Yayo Herrero (Madrid, 1965) nos atiende por teléfono.
Le preguntamos por el origen del virus, la reducción de los niveles de contaminación, la importancia de los cuidados, la renta básica, el distanciamiento físico y el acercamiento social, la explotación del miedo por parte de la extrema derecha y las consecuencias antropológicas de esta crisis.
Tras la conversación explica que durante los primeros días de confinamiento, la hiperconexión y el bombardeo permanente de noticias le impedían concentrarse hasta que consiguió imponerse una rutina que incluye trabajo, ocio, algo de deporte y sobre todo, periodos diarios de desconexión de las redes sociales. En cualquier caso, es consciente de que los problemas domésticos derivados de esta crisis están dificultando enormemente el día a día de muchas personas.
¿Hay alguna relación entre la acción humana sobre el medio ambiente y la destrucción de ecosistemas y enfermedades como el coronavirus que son ‘zoonóticas’, es decir, se transmiten a través de animales? ¿El coronavirus es simplemente una ‘catástrofe’ natural o los seres humanos tenemos algún grado de responsabilidad en su expansión?
“Las formas de producir los alimentos son también un factor que agrava la expansión de este tipo de virus, al igual que la contaminación del aire”
Los virus existen, son muchísimos, forman parte de las propias cadenas de la vida y además no todos son perjudiciales para los seres humanos, ni muchísimo menos. En ese sentido la expansión de un virus entra dentro de lo que pasa periódicamente. Hemos tenido grandes enfermedades por virus, la última -que estos días ha salido tanto- la gripe española de principios del siglo XX. Lo que sí es cierto es que las actitudes de los seres humanos, sobre todo de las sociedades enriquecidas, nos hacen mucho más frágiles y pueden destruir las barreras que permiten que la naturaleza se pueda defender mejor de la expansión de virus y enfermedades. La pérdida de biodiversidad es un factor que hace que se puedan producir con mayor facilidad las transmisiones de estos virus de unas especies a otras, llegando también hasta la especie humana. Las formas de producir los alimentos son también un factor que agrava la expansión de este tipo de virus, al igual que la contaminación del aire. Hoy [por el miércoles] han salido varios artículos en esta línea, algunos de carácter científico y otros más de divulgación. La Vanguardia sacaba un artículo que se apoyaba en algunos estudios que muestran que la expansión del virus es más letal para las personas en aquellos lugares que previamente estaban muy contaminandos. Los estilos de vida, la forma de organizar la economía y esta forma de vivir completamente de espaldas al hecho de que somos una especie viva y que estamos insertos en una naturaleza de la que formamos parte, lo que hace es agravar las consecuencias o facilitar la expansión de estos virus dañinos. Se me olvidaba decir, además de los casos que he nombrado, que la hipermovilidad, en una economía absolutamente globalizada donde todos los días se mueven millones de personas y millones de toneladas de mercancías por todo el mundo, hace que la expansión ahora mismo sea muchísimo más rápida y mucho más letal.
Un efecto no buscado del confinamiento ha sido la reducción de la contaminación. Hace poco se hizo viral en redes, un tuit que comparaba en dos fotos el aire de Madrid: una de enero, con una boina importante de contaminación de color gris oscuro, y otra de abril, con el cielo completamente limpio.
Esta semana se ha hecho público el informe de calidad del aire en el Estado español de Ecologistas en Acción. Lo que mostraba el informe es que en los días de confinamiento, desde el estado de alarma, la contaminación se ha desplomado en todo el Estado y en algunos sitios, como Madrid, de una forma tremendamente significativa. El otro día lo puse en un tuit: nunca pensé que un informe de Ecologistas -de los que llevamos haciendo tantos años- que advirtiera o anunciara una caída brutal de la contaminación, pudiera darme rabia; no me lo hubiera imaginado. Me da rabia comprobar cómo en los lugares que estaban previamente más contaminados se ha producido una expansión del virus mucho más violenta y letal. Obviamente en los lugares donde hay un aire muy contaminado hay mucha más gente que tiene unas condiciones previas de fragilidad para que el virus sea más letal: más personas con problemas cardiorrespiratorios, la contaminación incide en la hipertensión y la diabetes, que son factores claramente de riesgo para la letalidad del virus, etc. Por un lado sentía la rabia de que la política pública no proteja a la gente y permita, e incluso muchas veces banalice, los efectos de lo que nos dicen epidemiólogos y otros miembros de la comunidad científica sobre los efectos tan dañinos de respirar aire contaminado. Por otra parte me da una rabia tremenda que el hecho de que la contaminación se haya desplomado tenga que ver con una catástrofe que está colocando en una situación extrema la vida de tantísimas personas y no con una política pública que esté centrada en proteger la salud, los derechos y la vida de la gente.
