Fue en el Senado. Alberto Núñez Fejióo le espetaba a Pedro Sánchez en la sesión de control del 16 de mayo que era más generoso con los verdugos que con las víctimas. Al otro lado de la pantalla del televisor estaba José Luis Rodríguez Zapatero, un presidente retirado de la escena política española que había logrado observarla a 13 años y varios universos de distancia. Aquel mensaje del candidato del PP resultó más cruel que el que él mismo había recibido de boca de Mariano Rajoy en el Congreso cuando el gallego todavía era el jefe de la oposición: “usted traiciona a los muertos y ha revigorizado a ETA”, recordó Zapatero después de haber escuchado a Núñez Feijóo. La historia no se repite pero en ocasiones rima.
Hace poco más de tres semanas, José Luis Rodríguez Zapatero proclamaba en los estudios de radio Cope su orgullo por haber acabado con ETA durante su gobierno. “Sí, con mi gobierno acabo ETA”, sentenció ante el micro de la radio católica. ETA había vuelto a estar en la agenda política, aunque la organización terrorista se había disuelto hacía más de una década. Desde aquel encuentro radiofónico con Carlos Herrera, Rodríguez Zapatero es contemplado como un héroe crepuscular dispuesto a dar la cara por Pedro Sánchez en un último combate para unas elecciones que no sólo decidirán el futuro de los españoles sino el destino de la socialdemocracia europea de los próximos quince años.

Si Pedro Sánchez logra volver a reeditar un gobierno de coalición entre fuerzas progresistas, Manfred Webber, presidente del Partido Popular Europeo, deberá repensar su estrategia de alianzas con la extrema derecha en el Parlamento Europeo. Núñez Feijóo juega a eso desde hace semanas, a la espera de que Scholtz caiga también de la Cancillería alemana y la ola reaccionaria bañe completamente Europa. En cambio, si hay una mujer realmente interesada en la victoria de los socialistas el próximo domingo, si hay una mujer realmente preocupada, esa es la conservadora Úrsula von del Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Por lo tanto, lo que suceda el domingo en España, importa y mucho, más allá de los Pirineos y, especialmente en las instituciones comunitarias y Alemania.
Zapatero ha levantado la campaña de Sánchez. Quizá el Presidente necesitaba un plus de legitimidad. El PP ha estado cuestionándola desde el comienzo de la legislatura. ZP o Bambi se ha resuelto como Michael Keaton, quien ha vuelto a interpretar por última vez a Bruce Waine/Batman en la peli The Flash, dirigida por el argentino Andy Muschieti, estrenada este verano. Tanto Keaton como Zapatero gozan de eso que algunos llaman la ejemplaridad de una carrera que goza de plena legitimidad moral. Pueden vanagloriarse de ser hombres limpios, honestos y coherentes con sus acciones y decisiones, aunque alguna vez se hayan equivocado. El público siempre es receptivo a personajes dispuestos a jugársela en esa última partida que aceptan sin condiciones, a veces sólo por el valor que reverberan al entregarse a la pasión del último gran combate. Keaton enfundado en su traje negro y Zapatero con su ceja desarmante y afilada deslumbran a los electores y al publico por su autoridad dentro y fuera de la escena.
Clint Eastwood también es otro ejemplo interesante a tener en cuenta, cuando analizamos el retorno del ex-presidente. Zapatero proyecta la misma épica que Eastwood subido a un caballo por última vez. Entonces William Muny rescataba al western y hoy Zapatero hace lo mismo con la política. Los dos juegan a la dignidad. Tienen valor de ley. Sin Perdón otorgaba una dignidad perdida al género devolviendo el espíritu descreído y final que habían forjado algunos de sus fundadores: John Ford, William Wellman, Sergio Leone. Zapatero entrega esa misma dignidad a la política subrayando una idea importante: cada palabra importa. Eastwood, Keaton o Zapatero tienen algo en común: autoridad y legitimidad.

Ante 4000 personas, en el paseo Vicente Álvarez Areces de Gijón, Zapatero volvió a sentir el respeto y la admiración que la militancia siempre ha sentido hacia él. Estas elecciones tratan sobre la autoridad de un gobierno que se ha tambaleado a base de impactos de bala, ya saben, el famoso Galope de Gish. Estas elecciones necesitaban a protagonistas que galvanizaran a las instituciones con la misma legitimidad que emanaba de sus palabras. El equipo de campaña del PSOE encontró de forma inesperada en la dupla Zapatero-Sánchez un western, un relato épico y político ganador que rescataba la figura mítica del renacido. Clint Eastwood era un predicador en Jinete Pálido y también el mismo fantasma que había desaparecido tras Infierno de Cobardes. William Munny en Sin perdón era el Josey Wales de El fuera de la ley. De algún modo, en todos ellos se hace soluble la figura del hombre que volvía de la muerte o del olvido, como lo ha hecho Zapatero desde que alguien dijo que Sánchez estaba siendo más generoso con los verdugos que con las víctimas. Pedro Sánchez, en parte, es otro renacido, de otro orden, de otra ley, más cercano al revenant que interpretó Leo DiCaprio bajo la batuta de Alejandro González Iñarritu. Tras caer muerto en las elecciones del 28 de mayo, tras ser noqueado en el cara a cara de la semana pasada, a 20 de julio sigue disputando el gobierno a un mentiroso.

Zapatero ha levantado una campaña electoral. Ha sido el primer hombre en detectar que estas elecciones tratan de un principio fundamental al que no habíamos tenido demasiado en cuenta hasta el pasado lunes: la verdad. En Gijón alertó de lo que está por venir si el PSOE gana los comicios. El PP continuará cuestionando las instituciones, la legitimidad de las elecciones, de los próximos pactos. “Habrá ruido. Estaremos firmes como un muro en la defensa de la verdad y la limpieza de las urnas. Este es un país limpio y digno que defiende la libertad”.