Recójanse durante el creciente de la luna de mayo ciento cuarenta litros de rocio empapándolo en un lienzo. Tómense diez ó doce anguilas viejas; córteseles la cabeza y desuélleselas. Quíteselas entonces las tripas y la grasa; y macháquese en un mortero de piedra, exponiendo al sol esta pasta en un cántaro de agua. Macháquese igualmente la carne de dichos animales; y expóngase algunas noches á la claridad de la luna. Despues mézclese todo al rocio y expóngase al sol en un barreño ó terrina muy plana; y al cabo de algunos dias se verá la masa llena de anguilas como agujas de coser, que echándolas en las lagunas crecen tan rápidamente que pueden venderse al cabo de un año.
Así dejó escrita en 1864 Mariano de la Paz Graells, médico riojano que fue miembro fundador de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, una original fórmula para la creación de anguilas. Ya vemos que exacto, lo que se dice exacto, pues como que no parece su método, pero no se puede negar que el hombre puso mucha imaginación y magia para resolver un misterio que en parte continuamos arrastrando siglo y pico después.
Porque sí, hoy sabemos que las anguilas se van a desovar al Mar de los Sargazos, pero seguimos desconociendo mucho de lo que sucede desde que salen de los ríos, ya adultas, hasta que ponen los huevos en la otra punta del Atlántico.
Ahora que hablamos de huevos, otro que se volvió tarumba con estos peces fue Freud tratando de encontrar los órganos reproductores masculinos de las anguilas. De los femeninos ya un siglo antes se tuvo conocimiento gracias al trabajo del italiano Carlo Moldini, pero de los testículos nada se sabía. Así que el amigo Freud se puso necio y diseccionó más de 400 ejemplares adultos. Y ni rastro, que no aparecían. Harto, dejó los bártulos y se dedicó a lo que todo el mundo sabe, a hablar de complejos. Los avances científicos nos explicaron después que los machos desarrollan los testículos durante su viaje al Mar de los Sargazos, de modo que el fracaso de Freud no se debió a su falta de pericia con el instrumental, se debió simple y llanamente a que los testículos no estaban, como ya había apreciado Aristóteles cuando afirmaba que en las anguilas no había macho ni hembra, que no había apareamiento y que nacían del barro, y tan ancho se quedó.

Así pues, estamos ante unos bichos que han fascinado por sus enigmas durante siglos. No es para menos: parecen serpientes, pueden salir a zonas húmedas fuera del agua -incluso prados-, se van a desovar al corazón del Triángulo de las Bermudas -en un viaje de miles de millas sin alimentarse-… tienen todos los ingredientes para la creación de un fabuloso relato. Además, han sido bichos muy abundantes en Europa y el norte de África, suponiendo un aporte de proteínas muy valioso sobre el que se sostenían pesquerías potentes. Y encima, están ricas: mal asunto.
Las anguilas han sido muy consumidas en prácticamente todo el territorio. Nuestros vecinos gallegos han desarrollado devoción por ellas, guisadas, fritas o en empanada. No tanto en Asturies, donde sí que hemos sido muy anguleros en la costa, particularmente en poblaciones próximas a los estuarios por donde las angulas entran a los ríos una vez que nacieron allá, recordemos, casi en las costas americanas y tras recorrer cinco mil kilómetros en forma de larvas.
Pero -vaya por Dios, se nos estropeó la historia- actualmente las anguilas europeas se encuentran en un estado de colapso. No es una afirmación tremendista, es un término usado por biólogos como Miguel Clavero, investigador de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) y experto en estos peces. ¿Cómo hemos llegado a esta situación siendo las anguilas unos bichos tan abundantes como han sido? Pues este es el meollo de la cuestión.
Esto de las extinciones de especies que han sido casi plagas es una cosa chocante. Otro amigo investigador, Eneko Arrondo, me recordaba hace unos días, cuando le dije que iba a escribir de anguilas, el caso de la paloma migratoria de Norteamérica. En el S XVII se describían los bandos de estos pájaros como infinitos. Baste decir que un médico inglés, Cotton Mather, detalló la escena de una turba de palomas que estuvo pasando por encima de él durante horas: se contaban por millones. Hacia 1800 las palomas se empezaron a cazar con todos los métodos que podamos imaginar, a tiros, con redes, incluso pegando fuego a los árboles que usaban de dormideros para achicharrar a los desdichados pájaros. Poco más de un siglo después, en 1914, el último ejemplar conocido de la especie, una hembra bautizada como Martha, moría en el zoo de Cincinnati donde la habían recluido como una pieza de museo. No quedó ni una paloma: cero.
Yo siempre pongo el ejemplo de la hucha de la que sacamos cada día un puñado de monedas. Es cojonudo porque metes la mano y sale con pasta para tomarte un café y echar la bonoloto, y siempre hay monedas, es fantástico. Pasa que un día notas en los dedos la barriga de la hucha por dentro. Pero, a ver, si estuvieron saliendo monedas durante tanto tiempo, malo será que no salga alguna más. Y efectivamente, siguen manando monedas, igual más menudas, centimillos, pero salen durante unos cuántos días. Exactamente hasta que brota la última. Pues esto, parecido con los bichos a los que hemos escurrido sus poblaciones a base de perseguirlos o comérnoslos.

Se me podrá decir que los bichos no son como las monedas, que se reproducen. Sí, es cierto, pero cuando los ejemplares reproductores, los adultos -volvemos a las anguilas- se enfrentan a problemas como las barreras en ríos o la contaminación, ya la cosa se empieza a torcer. Porque las causas del declive de las anguilas no están claras, pero podemos afirmar que, más que una causa, es un cúmulo de muchas.
Pocas personas saben que las anguilas europeas están clasificadas como una especie “en peligro crítico de extinción” según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Es normal que no lo sepan porque en Asturies seguimos haciendo un festival de la angula en L’Arena cada año, evento inaugurado con toda la pompa por representantes del gobierno regional, como el que va a comer castañas. Todo muy simpático si no fuese que durante un fin de semana la peña se pone como la Moñoño a comer angulas en cazuelitas de barro. El sinsentido es tal que recurro de nuevo a la argumentación del investigador Miguel Clavero: las anguilas están en el mismo estado de amenaza que se encontraba el lince ibérico hace pocos años, especie que tras enormes esfuerzos se consiguió recuperar. Bueno, pues aquí nos estamos comiendo las últimas angulas a unos 60 pavos la ración. Será por perres.
Lo que nos dice la evidencia científica, ese coso del que muchos gobiernos se acuerdan solo como de santa Bárbara, nos lo estamos fumando a bocanadas. A pesar de que el Consejo Internacional para la Exploración del Mar propuso en noviembre del pasado año una veda absoluta para la anguila en todos los hábitats, para todos los estadios de vida y para cualquier fin a partir de 2023, aquí como que no cuaja la propuesta y en las próximas semanas veremos nuevamente noticias parecidas a la del año pasado cuando se abrió la temporada y en la rula de Ribeseya se presentaron a subasta 90 gramos de angulas. Habéis leído bien, 90 gramos.
Mi padre, que cada navidad compraba su quilazo de angulas, lo vio claro el año que se cotizaron a unas 30.000 pesetas, debió ser por 1980 aproximadamente. Me miró a la cara en la cola de la pescadería y me dijo: “Estamos jodidos, Ernesto”. Tenía razón: estamos jodidos.