Esta crisis está evidenciando que muchos de los trabajos imprescindibles, sin los cuales la sociedad no puede funcionar, están feminizados y en una situación de precariedad preocupante. ¿Seremos capaces de empezar a darle a unos cuidados sistemáticamente invisibilizados en épocas de normalidad la importancia que merecen?
“No se llaman trabajos, pero no se nos puede olvidar que estos días una buena parte de la crisis se está asumiendo en las casas”
Una buena parte de los trabajos que sostienen cotidianamente la vida, como el de las empleadas domésticas o las personas que trabajan en la salud pública -donde también hay una mayor parte de mujeres, sobre todo en las escalas peor remuneradas: auxiliares de clínica y todo el personal que estos días está ocupándose junto con médicos y enfermeras de la salud de las personas- no están bien pagados y son sistemáticamente invisibilizados. También otros, en este caso masculinizados, sobre los que tampoco pensamos tantas veces: toda la cadena de transportistas, camioneros y gente que tiene furgonetas que está garantizando el abastecimiento de suministros básicos. Estos días yo pensaba, por ejemplo, en la ‘trabajera’ que tienen que tener ahora mismo una buena parte de los funcionarios públicos del SEPE [Servicio Público de Empleo Estatal], articulando ERTEs., etc. Muchas veces no son los trabajos más brillantes, ni mejor vistos, ni más visibilizados, pero en este momento se reflejan como indispensables, al igual que otros que no son ni denominados trabajos, como el de las amas de casa. No se llaman trabajos, pero no se nos puede olvidar que en estos días una buena parte de la crisis se está asumiendo en las casas, porque es en las casas, en el ámbito de la familia, donde se está atendiendo como se puede a las personas que no están tan enfermas como para tener que ser ingresadas en un hospital, y manteniendo toda la cadena de cuidados previos, afortunadamente con la ayuda de la enorme red vecinal solidaria que se ha ido autoorganizando.
En una situación en la que muchos individuos y familias se han quedado sin ingresos, ¿necesitamos que se apruebe urgentemente algún tipo de renta básica universal? Parece que incluso algunas voces liberales y conservadoras empiezan a ver con buenos ojos una medida de este tipo.
“El trabajo garantizado y la renta básica siempre se han planteado como dos cosas opuestas. Creo que hay posibles diálogos entre ambas propuestas”
Hay sectores que reclaman una renta básica de cuarentena, garantizar unos ingresos mínimos durante todo el período de confinamiento. Yo el otro día participé en un debate en el que estaba también Daniel Raventós y creo que es un momento para repensar un montón de cosas. Por un lado, garantizar unos ingresos mínimos desvinculados de que tengas o no empleo, a mí me parece que es muy importante en un momento en el que el empleo se ha desplomado con bastante fuerza. Todavía queda una parte importante de la gestión sanitaria de la crisis, pero ahora viene toda la parte económica. Hay que pensar cómo garantizar de aquí en adelante los trabajos socialmente necesarios, cómo garantizarlos y cómo repartirlos, porque esto nos ha permitido ver que hay trabajos que están habitualmente mal pagados y que no se pueden dejar de hacer. El trabajo socialmente garantizado y la renta básica siempre se han planteado como dos cosas radicalmente opuestas. Creo que hay posibles diálogos entre ambas propuestas, de tal manera que no caigamos en la simpleza de decir que sería mejor vivir sin trabajar, porque sin trabajar no se puede vivir, aunque solamente sean los trabajos de cuidados y la producción de alimentos. Estos días también se ha visto el papel fundamental del primer sector, de campesinos y campesinas, de personas agricultoras que son trabajos que también están tremendamente desprotegidos. Vamos a tener que abrir muchos de esos debates. Las propuestas del sector más conservador sobre la renta básica son poco transformadoras desde la perspectiva de cambiar radicalmente el modelo social. Ellos están pensando más bien en una especie de barrera de contención al malestar social y a la posibilidad de que las personas accedan a los mínimos ‘minimísimos’ y yo creo que las personas que hablan de la propuesta de trabajo socialmente garantizado desde la renta básica están pensando más en un cambio radical del modelo, que tiene que ver con qué se produce, cómo se produce, para quién se produce y cómo garantizar condiciones de vida buenas para todo el mundo.
