La banda indie que más se parece en estos momentos al gobierno de Pedro Sánchez se llama Vetusta Morla, aunque a Pretty le gusten más Los Planetas. Frente a un Jota al que hay que decodificar cada vez que se sube a un escenario, los de Tres Cantos suenan casi perfectos, con una nitidez apabullante. La gestión del gobierno progresista ha tenido mucho de esas dos bandas en su manera de legislar, cielos tormentosos que daban paso a otros diáfanos, convertidos en el haz y el envés de una misma moneda. La legislatura de progreso ha producido leyes transgresoras que podían quebrar la coalición PSOE-Unidas Podemos con un ruido ensordecedor, acompañadas de otras con una racionalidad colectiva que otorgaban dignidad y derechos a nuestro país y nos hacían sentir mejores. Las políticas del vértigo y las políticas del cambio. Los proyectos de Jota remiten a sonidos telúricos, a malditismos buñuelianos y pasajeros, en ocasiones autodestructivos y viscerales, hasta cierto punto tóxicos y siempre atractivos como Zulueta, mientras que los Vetustos apuntan hacia horizontes más colectivos y épicos, más luminosos, cinematográficos y románticos. Planetas y Vetustos son, en términos musicales, los sonidos de un gobierno bipolar que ha sabido resistir unido durante toda la legislatura con el respaldo de la UE.
El concierto que Vetusta Morla celebró este domingo en la explanada del parque de Los Hermanos Castro fue, literalmente, impecable. Como siempre, un sonido majestuoso y perfecto. En política, los ciudadanos, a diferencia de Vetusta Morla, no estamos acostumbrados a lo perfecto, a la buena gestión de lo posible y, como en la pandemia, con un volcán o los efectos devastadores de una guerra, menos aún a la gestión de lo imposible. Todo eso, en España, cotiza de forma irregular y volátil cuando se intensifica una campaña electoral. Sucedió en las elecciones de Finlandia hace escasos meses. Anna Sarin, convertida en icono de modernidad, juventud, compromiso y coherencia con su programa político y su gestión, perdió el gobierno de Finlandia tras los últimos comicios. Todo era demasiado bueno, todo brillaba con demasiada perfección. Lo perfecto a veces se presta a participar de lo siniestro, incluso con Vetusta Morla, y recelamos de ello. Hoy gobierna en Finlandia la extrema derecha.
Pero quizá porque el ventarrón de las elecciones del próximo domingo ya se empieza a sentir con toda su intensidad en la frente, Pucho y el resto de su banda tocaron absolutamente entregados a sus canciones, las que han ido dibujando una trama ideológica en la que subyace la búsqueda de una felicidad compartida, que no renuncia a la poesía, a la lucha, al coraje y que se entrega, al filo de una posible derrota el próximo domingo, a sus más profundas convicciones. Con el aliento del fascismo en la nuca, el concierto de ayer fue distinto al de otras ocasiones. Lo perfecto dio paso al gesto más humano, siempre imperfecto porque expresa vulnerabilidad y reclama la complicidad del público para poder descargar el rencor de clase y construir una fortaleza. Así que Pucho habló desde el escenario de expulsar al fascismo de las instituciones, de no permitir la censura, de apoyar la continuidad del Festival Internacional de Cine de Xixón, el FICX.

A su manera, Vetusta Morla ha resumido la agenda política gijonesa hasta diciembre en tres trazos, en tres frases, en tres disparos. Lo relevante es que la exclamación de Pucho demuestra que se ha activado el gen político entre aquellos que producen cultura. Ellos también se juegan la libertad de expresión y parecen haber tomado conciencia de ello. De manera que participar en un Festival ya no es sólo un negocio para unos ni un acto narcisista o hedonista para otros. A los programadores de conciertos debe quedarles claro algo: que ya no es admisible la condescendencia con el fascismo ni con VOX, que los grupos también tienen ideología y convicciones políticas. Que todo lo que no entre en las parámetros de la democracia forma parte de la nube de la repulsión. Los festivales no escapan a la realidad. Lo hemos visto hace unos días con el Tsunami Fest. Deben ser espacios donde se defiende la democracia y la pluralidad cuando está amenazada y donde no quepa la tolerancia con los intolerantes. De este modo, que nadie se sorprenda cuando los artistas marcan posiciones políticas y definen las fronteras. Han perdido el pudor a ejercer desde sus atrios la libertad de expresión, a combatir la censura, a reclamar democracia y defenderla ante aquellos que la asedian. Ayer un artista marcó la tendencia. Ayer Vetusta Morla arremetió contra Vox: “Fascistas fuera. Basta de Normalizar”.

Los músicos están trazando la línea roja que define su propia existencia con un no rotundo al fascismo y a la derecha. Lo hace Vetusta Morla señalando desde un escenario el pacto de la vergüenza entre Foro, PP y Vox y lo ha hecho también el director del Festival de Cine de San Sebastián, José Luis Rebordinos hace unos días ante lo que pueda suceder después del 23 de julio: “Ahora que la censura vuelve a aparecer con fuerza, queremos dejar claro que no somos tan ingenuos como para pensar que la censura solo se ejerce en despachos políticos concretos. Quien ejerce el poder suele tener la tentación y, a veces, más que la tentación de ejercerla. Hay algo nuevo que nos obliga a no permanecer indiferentes. El fascismo ocupa espacios en las instituciones democráticas con el voto de los ciudadanos. Tenemos la obligación de no permanecer callados desde el mundo de la cultura y del cine ante la irrupción de la extrema derecha en nuestras vidas democráticas, porque pensamos que nuestro silencio de hoy nos puede hacer cómplices de lo que pueda ocurrir mañana”.
Desde que Yolanda Díaz sacó a un narcotraficante del desván del silencio de Núñez Feijóo, la industria de la cultura se ha ido ecualizando con el espíritu que realmente está movilizando a la izquierda: el rencor de clase al que le sucede después el coraje de clases. Como dice Rebordinos, la industria de la cultura ha asimilado que no puede ser cómplice de gobiernos que atentan contra la dignidad de las personas. De pronto, el coraje de clase y el rencor de clase parecen comenzar a ser un factor importante, como si todo lo que irradia Vox empezara a exhalar el pestilente olor de una esquina meada por los gatos.