No sé lo que decía Kant sobre las fiestas, y no voy a tirar de buscador para pretender parecer lo que no soy. Pero me acerco a la RAE, donde todo empieza (y también a veces acaba), y voy al significado del concepto, como “acto o conjunto de actos organizados para la diversión o disfrute de una colectividad”, eso es una fiesta. La colectividad, tomen nota, pongan ahí el primer post it.
Organizar unas fiestas patronales (o municipales en el caso de San Mateo, o fiestas mayores) conlleva un nivel de riesgo de decepción que casi es inherente o directamente proporcional al empeño que se ponga en intentar contentar a todas las partes, todos los gustos, todas las zonas. Siempre, siempre, siempre va a quedar un regusto de queja. Intentar contentar a todos puede dirigir directamente a la queja también de todos. También puede suceder que la institución organizadora ni se preocupe en intentarlo, y busque de un modo chafardero rellenar espacios y días esperando que la respuesta de la gente -como muchas veces pasa- sea positiva “porque, mira, son nuestras fiestas, vamos a pasarlo bien”. Nuestras, segundo post it.
Porque puede también suceder que la institución organizadora, y las personas al frente, se propongan que las fiestas dejen de ser nuestras fiestas. Que la diversión o disfrute de la colectividad se pierdan por el camino porque dejen de ser las fiestas de todos, porque se despoje del elemento común clave en unos festejos.
Las fiestas mayores son más que unos días en el calendario, son un marco para la participación ciudadana en el espacio público, para la diversión compartida, para la (sí, lo diré, pero no me echen demasiado en cara aludir a esto) felicidad. Son el espacio para que nuestro derecho al descanso se vista de gala una vez al año, y, durante unos días, se airee por tu ciudad o pueblo junto con la gente con la que compartes ciudadanía. Pues sí, la felicidad compartida.
El por ahora alcalde ovetense perpetró durante este mandato uno de los ataques más perversos a la ciudadanía que se pueden imaginar, despojó a ovetenses (y visitantes) de sus fiestas. Y, como el que vende una librería de barrio a una cadena comercial para que despida a sus empleados y trocee el local, se las entregó a una asociación empresarial hostelera (que ni siquiera representa a toda la hostelería de la ciudad y de cuyo comité ejecutivo forma parte uno de los concejales del equipo de gobierno) y se transformó en una suerte de distopía que parece de inspiración soviética, uniforme y sin personalidad, misma estética, misma música. Forzada simetría festiva que ni para un plano de Wes Anderson valdría, por faltar incluso el color.
Oviedo se queda sin el distintivo de sus fiestas, los chiringuitos de asociaciones y colectivos (de todo tipo) que daban variedad estética, formal y musical a unas fiestas de las que fueron referencia
La excusa municipal, en la que les faltó aludir a ETA, es que el anterior modelo mateín (perdón, el modelo mateín, el único, el nuevo no es San Mateo) era la fuente de ingresos de la izquierda ovetense. No sabemos si tal afirmación tiene que ver con que la izquierda, según Canteli, no sea merecedora de tener ingresos para realizar su actividad, o si es debido a que no tiene claro lo que es una asociación sin ánimo de lucro (quizás en sus ejemplos cercanos, en las organizaciones y asociaciones que conozca Canteli, sí que medie ánimo de lucro, y eso le lleve a pensar que todos son iguales, no sabemos).
Pero el caso es que Oviedo se queda sin el distintivo de sus fiestas, los chiringuitos de asociaciones y colectivos (de todo tipo) que daban variedad estética, formal y musical a unas fiestas de las que fueron referencia. Y, claro está, todo modelo es mejorable, pero se había llegado a un punto en que la hostelería, además de beneficiarse del tirón de los chiringuitos, también gestionaba parte de la fiesta. Para algunos eso no era bastante y quisieron quedarse todo, el resultado fue que las trombas de gente que se veían cualquier día de la semana mateína en la calle, la misma gente que luego visitaba los locales de hostelería, desapareció. Y así no sólo desapareció el color y el espíritu mateín, sino también la vida de la ciudad, y los beneficios que conlleva.

Es imprescindible retomar un modelo que nos unía con lo más popular de las fiestas, que convertía San Mateo en, verdaderamente, una fiesta de pueblo, de nuestro pueblo. Un modelo en el que igual que en unas fiestas patronales la gente participa para ayudar a la organización (pegando carteles, montando un escenario, engalanando la iglesia…) conseguía que ese factor de fiesta de todos, difícilmente conseguible en una localidad grande donde las fiestas organizan las instituciones, se mantuviera. Poder acudir al chiringo equis porque eres socio del club que lo lleva o quieres colaborar, o al zeta porque está de voluntario un amigo, o ayudar en una actividad que organiza el chiringo de tu asociación. Todo eso lo voló el señor Canteli (y sus colaboradores necesarios) de un plumazo. La aportación a la programación que las propias actividades de los chiringuitos proporcionaban, el sentido de diversidad de la fiesta, las opciones, el color. Nada de eso queda. Pero todo está por recuperar, también por repensar y mejorar, claro, mejoras en las condiciones de participación, en la imbricación con el concepto general de la fiesta, coordinación si es necesario para muchos temas para los que se estaban dando pasos sobre los que avanzar (instalaciones, servicios comunes), incluso localizaciones, por qué no. Todo es mejorable, pero siempre desde la base común de un modelo que había demostrado sus bondades, y que hacía las fiestas comunes, participativas, atractivas y singulares. Recuperar un San Mateo que no sea de nadie, un San Mateo que sea de todos.
Habrá quien diga, con razón, que quitar unos chiringuitos no es la mayor problemática de un municipio, y claro que desde el ayuntamiento se han empeñado en que el concejo tenga unos cuantos problemas más acuciantes y que influyen en el día a día de las personas más que su recinto festivo. Pero es tan falso el debate de las prioridades que olvidamos lo que significan las cosas, y que creamos, por ejemplo, que es más prioritario que todos los niñas y niñas disfruten de una beca de desayuno que el que se cambie un modelo de festejos (porque, obviamente, es así) no evita que podamos pensar que la ciudad entera, el concejo al completo, merece unas fiestas que sean suyas, porque es el lugar de disfrute para olvidarse unos días de lo que haya que olvidarse y celebrar y recordar lo que se lo merezca. Ya digo, no sé lo que decía Kant sobre las fiestas, y aunque quizás a tiro de buscador encontrara algo, prefiero recordar lo que decía la canción de los Beastie Boys, aquello de “You gotta fight for your right… to party!”