ese humor que dices sea corrosivo pero la realidad tiene un sentido del humor infinitamente más fino y cruel. Ese humor que prodigo es una autodefensa. Los pesimistas suelen ser estupendos humoristas. Mark Twain, Swift, Beckett, Bernhard son bastante locos. Qué tristes me parecen los años finales de José Luis Coll que se pasó la vida haciendo reír. Y qué cara tan triste la de Buster Keaton.
“Lo que percibo en esta triste sociedad nuestra es un solitario ejército de onanistas y suicidas”
Solo en “Cuerpos en movimiento”, un poema erótico, hay algo de luminosidad y esperanza, ¿solo el sexo nos salva?
El sexo es antagonista de la muerte. Siempre juntos, siempre opuestos. Esto lo estudió Georges Bataille. Ahora bien, el erotismo se ha mercantilizado y degradado con la pornografía. Qué pena que se ensucie así. Es vulgar. Parece un supermercado del vicio. Está mal. Pero el escándalo no es la sexualidad sino la muerte. Lo más obsceno es morir. Nos han enseñado a taparnos los ojos cuando nos enfrentamos con esa enemiga del género humano: no hay nada que se oculte más en nuestra sociedad que la muerte. “¿Quiere usted verlo?” te preguntan en el tanatorio, como si te propusieran algo nefando. Por otra parte, qué afortunados son los que tienen una vida sexual satisfactoria de encuentros apasionados con el Otro. Lo que percibo en esta triste sociedad nuestra es un solitario ejército de onanistas (erotismo) y suicidas (muerte).

Algo así he concluido de los poemas sobre el desierto y la montaña: que el hombre solo puede ser libre cuando está a salvo del lenguaje y de los símbolos, cuando vuelve a ser un animal y pierde la conciencia
Los poemas sobre el desierto y la montaña (“Somiedo”) expresan una vieja inquietud mía por huir del mundo sin pasar por el enojoso trance de morir. Es la idea de dejarlo todo atrás. Pero no hay escapatoria posible porque allí donde vayamos nos llevamos a nosotros mismos. En cuanto al lenguaje (un problema de la Viena de principios del siglo XX) Wittgenstein decía que estamos “hechizados” por él. Romper ese hechizo, ¿es posible? Me parece que no.
¿Sirve de algo la poesía? ¿no es acaso tan absurdo como todo lo demás que hacemos en el mundo?
La poesía sirve para desconcertar, para maravillar, para saltar de alegría. Lo hace con las palabras que usamos todos los días. Con nuestra pobre lengua maltratada. La poesía es un milagro sobre la tierra.