Pedro Sánchez, qué hijo de puta

El presidente del Gobierno no fue lo mejor que oímos en el Parlamento, pero volvió a ser el límite de la civilización y el más listo de la clase

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Enrique Del Teso
Enrique Del Teso
Es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo/Uviéu. Su último libro es "La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella" (Trea, 2022).

Este artículo y su titular se escriben en Asturias. Si en Madrid una choni te llama hijo de puta por haber mentado a su hermano el Honesto, te está insultando y declarándote una ojeriza sin orillas. En Asturias lo de hijo de puta fluye con camaradería descuidada mientras compartes cerveza y pizza picante y puede ser cariñoso y hasta admirativo. Enseguida diremos que Sánchez tenía más ventaja de lo que parece, pero no se puede negar que el jueves cualquier amigo asturiano podría ponerle la mano en el hombro y decirle con sonrisa y reconocimiento que qué hijoputa. El grueso de su triunfo lo consiguió cuando tres días después de las elecciones municipales y autonómicas anuncia por sorpresa la convocatoria de elecciones generales. Ahí consiguió cuatro cosas. La primera fue ahogar inmediatamente el efecto mediático del pésimo resultado de las autonómicas y municipales. El segundo fue ahorrarse la erosión que hubiera sufrido el gobierno los meses siguientes. El tercero fue asegurarse su mejor baza electoral: que el PP se presentara a las generales con un montón de acuerdos con la ultraderecha y con los bramidos de Vox bien recientes en los oídos del electorado. Y el cuarto fue crear una situación en que todos lo necesitaban a él; todo el mundo perdía mucho políticamente con Vox en el gobierno, él era la única posibilidad de mantener fuera del gobierno al espantajo fascista amenazante. El censo oficioso de fusilables éramos 26 millones de hijos de puta (en el sentido de choni pija, no en el sentido asturiano de hijoputa mientras se mastica una pizza picante).

Por eso Sánchez empezó la delicada orfebrería de los pactos con una ventaja de partida: por mucho que se llenaran algunas bocas de patrias y autodeterminación, nadie podía, cada uno por su razón particular, negar el apoyo a la investidura y provocar nuevas elecciones. Nadie podía gestionar esa posición ante su electorado ni ante la nueva campaña electoral. No digo que no haya sido orfebrería fina y trabajada, pero Sánchez era el que menos temor pudiera tener a unas nuevas elecciones, cada interlocutor estaba más presionado que él. Hubo acuerdo en buena medida porque nadie podía elegir que no lo hubiera. Insisto en que esto no quita mérito a Sánchez, tanto en la intuición rápida de convocar las elecciones como en la secuencia y tiempos con que fue sumando apoyos. Acaba de consolidar la peculiar situación del PSOE. Tiene frontera con todos los partidos, salvo Vox. Tiene una clientela indeformable, que aguantó el tirón de Podemos, las injerencias que despeñaron a Sánchez y ahora las amenazas y agresiones de la derecha. La legislatura es complicada, pero el PSOE la inicia con las mejores opciones de crecimiento.

Pedro Sánchez en Gijón. Foto: David Aguilar Sánchez

La intervención de Sánchez normalmente parecería algo sobreactuada y arrogante. Pero las algaradas por momentos violentas, la rebelión con aires golpistas a la que se apuntaron guardiaciviles (listo para derramar su sangre, llegó a decir un atontado atragantado de cómics de Roberto Alcázar y Pedrín), jueces y otras jaurías, el insufrible tono agresivo y desmedido de la prensa de la caverna y de la caverna en sí, todo esto, había creado temor y una sensación sombría en mucha gente. El tono de Sánchez, seguro, risueño, despreocupado y arrogante fue el adecuado para quitar las telarañas y recordarnos que vivimos en un país, no solo normal, sino bastante apañado, y de tejido civilizado.

La derecha tiene un problema. Alimentó el discurso de ultraderecha, hizo calar su odio característico en sus filas y electorado y ahora se petrifica en sus pies y no les deja avanzar. Sin Vox y sin formas de ultraderecha están lejos de cualquier mayoría y con Vox y bramidos no pueden entenderse con nadie. Lograron ruido y desquiciamiento. Pero esos brazos en alto en ademanes fascistas, esos vivas a Franco, esas amenazas de aprendices de escuadrones negros y esos desokupas de tebeo fueron portada en toda Europa y esa fue la imagen de la oposición a Sánchez. Las chorradas apocalípticas se hacen pronto ridículas. Estuve ojeando la prensa de la caverna, sin bajar a los inframundos, y no vi mención al aquelarre lingüístico y los pinganillos. Qué extraño silencio. No hubo piedra que no arrojaran al candidato y justo se les olvida el uso de las lenguas oficiales por donde empezaba la demolición de España. Se ve que no era para tanto. Qué parecidas a la locura son algunas exageraciones.

