Asistimos con asombro y perplejidad a como el equipo de gobierno hace suyo el Plan para la Fábrica de Gas, sin ningún atisbo de ejercer el mandato ciudadano de hacer converger la iniciativa privada con los intereses de la ciudad. Un plan en el que se ha hurtado el preceptivo debate y del que no hay ninguna comunicación oficial a los representantes de la corporación.
Las fábricas de gas vinieron a mediados del siglo XIX a traer luz a las ciudades. En toda Europa la necesidad de energía para la segunda revolución industrial hizo que proliferaran unas instalaciones que convertían el sucio y sólido carbón en un combustible de mucho más fácil manejo y que se podía usar en las más variadas aplicaciones. De la “noche a la mañana” el cambio benefició a la industria, pero también cambió las costumbres. A partir de entonces, la noche podía ser vivida y, a pesar de que la luz de gas era una luz mortecina, las calles dejaron de ser lugares inseguros. Al tradicional y tan de estas fechas “Andai de día que la nuechi ye mía” ya nadie le hacía caso.

Se podría esperar que, habiendo sobrevivido a tantas oleadas de expansión urbanística especulativa —quizás por su emplazamiento entre la muralla medieval y las vías del tren, una zona en los márgenes de la ciudad y a la que nadie nunca miró con especial interés—, esa joya del patrimonio industrial podría tener una oportunidad. En la época actual, afortunadamente, se tiene una visión mucho más clara sobre la necesidad de la defensa del patrimonio, también el industrial. La supresión del cinturón de hierro provocó que ese espacio marginal se volviera central y ese cambio urbano a mejor, paradójicamente, es el que pone en peligro a la Fábrica de Gas que pasó de ser un ámbito generador de energía a ser un espacio generador de intereses inmobiliarios.
En los primeros 2000 la movilización ciudadana evitó su destrucción y su transformación quedó supeditada a un plan especial cuyo documento se aprobó en 2012. En el Plan Portela se permite la construcción de algo menos de un centenar de viviendas y se consignaba la cesión de 2.300 metros para equipamientos. Cierto es que también se preveían una serie de derribos que fueron autorizados por el Consejo de Patrimonio, el cual, hace tres años, añadió otros elementos que no habían sido protegidos inicialmente como la nave de la Popular Ovetense. No era sin duda una maravilla, ni el mejor plan. Se podría haber sido mucho más ambicioso, pero, queramos o no, este es el plan vigente a día de hoy y el único generador de derechos a los propietarios.

En uno de estos erráticos vaivenes con los que se escribe esta historia, se valoró la posibilidad de adquisición de la Fábrica de Gas por parte del consistorio a un precio más que razonable, lo que sin duda a día de hoy puede considerarse como una gran oportunidad perdida. Sin embargo, esta gran oportunidad no fue desaprovechada por el fondo de inversión que se hizo con la propiedad. A partir de ese momento se sucedieron noticias cada vez más preocupantes. En un primer momento se “vendió” la operación como una magnífica noticia porque se trataba de un fondo especializado en la descontaminación de terrenos.
El gran hándicap de la parcela es acometer la muy complicada descontaminación. El proceso industrial para la gasificación produce una gran variedad de subproductos, algunos de gran toxicidad. Sin embargo, las últimas noticias nos confirman lo que parecía evidente, el fondo, lejos de tener su valor añadido en la eficiente descontaminación, donde pretende rentabilizar la inversión es en la “facilidad” para obtener condiciones edificatorias más beneficiosas que aquellas con las que adquirió la parcela.
Entre el actual Plan Portela y la propuesta de Ginkgo, realizada por Patxi Mangado, los datos no dejan lugar a dudas:
– La parcela crece el 25 %, de 12.000m² a 15.000m² con las nuevas parcelas adquiridas que se añaden al ámbito. Sin embargo, la edificabilidad pasa de 11.371m² a 20.225m², el 78% de incremento.
– Los equipamientos públicos bajan de 2.300m² a 400m², una reducción del 82%.
– Se elimina la marquesina de Sánchez del Río
– Se elimina la característica fachada de azulejo azul de la calle Paraíso, si acaso, el elemento más identitario de la fachada exterior.
– Y se vuelve a los usos residenciales para la Popular Ovetense, no sabemos si preservando la fachada o no.
Es lógico, es el plan de un fondo para maximizar el beneficio de su inversión, no el que necesita Oviedo. Un plan que recrece volúmenes de manera inverosímil en la calle Paraíso, que deja en sombra permanente a toda la trasera de los edificios de la calle Azcárraga, añadiendo nuevas construcciones y una torre en el interior del gasómetro, que rompe, además, con la icónica imagen que permitía la observación de la Catedral a través del velo de un esqueleto de acero que hoy se opaca y que desecha la opción de que la Fábrica de Gas sea el nexo de unión entre La Vega y el Casco Antiguo, al que renuncia a comunicar. Una relación entre dos fábricas con una historia común que deberían tener también un futuro pensado en común, con proyectos que se retroalimenten y sirvan de transición entre el pasado industrial e histórico de la ciudad.

A este total repliegue y sumisión de los intereses públicos a los intereses particulares se añade que, hace un mes, hemos conocido que se ha concedido licencia para iniciar los derribos en el recinto. Cuando se analiza el expediente que autoriza los derribos, vemos que se conmina a agilizar la concesión de licencia vinculándola a la urgente necesidad de acometer las labores de descontaminación de los terrenos por las “graves e importantes consecuencias que la contaminación podría estar causando a la salud humana y al medio ambiente”, lo que nos parece muy loable. Sin embargo, la contradicción es fragante cuando es, precisamente, la separación entre los trabajos de derribo y el proceso de descontaminación la que ha servido como pretexto técnico para la concesión de la licencia.
Hasta la fecha no se había producido ningún derribo porque desde la Dirección de Infraestructuras se supeditaba la licencia de derribo y descontaminación al proyecto de urbanización, ahora parece que al separar los trabajos de derribo y el proceso de descontaminación es posible otorgar la licencia para los derribos, sin embargo, el apremio que se hace para la concesión de la licencia se basa la urgencia de la descontaminación que, sin embargo, se aplaza sine die.
Una vez más volvemos a echar en falta ambición de ciudad, ambición para transformar un espacio en el corazón del casco antiguo y ponerlo al servicio de la ciudadanía, ambición para hacer prevalecer sus valores industriales, históricos y culturales sobre los intereses privados.
Decía Nacho Vegas en Ciudad Vampira: “Vivo en la ciudad más triste que jamás, un triste urbanista pudo proyectar”, lo decía de Gijón, pero parece que el “urbanista” quiere coger el ALSA e instalarse en Oviedo con el visto bueno del Gobierno ovetense que encabeza Canteli.