Arte confinado: La habitación de Sebastian

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Luis Feás
Luis Feás
Periodista, crítico de arte y comisario de exposiciones. Ha escrito en La Voz de Asturias y Atlántica XXII entre otros medios. http://luisfeas.com/contacto/

A Nicholas Callaway (Santa Rosa, California, 1985), que vive en Madrid, el estado de alarma le pilló mal en cuanto a lugar de trabajo: “En enero justo había dejado mi anterior espacio, que compartía con dos amigos que son pareja y que se han comprado un local para convertirlo en estudio y vivienda. Como estoy haciendo el doctorado en Bellas Artes en la Universidad Complutense, decidí aprovechar los talleres de la Facultad unos meses, pero para cuando por fin conseguí taquilla y había trasladado todas mis cosas para el proyecto que debía exponer este abril (entre ellas dos cajas de baldosas hidráulicas y varios trozos grandes de asfalto), al segundo día de trabajar allí se decretó la clausura de las Universidades de Madrid. Ante el cierre inminente cogí algunas cosas con las que me parecía factible seguir trabajando desde casa”.

Licenciado en Lingüística por el Reed College de Portland (Oregón), en los Estados Unidos descubrió que la gubia, el buril y la plancha manchada de tinta eran el medio más adecuado para proyectar sus deseos y sus anhelos. No el único, por supuesto, como corresponde a un joven artista de su generación, pues también escribe poesía (fue cofundador y editor de la revista artesanal Poetry ‘n’ Prints y coeditor de la sección “Arts and Culture” de la revista digital Caterwaul Quarterly), pero cuando, por circunstancias de la vida, tuvo que trasladarse a vivir a Oviedo ya tenía claro que ése era su camino y empezó a estudiar calcografía bajo la tutela de Fermín Santos, para matricularse a continuación en Grabado y Técnicas de Estampación en la Escuela de Arte de Oviedo, una de las más reputadas en su especialidad.

Una de las piezas hechas con su hijo como pasatiempo.

Las circunstancias de esa misma vida ya familiar le hicieron trasladarse a Madrid posteriormente, hace unos pocos años, y su transcurrir apacible y sin grandes sobresaltos se ha visto trastornado de repente por el encierro obligado por el coronavirus, que ha puesto el foco en lo que significa ser artista, padre y trabajador autónomo en esta tesitura: “En casa descubrimos rápidamente que, aunque nos turnemos para trabajar, sin la posibilidad de salir con el niño mientas el otro trabajaba es muy difícil arañar más de un par de horas productivas al día. Y ya no tenemos opción a ir a trabajar a mi estudio, que está bastante cerca de casa. Por lo tanto, como trabajo también como traductor y justo me habían pasado un proyecto considerable (un guión de cine), casi todas mis horas ‘productivas’ se han ido destinando al trabajo mundano o, si no, a la tesis”.

Tras las primeras dos o tres semanas desde el cierre de los colegios, Callaway decidió invertir una jornada en avanzar la obra para la exposición postergada, que iba a hacer en la Universidad Autónoma de Madrid junto a su amiga Constanza Dessain, pero el resultado fue un fracaso: “La pieza en cuestión utiliza varios espejos que intenté cortar en la cocina, pero todo salía mal, se llenó todo de astillas de espejo, polvo de espejo… Y los espejos en sí se rompían, se cortaban mal… En fin. Allí ha quedado ese proyecto hasta que pueda volver a trabajar en un espacio en condiciones”. La pieza, una caja hecha con espejos y baldosas, ha quedado encima del zapatero de la entrada de su casa desde ese día, bajo el grabado de un manual de equitación del siglo XVIII. “En fin, que las condiciones materiales en casa no son las del estudio, y las horas de trabajo real son muy pocas y en su inmensa mayoría van destinadas al trabajo remunerado (que por suerte no me ha faltado)”.

Pieza para la exposición postergada.

