“Esta es una situación muy extraña para la No Name Kitchen, que desde febrero de 2017 no ha parado. Y si paramos en algún momento, fue porque desmantelaron nuestros espacios”, reconoce el gijonés Bruno Álvarez, fundador y presidente de esta oenegé que asiste a los refugiados en su trayecto hacia Europa, sobre todo en la península balcánica y desde hace poco también en Melilla. La No Name Kitchen (NNK) es una organización familiarizada con la presión policial y el hostigamiento de grupos ultraderechistas, pero no con las pandemias mundiales.

“Esto ha habilitado una nueva forma de funcionar y estamos adaptándonos para poder seguir”, dice Álvarez, “el almacén de Croacia está parado, las recogidas están paradas, el tráiler con material que íbamos a mandar está parado. Estamos a expensas de que pase el tiempo para poder volver”. La ONG tiene actualmente bases en Sid (Serbia), Velika Kladusa (Bosnia), Podgorica (Montenegro), Patras (Grecia) y Melilla.
SID:
La única de las bases de NNK que ha tenido que echar el cierre por completo es la de Serbia. “En los últimos momentos teníamos cerca de diez voluntarios, pero se han tenido que ir, y están en sus casas sin poder hacer nada”, cuenta Bruno. El argentino Tomás era uno de ellos, pero él no pudo volver a su país y pasa la cuarentena en un apartamento en Belgrado. “Llegué a Sid el 5 de marzo, cuando acababa de estallar el conflicto con Turquía por los refugiados”, recuerda el voluntario, “y hoy por hoy, según la información oficial, hay 7800 personas repartidas por los distintos campos que tiene Serbia”.

En Sid, muy cerca de la frontera croata, hay tres campos de refugiados. “A raíz de la crisis entre Turquía y la UE hubo un recrudecimiento de los ataques contra los migrantes y contra nosotros”, asegura Tomás, “nos pintaban la casa con grafitis que decían “Serbia os odia” o “Migrants go home”; por las noches nos gritaban y golpeaban las paredes. Hubo al menos dos incendios de asentamientos de afganos por parte de unos vecinos”. También la policía “empezó con una persecución más fuerte de la habitual”.
El 11 de marzo los voluntarios de NNK estaban repartiendo alimentos en un camino rural cuando les cercaron “unos chetniks, grupos ultranacionalistas, vestidos de negro, con bastones e insignias. Nos interrogaron y llamaron a la policía, que nos lo quitó todo. Nos dijeron que teníamos prohibido volver a distribuir comida fuera de nuestro local, y a partir de ahí se nos hizo muy difícil continuar”.

Con la llegada del coronavirus, los voluntarios europeos volvieron a su país y Tomás se quedó solo en Serbia. “Llegó a Sid el ejército para capturar a los chicos que vivían fuera de los campos y meterlos en uno. La situación se puso muy tensa”, relata el argentino, “nos cuentan que los campos están colapsados. Ha nevado, falta higiene y ha habido roces entre ellos. Las autoridades se han visto sobrepasadas en el campo de Krnjaca y respondieron con violencia”.
Tomás acusa al gobierno de “engendrar este miedo. El presidente Vucic dijo que Serbia no se iba a convertir en el parque de estacionamiento de los refugiados que van a la UE, porque era una amenaza para la seguridad nacional”. De momento, en Serbia están “con las manos atadas, pero seguimos denunciando lo que está pasando. Queremos que la gente tome conciencia de lo que sucede en los confines de Europa”.
VELIKA KLADUSA:
“En Bosnia seguimos en activo a pesar de que los voluntarios internacionales hayan salido del país”, sostiene Ricardo, “tenemos una red de voluntarios locales bastante amplia que sigue en activo, aunque con menos capacidad de impacto”. Velika Kladusa es una ciudad bosnia muy próxima a la frontera con Croacia donde aguardan “unas 600 personas en los campos y otras 600 fuera más o menos, porque no hay censo oficial”.

La organización actúa allí para cubrir tres campos: comida, refugio y salud. “Hay cientos de personas a las que si no les dan comida pasan días sin comer”, lamenta el voluntario, “nuestra red de locales funciona muy bien, aunque ahora están muy desgastados por la presión de la policía y los discursos xenófobos que enturbian el ambiente”. Para solventar la falta de voluntarios evacuados por el Covid-19, NNK ha empezado en Bosnia “un proyecto con panaderías locales para que la gente vaya a recoger allí la comida con un sistema de cupones que distribuimos digitalmente”.

