Enrique Javier Díez Gutiérrez es profesor en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de León. Lleva ya unos cuantos años dándole vueltas a cómo conseguir realmente eso de que la escuela sea motor de cambio social y desarrollo personal. El próximo sábado estará en la Casa de Cultura de Llanera, invitado por la agrupación local de IU, para hablar sobre su último libro: “La asignatura pendiente. La memoria histórica democrática en los libros de texto escolares”.
Hace unos días entrevisté al historiador Julián Casanova, que acaba de publicar un libro sobre la violencia en el siglo XX, y me dijo que le parece muy difícil encontrar un consenso a la hora de enseñar historia en las escuelas, ¿cómo lo ve usted?
La historia que nos han transmitido ha sido la de los vencedores. Y aunque es difícil llegar a un relato único, creo que la historiografía marca algunos consensos básicos que, por supuesto, están sujetos a revisión. Lo que debemos incorporar a la historia es la memoria de las víctimas, pues casi nunca aparecen los sectores marginados.
En los libros de textos tendríamos que plantear un currículum en este sentido. Un currículum contrahegemónico, que lo llaman. Pero no para darle la vuelta a la tortilla, sino para tener una visión más completa de la historia que incorpore a los pueblos dominados, a las mujeres…La historia no contada en definitiva, pues si la historia fuera como nos han contado, una historia de batallas y masacres, la especie humana no hubiera sobrevivido. Esa intrahistoria, que apenas se nos ha contado, contiene la solidaridad, el apoyo mutuo, el cuidado…y es la parte que tenemos que empezar a reivindicar.
¿Y cómo puede hacerse eso en las escuelas?
En la educación no se trata tanto de enseñar a resolver problemas como de enseñar a planteárselos, a hacerse preguntas. A la hora de llevarlo a la práctica es lo que hemos denominado “la asignatura pendiente”.
El origen de esto fue cuando, haciendo el documental “Los campos del silencio”, de Eloína Terrón, nacida en Fabero, fuimos a grabar al instituto del pueblo. Les preguntamos a los de Bachillerato, que ya habían tenido dos años de historia de España, sobre los presos republicanos en los campos de concentración franquistas.
Los alumnos desconocían que había habido un campo de concentración en Fabero y, es más, desconocían que algunos de sus abuelos habían estado allí presos, trabajando como esclavos para una empresa privada cercana al régimen. Nos parecía que sus libros de texto, la reconstrucción histórica que les brindaba la escuela, seguía ocultando una parte de la historia.

¿Cree que la pandemia va a generar una mayor brecha de desigualdad en el acceso a la educación?
Creo que las decisiones e inversiones que hagan las autoridades en estos días van a conformar las prácticas educativas en los años venideros, incluso después del fin de la pandemia. Me preocupan las acciones que se están tomando en educación. Es necesario garantizar una educación presencial, porque las pantallas no son la escuela. Mantener el equilibrio entre salud y educación requiere tomar decisiones políticas teniendo en cuenta los derechos de la infancia. Y el pleno derecho a la educación solo puede ser presencial.
Las escuelas públicas son el único espacio común que reúne a los diferentes; es donde se trabaja la igualdad de oportunidades, donde se opera la socialización y se combate el fracaso escolar. Una escuela cerrada ahonda las diferencias y refuerza la desigualdad. La educación no se puede reducir a instrucción, que es precisamente lo que es le enseñanza online.
La educación no mejora comprando tablets y portátiles, que pueden ayudar, pero no mejora. La modalidad online debe de ser un recurso para casos extremos, y nada más. Por eso, si por seguridad no se pueden abrir las escuelas, sería hora de que todo lo demás cerrara. Las desigualdades provocan que la enseñanza online no asegura sus objetivos. Volver a las aulas, entonces, no es opción, sino una obligación política.
Se tienen que hacer las cuatro cosas fundamentales que toda la comunidad ha reclamado: uno, máximo de quince alumnos por aula, en infantil diez; dos, ampliar y estabilizar las plantillas docentes; tres, habilitar y crear espacios amplios para que el alumnado los utilice; y cuatro, el aumento y dotación de personal de enfermería, de limpieza, de comedor, transporte o administración. No podemos cargar en el profesorado responsabilidades que no son de su especialidad.
¿Y por qué no se han hecho ninguna de estas cuatro medidas? Porque se resumen en una: exigen financiación, invertir en educación pública. Y por eso se ha estado mareando la perdiz, esperando a ver si la cosa mejoraba y se evitaban tener que invertir.