El niño y su pasatiempo

Su hijo Sebastian, de cuatro años, está llevando el confinamiento en general “muy bien”, porque le gusta quedarse en casa a jugar con sus padres. “Y tenemos dos parques: ¡los balcones!”, exclamó un día que lamentaba el hecho de no poder salir juntos a la calle. Y otro día el carnicero del barrio le preguntó si echaba de menos el cole y el niño respondió con rotundidad: “No, porque cuando voy al cole no puedo estar con mi mamá y mi papá”.

Padre e hijo han creado una rutina de “construir cosas, generalmente basadas en juguetes de Playmobil que miramos primero en Google Images”. “Quiero hacer un templo egipcio/coche de bomberos/hospital de Playmobil de cartón”, dice el niño, y participa un poco en la construcción, mira y guía el proceso, pero en gran medida lo disfruta como espectador: “En realidad se parece un poco al proceso artístico según se vive en talleres de fabricación como FactumArte, donde el taller se encarga de realizar las piezas con herramientas de alta tecnología mientras el artista va aportando ideas, criterios, bocetos. Luego siempre es muy agradecido y se pone a jugar con los objetos, a convertirlos en pequeños universos mutables. Una comisaría se convierte en una concatenación de lugares-mundo: estación de tren, parque de bomberos, templo egipcio, hospital, clínica veterinaria. Una camioneta se convierte en camioneta de bomberos, en bulldozer, en coche. Una casa que por la mañana fue de galleta de jengibre por la tarde es una casa del terror recubierta de telarañas. Las cajas de cartón, fruto de los pedidos por Internet que al principio intentábamos evitar pero que han ido supliendo faltas básicas, van suministrando la materia prima de este nuevo pasatiempo”.

Padre e hijo han creado una rutina de “construir cosas, generalmente basadas en juguetes de Playmobil que miramos primero en Google Images

Puente entre catástrofes

Hasta que un día surgió la idea de conectar este nuevo taller paterno-filial –la habitación de Sebastian– con el proyecto “Shutter/Shot” que Nicholas Callaway presentó en Circuitos de Artes Plásticas, la exposición de artistas jóvenes de la Comunidad de Madrid (y que supuestamente viajará a Asturias en otoño, en intercambio con la Muestra de Artes Plásticas del Principado, aunque todo está en el aire). El proyecto transformaba la habitación de su hijo en una cámara oscura que capta la luz por un agujero de bala de la contraventana metálica, producido durante la Guerra Civil española y disparada por un fusil Mauser probablemente desde las casas de enfrente.”Estuve dándole vueltas a cómo integrar esta experiencia en la casa, y en concreto en la habitación de Sebastian, donde pasamos tantas horas cada día, con el proyecto de la contraventana, y conectar esta experiencia con la de la familia que vivió en esta casa durante la guerra con una niña pequeña”.

Tenía la cabeza tan alejada de ese imaginario que había ignorado completamente el triple paralelismo: el mismo espacio, el confinamiento ante un peligro generalizado y el hecho de cuidar de un niño dentro de estas circunstancias. “Yo también vuelco mi deseo de crear y hacer en las construcciones de cartón, aunque con la finalidad de satisfacer a un público unipersonal. Se me ocurrió plasmar estos paralelismos, o tal vez conjurar un puente invisible entre ambas catástrofes, mediante la fotografía y la oscuridad, con la misma contraventana de fondo. La mesa de Sebastian recubierta con una chaqueta de lana negra, luces de casa cubiertas con papel pintado de colores. Fácil de recoger y limpiar después”.

El resultado encaja con otra de sus múltiples dedicaciones, el cine de animación, que hizo que uno de sus cortometrajes fuera presentado en el Charleston Silent Film Festival de Carolina del Sur. “Lo primer que se me ocurrió fue fotografiar, delante de la misma contraventana que aparece en las fotos de “Shutter/Shot”, las construcciones que habíamos ido haciendo (las que no han acabado ya en el cubo del reciclaje). Luego, al ir pasando las imágenes de las pruebas de luz, descubrí que al convertirlo en animación me gustaba tanto o más que las imágenes fijas”. Y con ello creó, casi sin darse cuenta, una alegoría de lo que está pasando: “Creo que también refleja algo de estas semanas de dar vueltas en casa, de ir buscando nuevas rutinas a base de ensayo y error”.

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