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz firman en primer acuerdo de legislatura para la investidura del gobierno

También tiene un problema Sumar. Debe ser difícil hacer dos cosas que en política hay que hacer: trabajar con gente a la que no soportas y mirar a los líderes como si fueran transparentes y ver a su través lo que representan. Algunos tuits de Echenique y todo Puigdemont espantarían al más pintado, pero hay que mirar a su través, de eso va la política. Sumar sin Podemos no es lo que debería ser. Podemos no parece gran cosa, en las últimas elecciones había quedado fuera de todo, como C’s, pero es una referencia simbólica operativa. Las fuerzas que lo desplazaron de muchos sitios fueron transferencias simbólicas suyas. Yolanda Díaz no controla el fértil espacio a la izquierda del PSOE y debe recomponer algún vínculo con Podemos. El día de la investidura Díaz no podía hacer nada. Sánchez era el demonio rojo, el fusilable de referencia, la bicha. No había forma de ser más odioso que él. La gente inteligente sabe cuándo le toca callar o no llamar la atención y eso le tocaba a Yolanda Díaz. Pero debe entender un par de cosas. Una es que ella tiene algo que Sánchez quiere, que es su espacio, y Sánchez es el más listo de la clase, su abrazo es el abrazo del oso, quiere ese espacio. Y otra es que el estilo esponjoso y de sonrisas rosas, en medio de tanto ruido y provocación, la ponen en riesgo de disolverse en la taza de Sánchez. Debe acentuar el hierro laborista y sindical que le dio prestigio, porque en un ambiente polarizado y brutal el vapor ni se ve ni se oye. Necesita voltios, lucha de clases y puño en alto.

Los roces entre nacionalistas, PNV con Bildu y Junts con Esquerra, son un punto débil del gobierno, pero seguramente más la izquierda. Sumar no podrá representar todo su espacio sin Podemos. Podemos concentró toda su energía en el icono de Irene Montero. Es difícil el juego de las siete y media con Montero, es fácil no llegar o pasarse. Su ministerio y su gestión lograron avances relevantes en derechos difíciles de gestionar por su perturbación cultural. Ella fue atacada con las peores mañas, se rebasaron los límites de la democracia, de la decencia y del más elemental buen gusto contra ella. Pero es reivindicada por la cúpula de Podemos con tonos desmedidos, a veces sonrojantes. En este contexto es fácil no llegar o pasarse en el trato con ella. Pero sospecho que algo relevante está en juego en el trato con Montero. Yolanda Díaz no está consiguiendo lo que debe y Sánchez no es su amigo.

Yolanda Díaz. Foto: Sumar

Los cuerpos elásticos y la ropa no son ilimitadamente resilientes. Cuando los das de sí, acaban no recuperando su forma. Las derechas estiraron brutalmente a la democracia con la ayuda de capas del estado con el alma aún en el franquismo. La democracia no está tan dañada como insinúan las deplorables imágenes de estos días, pero está dada de sí. El lenguaje crea el espacio de lo posible y lo tolerable y por eso altera la moral. A base de llamar golpe de estado y terrorismo a los hechos (ciertamente delictivos, pero ni golpistas ni terroristas) de 2017, a base de llamar golpe de estado al mero hecho de que Sánchez sea nombrado Presidente por las Cortes, se legitima el tipo de acciones que es legítimo contra un golpe de estado o el terrorismo. ¿Por qué no tirarles huevos? Hay que matarlos, dijeron en la calle. Es lo que merecen, dicen en sede parlamentaria. Como dijo sagazmente Álex Grijelmo, si aceptas que esto es un golpe de estado, no te importará el mío cuando llegue. Es grave lo que ocurrió estos días. Es un acierto de Sánchez la arrogancia y risas con que transmitió que el estado, las instituciones y la democracia son todavía más fuertes y que lo que oímos son berrinches. Sánchez no fue lo mejor que oímos en el Parlamento, pero volvió a ser el límite de la civilización y el más listo de la clase. Qué hijo de puta.

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