Poco después de exiliarse, Veneranda García-Blanco Manzano perdió la visión, como si un dios franquista la hubiese castigado a que, allá donde se fuera (se fue a Francia, luego a América), aquella maestra de la República se llevase en los ojos, para no olvidarla jamás, la negrura que había anegado su país. Ciega fue Veneranda durante el más de medio siglo que duró todavía su vida. Pero no fue, nunca lo había sido, una inválida. Se suele decir, se dice por algo, que es de novela la vida de esta piloñesa, que fue a Cuba y regresó, que creó el Círculo Republicano de Llanes, que presidió la agrupación socialista de esa localidad, que fue diputada por Oviedo en las Cortes republicanas, que durante la guerra civil trabajó en orfanatos y la Junta de Menores, que fue presidenta de la federación de trabajadores de la enseñanza de UGT e inspectora de educación en Valencia y Castellón durante el conflicto, que en el exilio pasó a ser militante del PCE, y a quien el 8-M de este año hace un homenaje en el colegio de Oviedo que lleva su nombre. Había nacido en Belonciu en 1893; moriría en Oviedo en 1992.
Manzano provenía de una familia de maestros, y estudió para lo mismo en la Escuela Normal de Oviedo. En 1915, se la encuentra ejerciendo en Bueres, en el concejo de Caso. Lo recordaba así: «Yo tenía que ir desde Belonciu, en Piloña, hasta Caso, que era donde tenía la escuela, claro que ese recorrido solo lo hacía cuando iba hasta la casa de mis padres y el camino lo realizaba a caballo, pues era muy buena amazona». La cultura llegaba galopando a los rincones remotos de una España por hacer. Marchó después Manzano a Cuba, después de casarse, y permaneció allí diez años, regresando en 1927, al final de la dictadura de Primo de Rivera, a cuyas arreciantes protestas en contra no tardaría en unirse. España —evocaría ella misma al final de su vida— «ardía […] en fervor republicano». A ella —que imparte clases en Vidiago—, el fervor de la emancipación la condujo primero a UGT, en cuyo sindicato de la enseñanza —FETE— entra en 1928; después, a la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias (ATEA); más tarde, al Círculo Republicano de Llanes, que contribuye a crear en 1930; y finalmente, al PSOE, donde ingresa en 1931, justo antes de la proclamación de la Segunda, y del que pasa a presidir la agrupación socialista llanisca.

«Soy madre y soy maestra», escribe Manzano en aquel entonces; «poseo los dos títulos más nobles que puede ostentar una mujer. En mis entrañas se formaron vidas con sangre de mi sangre; en mi escuela plasmo porvenir en almas infantiles; forjo vidas de carne y espíritu, madre dos veces. Basta eso para comprender por qué soy republicana». Lo era Veneranda con orgullo, con luz y taquígrafos, con balcones a la calle; y en 1989 recordará en La Nueva España que muchas mujeres, al cruzarse con ella por la calle, se santiguaban, porque pensaban que, siendo socialista, llevaba el demonio dentro. En 1933, pasa a ser una de las únicas cinco mujeres diputadas de las Cortes republicanas. Todas menos una militan en el PSOE: las otras cuatro son las socialistas María Lejárraga, Margarita Nelken y Matilde de la Torre —asturiana como Veneranda— y la cedista Francisca Bohigas. Registra El Oriente de Asturias que, en la Casa de Concejo de Vidiago, se celebró la elección de nuestra protagonista con un concurrido ágape, en el que se recibieron numerosas adhesiones.
“En 1933, pasa a ser una de las únicas cinco mujeres diputadas de las Cortes republicanas”
Desde aquel 1933 hasta 1936, los hechos de Veneranda son discretos: no destaca como parlamentaria y parece no participar en los hechos del treinta y cuatro, aunque llega a ser detenida por su militancia socialista. Sin pruebas de su implicación directa en la fallida huelga general revolucionaria, es puesta en libertad.