Los días son todavía fríos en Bosnia y ha nevado mucho las últimas semanas. “La gente se mete en squats y la policía está haciendo muchas redadas. El campo está cerrado y no se puede entrar ni salir. Está habiendo devoluciones muy violentas de la policía croata. Estos días la gente está pendiente del virus y eso les da cierta sensación de impunidad a las autoridades croatas, que ya la tenían de antes. Nos han mandado testimonios de agresiones terribles estos días”, denuncia Ricardo.
También en lo sanitario es precaria la situación de los refugiados. “La clínica que hay dentro del campo, que se supone que debe atender a la gente, no está dejando a entrar a nadie; y el ambulatorio de Velika Kladusa atiende solo a la población bosnia”, afirma el cooperante, “nosotros hemos comprado mil mascarillas y las estamos repartiendo con la comida. Ahora lo decisivo es tener agua y jabón, porque muchos aquí no pueden lavarse las manos ni la ropa. La amenaza del Covid es enorme, porque viven tan apiñados que si entra el virus puede haber un drama. Mucha gente es joven, pero los que no lo son tendrán muchos problemas para acceder al sistema de salud”.
PODGORICA:
En Montenegro, cuenta Valentina, la actividad de NNK se centra en la capital Podgorica, donde hay dos campos con unos 400 refugiados en total. “La vida allí es bastante complicada, y una de las quejas que hay desde el principio es que no dan comida suficiente”, explica la voluntaria. Con motivo de la pandemia “la población migrante es más estática que nunca. No llega gente nueva a los campos y la que está no se marcha. Las personas tienen miedo y deciden no moverse, por lo que no hay esa lucha de siempre entre las autoridades que quieren contener a la gente y la gente que quiere moverse”.
La actividad de NNK en Montenegro ahora mismo se limita a prestar apoyo médico. “Tenemos un programa en colaboración con Cruz Roja en el que conectamos a personas que lo necesitan con servicios médicos”, cuenta Valentina, “está siendo muy complicado seguir con ello, porque las autoridades no permiten el movimiento”. Además, han impulsado un grupo de Viber que funciona como “una red de autoayuda para las familias que viven fuera de los campos” y difunden por otras aplicaciones de mensajería “información para explicar cómo hacer mascarillas, cómo lavarse bien las manos, tratar a personas infectadas…Queremos concienciar a la gente sobre el tema del corona”.
PATRAS:
Al igual que Tomás en Serbia, Alex se quedó solo en Patras cuando los demás voluntarios abandonaron el país por el Covid-19. “Empezó a bajar también el número de migrantes que venían, porque saben que no se puede cruzar la frontera”, explica el cooperante. Ahora se dedica sobre todo a “informar sobre el corona y cómo hacer mascarillas. He impreso unas hojas con información en pastún, árabe y otras lenguas, y las pongo en los lugares donde suelen estar”.

La pandemia ha cambiado, dice Alex, “la interacción, porque hay que mantener la distancia. Pero la filosofía de NNK no es dar la comida y marcharnos, sino tener un trato humano y amigable y escuchar a la gente. Cumplimos con las precauciones y le pedimos a la gente que se lo tomen en serio”. Además, han habilitado “puntos con agua y jabón para que se laven las manos. Subió muchísimo el reparto de jabón y productos de higiene: la primera semana de marzo repartimos 17, y estas últimas semanas están siendo casi 500”.

MELILLA:
Hace solamente dos meses desde que No Name Kitchen instaló una de sus bases en Melilla en colaboración con la ONG Solidary Wheels. “Antes del confinamiento estábamos dando clases de español a mujeres de un barrio, repartíamos cenas a personas en situación de calle, por lo general chavales, hacíamos curas y acompañamientos al hospital o para cualquier tema judicial”, cuenta Sara, una enfermera voluntaria, “pero con el estado de alarma tuvimos que parar todo tipo de actividad y centrarnos solo en la denuncia”.

Una vez decretado el confinamiento, “llevaron a los chavales que estaban en la calle al centro de menores de La Purísima, que ya de por sí estaba saturado y con casos de sarna, y ahora lo está mucho más”. La situación de los adultos no es mejor: “Primero los llevaron a un polideportivo, pero por quejas de los vecinos los llevaron a un lugar llamado Quinto Pino, donde pusieron carpas y literas. Para ellos es un confinamiento muy diferente: no pueden salir a comprar, pasan mucho frío y se quejan porque la comida es escasa. A los pocos días los cambiaron sitio por tercera vez porque se inundó ese espacio. Está lloviendo mucho estos días en Melilla”.
“Por otro lado”, explica la voluntaria, “está el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), que duplica o más su capacidad. Se ha pedido que saquen a gente de ahí para llevarla a la península, como se ha hecho en Ceuta, pero aquí de momento nada”.