En el tratado del killer sentimental, es imprescindible que los adversarios vayan cayendo uno a uno, lentamente, otorgándoles una muerte particularmente cruel, dolorosa y humillante, según su propia naturaleza. Lee Marvin fue bueno empuñando la pistola en A quemarropa, con una violencia desaforada que no entendía de sexo, raza o ideología. La venganza es un buen incentivo para alimentar la furia y la de Parker era desbordante, implacable y, hasta cierto punto, sofisticada. En la novela de Donald Westlake, Parker termina siendo otro, un hombre confundido con la realidad, con un nuevo rostro, otro rostro más, sin cicatrices, pero una misma vida, resuelta a dentelladas como un perro rabioso acostumbrado a sonreír a la muerte grabada la pupila de cada una de sus víctimas. Parker podía estar esperándote en el sofá de tu casa, ofrecerte una última conversación, mientras se bebía tu whisky y después colocarte una bala entre ceja y ceja. Y eso es lo que Sánchez ha hecho estas dos últimas semanas, en cada plató de televisión, donde ha repartido estopa hasta dejar noqueado a cada uno de sus adversarios. Cada periodista que forma parte de eso que el presidente del Gobierno llama “la terminal mediática” de los poderes económicos ha ido cayendo como un bolo de madera. Alsina, Herrera, Motos. En la saga de Parker, Westlake los habría incluido en la larga lista de siervos de La Compañía.
La escabechina de Sánchez/Parker sólo acaba de comenzar y ya ha remontado, según 40db, diez diputados, algo más de un punto. El PP ganaría las elecciones pero ya no podría gobernar con VOX. El Abc de esta mañana ha encendido las luces de alarma y en su edición de hoy afirma que Vox cae y el PP se encuentra en parada respiratoria. El susto ha sido importante y está justificado. Se alejan de la mayoría absoluta a medida que observan por el espejo retrovisor de su cadillac cómo se acerca un tipo montado en una triunf, parapetado tras unas gafas Persol de aviador, como las que gastaba Steve McQueen, aquel seductor de clase obrera que podía escapar de una cárcel nazi o robar un Magrit delante de tus narices. Parker/Sánchez ha encontrado el tono adecuado para movilizar sin polarizar. Maneja la gramática parda con soltura. Ha convertido a los miembros de la terminal en sus enemigos íntimos. La semana pasada, durante el mitin de Santiago Abascal en Gijón, el presidente de Vox sentía preocupación por no ser invitado a los programas de entretenimiento. Claramente estaba enviando un mensaje a los directivos de A3 Media y Mediaset: ¿Se puede saber qué cojones estáis haciendo?
De algún modo, Parker ha ido desmontando los lazos tentaculares de La Compañía. Primero los periodistas. La sangría terminará con la caída de Ana Rosa Quintana y ya apunta a algún empresario sin citarlo. A fin de cuentas, Sánchez puede empuñar un revolver pero es un presidente y eso es lo último que debe hacer: enseñar sus manos manchadas de sangre. Anticipar las elecciones ha convertido la constitución de los gobiernos municipales de PP y VOX en el mejor escaparate de la España reaccionaria. Una imagen vale más que mil palabras. Un tercio de los votantes del PP no quiere gobiernos con VOX. La determinación de la derecha de hace tres semanas comienza a quebrarse. De manera que Sánchez ha encontrado un tono que le permite llegar a su gente, movilizarla, sin producir más daños colaterales que los justos y necesarios. El presidente debe llegar al debate con unas cuantas orejas colgadas del cuello hasta arrinconar a Feijoo en las cuerdas del cuadrilátero. Es probable que el debate sea una muerte en directo, concentrando toda la batería de medidas políticas, argumentos y munición en el show que tendrá lugar durante la primera sema de campaña que comenzará este viernes. Estaremos atentos. Parker siempre sorprende con una jugada letal. Parker, tan solitario y final, siempre sale vivo, aunque sea con otra cara, otra biografía pero una misma vida.