Puede parecer paradójico, pero como ha escrito la filósofa colombiana Luciana Cadahia el distanciamiento y aislamiento físico han producido un acercamiento social. ¿Saldremos de esta crisis menos individualistas y con un sentido más fuerte de eso que tú has llamado ‘público-comunitario’?
“Mucha gente vivía en bloques de edificios en las ciudades y no conocía a nadie del bloque y de repente sabe quién está, las circunstancias de vida, se ha empezado a preocupar…”
Probablemente haya muchas personas que han atravesado esta situación y que ya nunca volverán a ver las relaciones como las veían antes. Creo que hay mucha gente a la que esto probablemente le haya cambiado, igual que el 15M cambió a mucha gente que se politizó y ahora estará más o menos activa pero no ha podido dejar de mirar la política de otra manera. El otro día decía un compañero que esto se ha convertido en lo que los sociólogos llaman un ‘hecho social total’, que afecta a todo el mundo. Mucha gente vivía en bloques de edificios en las ciudades y no conocía a nadie del bloque y de repente sabe quién está, las circunstancias de vida, se ha empezado a preocupar… Esa reflexión yo la comparto completamente: es paradójico que cuando nos han ordenado que nos aislemos y que nos distanciamos es justamente cuando mucha gente descubre que las ventanas y los balcones sirven para más que ventilar la casa y de repente se convierten en un apéndice de la casa que te permite conectarte con los demás.
Hay iniciativas previas del movimiento vecinal que ya funcionaban en barrios y ciudades y de repente cogen más fuerza y se convierten en la ‘brasita’ que permite tejer esta red de solidaridad de una forma mucho más potente. Lo deseable es que eso se transforme en una política público-comunitaria, donde las instituciones públicas recojan esta dinámica solidaria y de apoyo mutuo. No que la organicen, sino que sean conscientes y convivan con ella y la alienten al máximo posible. Yo creo que eso es absolutamente deseable. Va a depender mucho de cómo se afronte el post-coronavirus. Si la salida al coronavirus es de tipo Plan Marshall -como se está planteando en algunos ámbitos en Europa y en otros países-, intentando fortalecer a partir del músculo financiero lo que se suele llamar una recuperación de la economía, que es un volver a regenerar las tasas de ganancia del capital a costa de lo que sea, esa red de solidaridad puede servir también como red de articulación social para frenar las medidas de ajuste estructural que puedan venir. Si por el contrario conseguimos que esas políticas públicas pongan en el centro la vida la gente, la red de solidaridad puede servir también para apoyarlas, fortalecerlas y aterrizarlas mejor en los territorios. Creo que va a depender de muchísimos factores: primero, de la articulación social que seamos capaces de tener; segundo, del papel que empiecen a jugar los propios medios de comunicación. Las medidas de confinamiento han sido bien asumidas por la mayor parte de la gente y aceptadas porque también ha habido un montón de medios de comunicación que con mejor o peor fortuna han transmitido que era un problema central y que todo el mundo se tenía que poner a la tarea. Hay otros problemas que vendrán, como el empobrecimiento de la gente o la emergencia climática que hasta ahora no han tenido el mismo tratamiento de los medios de comunicación y por lo tanto tampoco están extendidos.
La ultraderecha puede aprovechar el miedo que como consecuencia de esta crisis se está extendiendo entre muchos sectores de la población para introducir un discurso intolerante y excluyente que señala a un enemigo claramente identificable como el origen de todos nuestros males.
Al menos en los últimos años la posición de la ultraderecha -y con ultraderecha me refiero a esos partidos varios que adoptan este tipo de posiciones- ha estado muy basada en la generación, articulación, canalización y uso del miedo legítimo y normal que pueden tener un montón de personas, para buscar enemigos amenazadores y aplicar una lógica absolutamente excluyente. Los primeros días del coronavirus, de todos los millones de personas que se articulaban para hacer su vida en común, que iban en metro, que se juntaban en universidades, que se reunían, que iban al fútbol, que se manifestaban, etc., el enemigo era el 8M, y además el 8M de Madrid, a pesar de que se había celebrado prácticamente en todas las provincias. Probablemente a toro pasado se podría haber planteado que todos estos eventos masivos a lo mejor tendrían que haber sido desincentivados, pero en cualquier caso lo que es obvio es que señalar solamente uno, lo que hace es criminalizar y utilizar un enemigo previo que tú tienes y tomarlo como el todo. Estos últimos días, aquí en el Estado español, es el Gobierno; en su momento eran las personas migrantes y volverán a serlo, percibidas como una amenaza. La base es canalizar el miedo señalando a “un otro” al que excluyes y que consideras enemigo y mientras señalas y apuntas con el dedo a ese falso culpable pues no hablas ni de los bancos, ni de las empresas, ni de las grandes corporaciones, ni de la redistribución de la riqueza, ni de lo que genera el desempleo, ni de lo que genera las malas condiciones de vida… De todos modos creo que en general prevalece y ha prevalecido una dinámica de comprensión de la situación y una dinámica más de solidaridad. Lo cual no quiere decir que no se puedan hacer críticas a la gestión de las instituciones, como es legítimo hacerlo y como además corresponde a un elemento importante dentro de la ciudadanía, el velar y estar pendiente de las medidas que se toman.
