Aunque no sea muy conocido, Extremadura es también un territorio plurilingüe. Además del hegemónico castellano, existen en esta comunidad el llamado “portugués oliventino” o “portugués rayano”, hablado sobre todo en algunas zonas fronterizas de Badajoz, el estremeñu, o variedad asturleonesa extremeña, reconocido por la UNESCO y el Consejo de Europa, y cuyas reminiscencias aún pueden rastrearse en gran parte de la comunidad, sobre todo al norte del Tajo (Serradilla, Las Hurdes), y la fala o xalimegu, cuya zona geográfica se encuentra en el noroeste de la provincia de Cáceres, en los hermosos paisajes naturales de la Sierra de Gata y el Valle del Jalma, en la frontera con Portugal y Salamanca. De las tres lenguas minoritarias extremeñas esta última es probablemente la que se encuentre en mejor situación social e institucional ahora mismo. Se trata de una lengua romance nacida en la Edad Media, al calor de la llamada Reconquista, y que los filólogos emparentan con el gallego, el portugués y el astur-llionés.

A pesar de lo limitado de su territorio, la fala goza de una gran vitalidad en algunos pueblos cacereños como San Martín de Trevejo, Eljas, y Valverde del Fresno. Paseando por sus empedradas calles y plazas, no es difícil escuchar a sus habitantes hablar entre ellos en fala, denominada mañegu en San Martín, lagarteiru Eljas y valverdeiro en Valverde. Aunque la principal influencia lingüística de la fala es el galaico-portuguesa, para el viajero asturiano este habla resultará enormemente familiar por sus reminiscencias astur-llionesas. La fala no es una lengua de persona ancianas, sino un idioma de uso muy intergeneracional, que se calcula que cuenta con unos 5.000 hablantes. En su pequeño ámbito territorial goza de un alto grado de reconocimiento institucional, y cada vez de mayor prestigio cultural. Las guías turísticas presumen de ella como seña de identidad y elemento de atracción para los visitantes a la comarca, famosa por sus piscinas fluviales.

El proceso de “oficialidad” de la fala ha sido relativamente rápido. El 20 de marzo de 2001 la Junta de Extremadura declaraba Bien de Interés Cultural a la fala, sin especificar demasiado la traducción legal de esto, y dejando en manos de sus ayuntamientos e instituciones comarcales su regulación y nivel de protección. Según el Decreto 45/2001 firmado por el presidente socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, “A Fala forma parte del Patrimonio Histórico y Cultural de Extremadura, siendo necesario que las distintas Instituciones y Administraciones Públicas coordinen sus actividades para garantizar su defensa y protección de modo que «Lagarteiru», «Mañegu» y «Valverdeiru» sigan siendo una realidad mientras sus hablantes así lo quieran”, pues “la lengua pertenece a los hablantes de estas tres localidades y han de ser ellos los que digan cómo desean practicarla, en qué medida y con qué limitaciones”. Hoy día en las tres localidades mencionadas la rotulación de las calles y señales de tráfico es bilingüe, el idioma local aparece en los folletos turísticos y algunos carteles, y en la escuela se promueven actividades para potenciar el idioma, que ha encontrado un inesperado aliado en las redes sociales. Y es que el “guasap” se ha convertido en un eficaz elemento de normalización de la fala. Las familias no se escriben mensajes en castellano, sino en algo más parecido a lo que hablan.

El tejido social ha jugado un papel clave en normalizar y prestigiar el uso de algo que hasta finales del pasado siglo era una lengua casi exclusivamente coloquial y familiar, y que se transmitió de forma exclusivamente oral. En 1992 la asociación Fala i Cultura, clave en impulsar su desarrollo, normalización, estudio y potenciación escrita. En los últimos años la fala está experimentando un gran impulso de la mano de asociaciones locales e incluso mediante cursos impartidos en la Escuela Oficial de Idiomas de Cáceres. Hablar en fala está de moda, es una seña de identidad comarcal, y cuando en los tiempos del bipartito PSOE-BNG, la Xunta de Galicia habló de la fala como gallego, provocó una airada reacción extremeña en defensa de su especificidad. Su vitalidad tira del resto de lenguas minoritarias de Extremadura, que desde hace dos años celebran en común un Día de las Lenguas de Extremadura.