Recobrada la libertad hace gestiones en favor de los condenados, y más concretamente del dirigente socialista Ramón González Peña. Junto con María Lejárraga y Matilde de la Torre piden a Alejandro Lerroux que no sea ejecutado el llamado “generalísimo de la Revolución”.
Tras la victoria de las izquierdas en febrero de 1936, es nombrada compromisaria del Frente Popular para elegir a Manuel Azaña como presidente de la República. Sí participará, y lo hará con denuedo, en la guerra que estalla poco después, y que inicia en Sevares, donde trabaja en un centro de instrucción pública para hijos huérfanos de milicianos. Cuando ve próximo el fin de la Asturias insurgente, en septiembre de 1937, solicita pasaporte de evacuación al Consejo de Asturias y León para ella, sus cuatro hijos (Angelita, Ramón, Óscar y Alfonso) y una joven de Belonciu. Se va a Francia, donde deja a la prole bien atendida, y entonces regresa a España. En 1938, se la encuentra en Castellón, trabajando como inspectora provincial de Primera Enseñanza, así como vocal del Tribunal de Espionaje.

Entretanto, el maelstrom fascista va devorando a los mejores hijos de España. Y entre ellos, a un hermano y al marido de Veneranda. El hermano, Jacinto, cae en Gijón, donde lo ejecutan los sublevados el 30 de julio de 1938. Era también maestro, era también socialista, era también delegado de Instrucción Pública. En cuanto al marido, es víctima del bombardeo del hospital en el que se encontraba. Veneranda llora a los suyos mientras marcha de Castellón a Barcelona, al compás de la derrota de la República. Finalmente, huye a Francia. Y de allí, a América. Se establece en el México generoso de Lázaro Cárdenas, donde vive hasta los setenta, cuando regresa a Asturias, y donde participa en las actividades de los círculos antifranquistas. En 1948, participa en la Semana Internacional Antifranquista y se cuenta entre las firmantes de un telegrama que se envía a Trigve Lie, secretario general de la ONU a la sazón, demandando de la Asamblea General «el aislamiento del régimen franquista». Dos años más tarde, es abajofirmante de sendos manifiestos: «El pueblo español exige la prohibición de la bomba atómica» y «Los republicanos españoles a la opinión pública mexicana». En este, se defiende «el sagrado derecho de asilo» frente a una campaña que se había iniciado contra los exiliados.

Influida por Wenceslao Roces, Veneranda —que había sido expulsada del PSOE por negrinista en el cuarenta y seis, en el marco de los ajustes de cuentas de una posguerra en la que, a falta de panchón, todos discutían, y todos tenían razón—, ingresa en el PCE en 1947. A Asturias, va regresando intermitentemente desde 1972, y lo hace definitivamente en el setenta y siete. Se estableció en Oviedo, y allá vivió hasta su fallecimiento el noventa y dos, acudiendo regularmente a las conferencias de Tribuna Ciudadana. De ella recordaría Lola Lucio, en “De tigres, tribunas y círculos”, que «siempre amena e inteligente, su voz, al igual que su espíritu, eran los de una persona joven con quien siempre era enriquecedor hablar. Honró a Tribuna asistiendo a muchos de sus actos y a nosotros con su amistad». Ella también fue honrada: irían llevando su nombre la asociación de jubilados y pensionistas Seis de Diciembre, una fundación llanisca, un foro de la agrupación socialista de Llanes, el colegio público del barrio de San Lázaro de Oviedo o una calle gijonesa del barrio de El Llano.
Este 8M la comunidad educativa del colegio ovetense que lleva su nombre homenajean este año a esta pionera asturiana de la emancipación humana y femenina con la inauguración de un aula Veneranda Manzano dedicada a la naturaleza. Quiso Veneranda, como Marcos Ana, llenar de estrellas el corazón de sus semejantes.
Es de agradecer recuperar la memoria de Veneranda Manzano en estas fechas. Solo una puntualización: Matilde de la Torre nació en Cabezón de la Sal, donde creó una escuela que llevó su apellido y seguía los criterios pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza. Un saludo para el autor del artículo