“Hay sectores de población que tiene poder, que actúan como si ya hubieran desahuciado a parte de la población, y que actúan también desde lo mediático generando falsos culpables”
Cuando hablamos, por ejemplo, de crisis de energía y de materiales o cuando hablamos de las dificultades de la economía real, o cuando hablamos de cómo afecta el cambio climático o cuando hablamos de otra serie de problemas, nos encontramos con una tensión profunda entre sectores de privilegio que quieren asumir todas esas situaciones blindando su propia situación de privilegio y desentendiéndose y desresponsabilizándose de las condiciones de vida del resto y sectores amplios de la población que aspiran a tener una vida más o menos razonable. Si en este momento nos encontramos en una situación de autarquía o de independentismo real es el independentismo de sectores ricos que directamente se están desvinculando del conjunto de la sociedad y se desentienden de las consecuencias que sus políticas expansivas desde el punto de vista monetario y económico tienen sobre otras vidas. Hay sectores de población que tiene poder, sectores minoritarios, que actúan como si ya hubieran desahuciado a parte de la población y que actúan también desde lo mediático y desde el aparato de propaganda, generando falsos culpables y desviando la atención de los problemas más graves hasta tal punto que, muchas de las personas que se dejan arrastrar, no acaban de ser conscientes de que en realidad su vida, su seguridad y su bienestar les importa un carajo a estos sectores de poder. Lo vemos con las políticas de Donald Trump o de Bolsonaro en Brasil.
Más allá de las consecuencias sociales y económicas, ¿crees que habrá cambios antropológicos después de esta crisis, en el sentido de que dejaremos de abrazarnos y besarnos tanto, seremos más reacios a acudir a eventos multitudinarios, sobre todo en lugares cerrados, viajaremos menos a sitios lejanos, etc?
“Desde la hiperconectividad y la dependencia extrema a la autarquía hay un terreno intermedio que es el de las autonomías interdependientes”
Pienso que el besarse y el abrazarse no se van a ver afectados, de hecho lo que conozco más bien es gente que está deseando salir y probablemente valorando mucho más lo que es el contacto, tocarse y estar cerca de la gente que quieres. Uno de los elementos más duros que está teniendo la crisis del coronavirus es no poder estar cerca de las personas que quieres e incluso no poder tocar y despedir a las personas que se nos van. Creo que más bien eso revaloriza y le da más visibilidad a lo que somos como seres humanos, tan profundamente interdependientes. Son intuiciones, o sea, no le he puesto tampoco mucha cabeza detrás ni lo puedo basar en nada que sea solvente pero creo que, por ejemplo, sí se van a producir algunos cambios en cuanto a la forma de trabajar con el tema del teletrabajo y el tema de conferencias, clases, etc., que generan un enorme gasto económico en transportes, hoteles, pero también en utilización de energía fósil, generación de emisiones y contaminación. Probablemente vaya a repensarse y a lo mejor hay una parte de todas las cosas que se va a poder hacer utilizando instrumentos informáticos o todo este mogollón de plataformas que hemos descubierto estos días, siendo conscientes también de que todas las aplicaciones tecnológicas y técnicas de comunicación no son en absoluto inmateriales y tienen detrás un consumo de energía y minerales que habrá que acompasar. Creo también que la visibilización de la fragilidad de la economía, el hecho de una mayor valoración, por ejemplo del sector primario, la necesidad quizás de relocalizar la producción de alimentos, garantizar cierta seguridad y soberanía en temas alimentarios, energéticos… es posible que pueda cambiar, aunque no desde luego pasando a una situación de autarquía imposible. Desde la hiperconectividad y la dependencia extrema a la autarquía hay un terreno intermedio que es el de las autonomías interdependientes, generar ciertas autonomías desde la base más local posible que nos hacen estar más seguros ante situaciones complicadas que puedan venir.
Yo espero, y no sé si es tanto un una creencia o una esperanza, que esto sirva para repensar nuestros metabolismos sociales.