El diputado autonómico y Secretario General del PP Asturiano Álvaro Queipo será el próximo presidente del PP. En esta “primera vuelta” de las votaciones se aupó con el 85% de los votos frente a Javier Brea, concejal de Colunga. Sólo participó el 20% de la afiliación. Quiere decirse que la contundencia del resultado se ve claramente menguada con la escasa participación. El dato no es determinante, pero sí importante, porque nos habla de un candidato que no genera más entusiasmo entre la militancia que otro candidato cualquiera. Queipo ha jugado a ser caballo ganador desde el minuto uno, sin riesgos, sin incertidumbre, sin una alternativa seria.
El próximo sábado, tendrá lugar, casi siete años después, el XVIII Congreso donde deberían marcarse las líneas maestras del PP de los siguientes tres años y se decidirá la composición de la nueva Junta Directiva. Allí veremos como se decanta el poder de los territorios, qué nuevos equilibrios internos se fraguan, con que capacidad cuentan para mantenerlos y qué escenarios pueden dibujar en un futuro próximo.

La pregunta que cabe hacerse a partir de ahora es de orden ontológico. ¿Nos encontramos ante un proceso técnico o ante un proceso realmente político que decidirá qué quiere ser en el futuro el PP en Asturias? ¿Cambiará la dinámica átona del PP que ha mantenido hasta ahora el Secretario General? Ya sabemos que los efectos de los congresos técnicos suelen ser de poca duración y terminan mal. Congreso técnico fue el de Pablo Casado. No generaba mayor alegría entre las bases. Tampoco tristeza. A toro pasado, podemos afirmar que el líder no estaba bien apuntalado. Flotaba y navegaba en distintas aguas, siempre a la deriva hasta que se topó con Isabel Díaz Ayuso, o sea, Miguel Ángel Rodriguez. Casado venció a Soraya Sáenz de Santamaría, la mujer por la que apostaba claramente Mariano Rajoy y que, de haber sido elegida presidenta del PP, en un universo alternativo, hoy no estaríamos viendo el paisaje golpista en el que se haya inmerso su partido, más decantado hacia el alzamiento nacional y el filibusterismo político que a la búsqueda de consensos y el respeto de las instituciones democráticas.
Los congresos técnicos no sellan grietas, no reúne nuevas nuevas mayorías ni tampoco planea nuevos rumbos hacia los que dirigir una organización que hoy está más subyugada por lo que piensa, dice y hace José María Aznar y FAES que por lo que piensan, dicen y hacen los miembros de la actual dirección del PP comandada por Alberto Núñez Feijoo. El PP sigue en el año 2004 si analizamos las notas y textos que publica FAES. Aznar no se ha movido de ahí, de ese lodazal político que es la ilegitimidad con la que trata de mancillar las victorias del PSOE desde entonces.
En todo ese tiempo, los populares asturianos tampoco han conseguido avanzar mucho a la hora de convertirse en alternativa al PSOE. Ni lo consiguieron cuando gobernó Javier Fernández ni lo volvieron a lograr cuando tomó el relevo Adrián Barbón, quien debería tener en cuenta que la ausencia de una buena agenda política en la legislatura pasada casi le cuesta la presidencia en esta. Barbón ha vuelto a ser presidente gracias a un puñado de votos frente a un candidato, Diego Canga, que nadie conocía y el respaldo, ciertamente, de todos los medios de comunicación convencionales.

Las corrientes de pensamiento conservador en la política asturiana son profundas. Están ligadas a nombres propios que manejan poder, dinero, influencia e interlocución con el resto de partidos e instituciones económicas, sociales, culturales y políticas. Álvaro Platero y PYMAR, la familia Cosmen y ALSA, la familia Masaveu, la familia Fernández Vega y su instituto oftalmológico, Junceda y el Banco Sabadell, Belarmino Feito tras su paso por FADE, Carlos Paniceres y la Cámara de Comercio de Oviedo, Ovidio Sánchez, Alfredo Canteli y, sobre todo, Gabino de Lorenzo, son algunos nombres que, con sus empresas, con su influencia o con su prestigio dentro del PP, componen el árbol de acero de la derecha asturiana. En ellos se fragua el pasado, el presente y el futuro de un partido que busca ser alternativa a Barbón.
Y la alternativa hoy es Álvaro Queipo, hombre astuto, con escaso peso hasta ahora en la vida interna del PP. Arrinconado por Teresa Mallada cuando esta ejercía de portavoz en la corte de Fruela, pero con visión propia del funcionamiento de las instituciones asturianas. En una solitaria minoría, Queipo estuvo dispuesto a afrontar la reforma del estatuto de autonomía que se guardaba en la chistera Adrián Barbón en la pasada legislatura y no renunció a abordar la cooficialidad del asturiano, en el marco de una comisión parlamentaria donde cupiera la posibilidad de que se retrataran todas las fuerzas políticas representadas en el hemiciclo. Pero Queipo, hasta la fecha, ha sido un político ligero, cuya gravedad a penas se había insinuado en el seno de los órganos del PP hasta que Teresa Mallada anunció su dimisión, anticipada por NORTES entonces. La madera de líder de Queipo entre los populares asturianos está todavía por definir en el tiempo. También lo está si viene con ganas de dar un giro a su organización o pretende ser más de lo mismo. En su partido, hasta ahora, le apodaban “Monchito”.